Por una vez que el Partido Popular intentó acercarse a Vicent Andrés Estellés, fue para hacer el ridículo. Con motivo de la celebración –en curso– del centenario del poeta, el grupo socialista en el Congreso había presentado una proposición no de ley para incentivar la difusión de su obra. Los populares presentaron una enmienda que proponía la traducción de la obra de Estellés a las otras lenguas del Estado: gallego, euskera, castellano y también catalán, como si el valenciano fuera una lengua distinta a la catalana. La estrafalaria petición ha sido, con razón, motivo de burla en las redes.
Si se trata de un resbalón (no lo han explicado), es fruto de la antigua y encarnizada tradición de beligerancia de la derecha española contra la diversidad lingüística, y muy especialmente contra la lengua catalana, que siempre han visto como un elemento disgregador de la unidad de España. Que el interés por Estellés por parte del Partido Popular es sobrevenido e interesado lo demuestra el hecho de que, durante todo el Año Estellés, la Generalitat Valenciana, gobernada por el PP y Vox, ha dado explícitamente la espalda a las celebraciones y actividades del centenario (que, por cierto, han sido muchas, bien le y bien eficaces), negándose no sólo a colaborar económicamente, sino incluso a hacer presencia institucional, no sea que aprendieran alguna cosa. Es más: en algunos municipios han intentado incluso impedir o boicotear algunos actos. Naturalmente, sin éxito: Estellés no sólo es uno de los grandes poetas de su tiempo, sino también uno de los más populares y queridos, y su nombre convoca gentíos en los Países Catalanes.
Sin embargo, la idea de hacer traducciones aberrantes no es nueva. Una de las maniobras más groseras, pero también más habituales, de la derecha españolista contra el catalán es el secesionismo lingüístico, es decir, presentar los diferentes hablas del catalán como lenguas distintas. Sin ir más lejos, el añorado Xavier Pericay, que fue líder de Ciudadanos en Baleares, configió, junto con su esposa Maria Antònia Lladó (ambos filólogos, lo que hacía aún más cínica la jugada), una traducción del Bearn de Llorenç Villalonga del “catalán” al “mallorquín”, por lo que el título pasaba de Bearn o la sala de las muñecas a Bearn o la sala de sus muñecas. Este prodigio nunca llegó a ser publicado, pero sí se llevó una ayuda pública del Govern Balear, entonces gobernada por el PP de Bauzá. En cuanto a Estellés, será magnífico –como ya se ha ironizado– que el inmortal hacia “No había en Valencia dos amantes como nosotros”, en valenciano, se pueda leer finalmente en catalán: “No había en Valencia dos amantes como nosotros”, dirá.
Les pasará como Pierre Menard, protagonista de un cuento de Borges que quería escribir el Quijote y acabó volviendo a escribir, palabra por palabra, el texto de Cervantes. Borges, por cierto, se llamaba Jorge Luis, y no José Luis, como le bautizó en una ocasión el rey Felipe VI. Y era argentino: a ver cuándo se animan a traducirlo al castellano, que vale la pena.