"Con los terroristas": el Harlem Shake de los jueces y los tractores

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El juez Manuel García-Castellón en una imagen de archivo.

El Harlem Shake fue una broma transcultural que inundó las redes sociales allá por el año 2013. El modus operandi era como sigue: vemos en vídeo a una persona enmascarada que baila el tema “Harlem Shake” de Baauer junto a la voz del rapero puertorriqueño Héctor el father al que se escucha decir: “con los terroristas”. Nuestro solitario enmascarado baila solo durante unos 15 segundos mientras le rodean personas que, aparentemente, le ignoran. De pronto hay un cambio de ritmo en la música y toda una multitud disfrazada baila durante otros 15 segundos. La gracia que convirtió la broma del Harlem Shake en un éxito viral (¡hasta en La Tuerka hicimos una!) se debe al contraste entre las dos escenas.

Quizá sin saberlo, los jueces comandados por el siempre insuperable Manolo García-Castellón, así como los fiscales del Supremo han inventado su propia broma Harlem Shake en la que la “gracia” de su broma descansa en el contraste entre “los terroristas”. ¿No me siguen? Me explico.

Si un agricultor molesto con los precios a pérdidas con los que le obligan a vender, lanza desde un puente una alpaca incendiada a la carretera contra una furgoneta, ese agricultor no está “con los terroristas”. Si ese agricultor fuese catalán e independentista y su alpaca incendiada volara contra la furgoneta para reclamar una república catalana, ese agricultor estaría “con los terroristas” que diría Héctor el father. Si un grupo de agricultores zarandean un vehículo de la Guardia Civil, no se puede hablar de terrorismo. Si en vez de ese grupo, fueran los Jordis los que se subieran al coche de la benemérita para desconvocar una concentración, sí habría terrorismo para el clan de García-Castellón. Si una piedra volara desde un grupo de manifestantes impactando y dejando ensangrentado el rostro de un agente, los jueces habrían de preguntarse si los que han lanzado la piedra son independentistas o no para poder calificar el delito. Si durante los cortes de carreteras muere un turista francés de un infarto, de nuevo tendríamos que dilucidar si el turista es una víctima o no del terrorismo, en función del motivo del corte de la carretera.

Ya ven que trato de tomarme todo esto con ironía pero estamos asistiendo por televisión al fin de la separación de poderes e incluso al fin de la apariencia de una cierta separación de poderes. Es evidente que la ideología y los valores de cualquier autoridad judicial van a influir en su manera de interpretar el Derecho y las leyes. Ello no solamente es frecuente, sino que es perfectamente lógico. Pero lo que está ocurriendo en España es que los amplísimos sectores reaccionarios de la judicatura y de la fiscalía han asumido una misión militante que ni siquiera pretende disimular que su trabajo contra la amnistía y contra el independentismo no tiene nada que ver con las leyes y con la Constitución, sino con una voluntad política inequívoca.

El problema es que, desde el momento en el que los jueces dejan de parecer lo que deberían ser y se convierten en la primera línea de la acción política de la derecha española, la democracia liberal, en tanto que sistema de reglas llamado a enmarcar los conflictos políticos, pasa a mejor vida. El delirio gubernamental pensando que introduciendo cambios a la Ley de Enjuiciamiento Criminal va a lograr sortear la voluntad militante de amplios sectores de la judicatura, expresa hasta qué punto la crisis de régimen puede estar derivando en una crisis de Estado, cuya primera expresión es la rebelión de los aparatos del Estado. Eso eran básicamente las cloacas: aparatos de Estado en rebeldía contra su propia legalidad, aliados con los brazos mediáticos de los poderes oligárquicos.

¿Qué hacer? Es a la vez sencillo y difícil. Hay que asumir, básicamente, que el Estado es (al menos mientras no llegue la derecha al Consejo de Ministros) uno de los grandes terreros de confrontación política. Si el PSOE y sus aliados parlamentarios no logran cambiar la correlación de fuerzas en el interior del Estado y eso pasa en primer lugar por ponerle freno a la magistratura reaccionaria, será solo cuestión de tiempo que el movimiento de las togas convierta su Harlem Shake en una broma mucho peor.

Pablo Iglesias es doctor en ciencias políticas por la Universidad Complutense de Madrid, ex secretario general de Podemos y ex vicepresidente segundo del gobierno
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