Las togas pardas y el discreto encanto de la progresía

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Pedro Sánchez de espaldas, al Congreso , en una imagen de archivo.

¿Para qué usar pistolas cuando puedes hacerlo con togas? La pregunta se la hacía Julen Bollaín y definía con ella la voluntad golpista de una derecha que es mucho más que el Partido Popular.

La formación en España del primer gobierno de coalición desde la II República reforzó aún más la cohesión interna de un bloque reaccionario y golpista, ya muy cohesionado frente al desafío del independentismo catalán. Forman parte de ese bloque los partidos de la derecha (PP y Vox) y otras fuerzas menores como Ciudadanos y Unión del Pueblo Navarro, pero la clave de su fuerza no está tanto en los partidos como en sus poderosos y motivados efectivos en las fuerzas armadas, en el Cuerpo Nacional de Policía y en la Guardia Civil, en el CNI y, sobre todo, en los brazos mediáticos del poder económico y en la judicatura.

Que el terreno para el desafío del ala derecha del Tribunal Constitucional (las togas pardas) al Parlamento se venía preparando, desde hace días, en los medios es una evidencia. Sirvan de muestra algunos de los titulares de El Mundo en estos días: “El Gobierno cambia la ley para consumar el asalto al Tribunal Constitucional”, “Un ataque frontal al TC y al estado de derecho. Las reformas del Poder Judicial lo único que parecen mostrar es la prepotencia de un Gobierno capaz de saltar por encima de la Carta Magna para obtener el control mayoritario del Tribunal Constitucional”, "Salvar el Tribunal Constitucional”. Hasta ayer mismo, la progresía mediática se empeñaba en negar esa voluntad golpista de las togas pardas y, hace solo una semana, reprochaban a Irene Montero denunciar el peso del machismo en las altas esferas de la magistratura. Pero ayer empezaron a cambiar las cosas.

El País empezó a hablar sin complejos de derecha judicial y Àngels Barceló, en su editorial en la SER, aunque no se atrevió a usar la palabra golpe, dijo que el Tribunal Constitucional "irrumpía en el Parlamento para evitar que la cámara cumpla con su cometido”. La imagen de una irrupción en el Congreso de los Diputados provoca una evocación evidente: la de Tejero irrumpiendo pistola en mano en el hemiciclo. Casi todos los analistas de la SER sentados junto a Barceló repitieron el término irrupción, salvo el único analista de izquierdas, Javier Aroca, que sí habló de golpe sin eufemismos ni evocaciones.

Enric Juliana, a mi juicio el periodista con escaño en tertulias más dotado intelectualmente de nuestro país, ayer se rectificó a sí mismo. No se atrevió a usar la palabra golpe (Juliana es Juliana y sería capaz de saludar educadamente a sus ejecutores sentado en el garrote) pero usó un sinónimo. Habló de “pronunciamiento” (así se llamaba a los golpes en el siglo XIX en España) dirigido a provocar la “insubordinación” (cito literal) de los aparatos del Estado. Recordemos que Juliana llegó incluso a crear una categoría propia de blanqueamiento para Feijóo: la fantástica escuela Romay Beccaría del viejo funcionario franquista que llegó a ministro con Aznar y que habría formado al líder del PP como un dirigente moderado, tranquilo, reflexivo y con sentido de estado. Conclusión: la progresía mediática, aún con eufemismos, rectifica y reconoce que la operación de las togas pardas es un golpe.

Es de agradecer que la progresía acabe por rectificar, pero, una vez más, llegan tarde, esperemos que no demasiado. Es lógico que la derecha mediática defienda abiertamente el golpismo de la derecha judicial. Lo que resulta inaceptable es ver que en Televisión Española se propagan los mismos argumentarios de la derecha; además, es sintomático de lo que está pasando. Si hoy estamos en una situación en la que en los próximos días se puede operar el golpe de las togas pardas del Constitucional contra el Parlamento, es por haber entregado Televisión Española, el Tribunal Constitucional y el CGPJ a la derecha. El problema no es tanto la actitud golpista de la derecha (eso lo llevan en el ADN) como la cobardía del PSOE y de la progresía mediática, incapaces de plantar cara y llamar por su nombre a los golpistas. Es inaceptable que llevemos ya tres años de legislatura y se haya permitido al Partido Popular seguir controlando ilegítimamente poderes clave que la ciudadanía no les dio en las urnas.

La única manera de evitar que los golpistas lleven a cabo sus objetivos es asumirlos como lo que son y actuar contra ellos como corresponde en democracia. Con toda la contundencia que las circunstancias requieran.

Pablo Iglesias es doctor en ciencias políticas por la Universidad Complutense de Madrid, ex secretario general de Podemos y ex vicepresidente segundo del gobierno
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