Y al sur de los Pirineos le ponen la alfombra roja a la extrema derecha

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Santiago Abascal entrando en  debate de investidura del nuevo gobierno de coalición entre PP y Vox a Castellà y León.

Preocupación en Europa por el auge de la extrema derecha francesa. Ayer, apenas saberse que pasaba a la segunda vuelta de las presidenciales, los partidos perdedores llamaron a votar a Emmanuel Macron o, en todo caso, a no votar bajo ninguna circunstancia a Marine Le Pen. El cordón republicano, a pesar de que desgastado, todavía se mantiene, y a pesar del auge en votos y apoyo popular de Le Pen hay consenso entre las fuerzas tradicionales de que se tiene que evitar como sea que ponga un pie en el Elíseo. Ya veremos qué pasa, pero, en todo caso, no será porque desde el entorno mediático y político francés en general no haya un llamamiento claro a dejarla sin aire. En España, en cambio, ayer vimos cómo Santiago Abascal se sentaba satisfecho junto a la vicepresidenta del Congreso de Diputados, la popular Ana Pastor, para asistir a la votación del gobierno de coalición entre el PP y Vox en Castilla y León. El líder ultra español explicó claramente que era un primer paso, un ensayo, de cara a lo que pueda pasar pronto en Andalucía, donde podría haber elecciones este verano, y seguramente también en el gobierno español, si es que los dos partidos consiguen mayoría.

El nuevo presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, no fue para evitar una foto incómoda, pero tarde o temprano la tendrá. En su discurso para pedir el voto en la investidura, el ya presidente de la comunidad, Alfonso Fernández Mañueco, llegó a decir que el pacto con Vox, que ha obtenido tres consejerías y la presidencia del Parlamento, es "beneficioso para mejorar la calidad democrática" del país. De momento, ya se ha visto obligado a aceptar que haya una "ley de concordia" que estará por encima de la ley de memoria histórica de la comunidad. Según Vox, se trata de evitar que la historia divida a la gente y, por lo tanto, que se pueda hablar de víctimas de la dictadura franquista. Porque, para ellos, los franquistas no solo eran los buenos y se tienen que reivindicar, sino que también fueron víctimas. Su crítica de la semana pasada al hecho de que Volodímir Zelenski se refiriera al bombardeo de Gernika es una prueba de por dónde irán los tiros a partir de ahora.

Vox ya tenía medio pie en algunas instituciones porque es necesario para asegurar la gobernabilidad en la Comunidad de Madrid, Murcia y Andalucía, todas ellas comunidades gobernadas por el PP. Ahora, sin embargo, se le ha dado rango institucional dejando que entre en el gobierno de Castilla y León, incluso con una sobrerrepresentación respecto a su peso electoral. Es un paso importante y preocupante que le puede pasar factura a un PP que ahora, en teoría, quería mostrar un perfil más moderado para hacer la competencia a Pedro Sánchez en el centro. Vox surgió en buena parte del ala más radical y nostálgica del franquismo del mismo PP, pero le está ganando terreno y le obliga a admitir unos postulados que lo alejan de la derecha moderada europea. Algunos de sus portavoces afirmaban ayer sin tapujos que se sentían cercanos a Macron, pero al mismo tiempo abrazaban el socio europeo del eje de la ultraderecha europea de Orbán, Salvini y Le Pen. Los amigos de Putin, por cierto.

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