Sofia Carson con un vestido  de estilo princesa firmado por Giambattista Valli a la gala de los Oso caros del 2023

Los Oscars son unos galardones que celebran la excelencia de los y las profesionales del campo cinematográfico. A pesar de todo, a principios de los años 60 se consideró interesante retransmitir la entrada de los invitados a la gala. Y aquí nació el fenómeno de la alfombra roja. La presentación de este año de la alfombra, con la sustitución del rojo por el champagne, se hizo ante la presencia de decenas de cámaras de televisión. Durante cinco días, los medios estuvieron mostrando la cuenta atrás de los preparativos. Y a pesar del cambio de color, el acontecimiento no ha perdido la esencia ni cambiará el nombre. Tiene doscientos setenta y cinco metros de largo y es, ya, una pasarela de modas encubierta que corre el riesgo de acabar teniendo más importancia que la entrega de premios. Sobre la alfombra, las actrices se ven convertidas en reclamos publicitarios tanto del propio acontecimiento como de la Academia de Hollywood, que quiere seguir dando la imagen de industria creadora de sueños. Además, también publicitan la película por la que están nominadas y, encima, tienen que promover el sector de la moda.

Se da por supuesto que tienen que poner sus cuerpos al servicio de la promoción de la cultura, es decir, que el fin justifica los medios. Una estética que tiene que estar regida bajo los estereotipos más normativos tapando cualquier rendija de diversidad en cuanto a género, raza y clase. La belleza normativa obliga a ser delgada, joven y de aires principescos, puesto que el código de vestimenta de los Oscars conmina a las mujeres a llevar vestido de noche largo o cóctel por debajo de las rodillas, zapatos de tacón y una gama de colores no estridente. El hombre, a pesar de no ser un reclamo de atención tan grande, tiene que llevar esmoquin. Una Academia, en definitiva, que tiene la rigidez de la estatuilla dorada: nada tiene que salir del guion y de las expectativas sociales convencionales. El lote de regalo que se hace a todos los nominados delata esta presión estética. Este año incluía una liposucción y un tratamiento facial de rejuvenecimiento. El año 2016, un vale de cinco mil dólares para gastar en un cirujano plástico.

Las actrices acaban viendo cómo sus cuerpos, vaciados de humanidad, pasan a ser públicos. En las entrevistas a pie de alfombra se habla más de su aspecto físico que de su profesión. Son cuerpos lanzados al ruedo de un circo romano para que los podamos devorar por mera diversión. De esto se encargan las numerosas tertulias, donde se comentan uno a uno los modelos y se hacen comparativas injustas y rankings de las mejor y peor vestidas. Se alaba a las más glamurosas y se lapida a las que no han acertado. Y no acertar significa no ser lo suficientemente guapa o deseable, no tener el cuerpo esperado, no mostrarse con la feminidad normativa o no haber encontrado la moderación justa. La ABC, la cadena norteamericana que ofrece los Oscars, dedicó el domingo un especial de tres horas a la alfombra roja, una duración similar a la de la gala. Pero en todo el mundo, sobre todo las actrices pasan a ser motivo de debate también en las redes sociales y muchos medios reproducen la crueldad de los comentarios. El día siguiente a los Goya, el diario El Mundo hacía un titular cómplice de esta carnicería: "Del ataque gordofóbico a Berta Vázquez a las 'tetas como pimientos choriceros' de María León".

El miedo pasa a invadir el espíritu de la alfombra roja y ha condicionado que, lejos de ver moda rompedora y arriesgada creativamente, dominen los vestidos espectaculares pero de aire conservador. Por el miedo de Hollywood a ensuciar su prestigio, el miedo de las marcas a ser señaladas por un error estilístico y el miedo de las propias actrices a perjudicar una imagen pública de la que depende su trabajo. Un caso paradigmático fue el escarnio sobredimensionado contra la cantante Björk cuando lució su vestido cisne en 2001. Un punto de inflexión que reforzó estos miedos y condicionó el poco riesgo en la moda a partir de entonces.

Despliegue de la 'alfombra roja' durante los preparativos para la noche de los Oscars el pasado 8 de marzo en Los Angeles.

A pesar de todo, a lo largo de la historia ha habido transgresiones valientes, como es el caso de mujeres que han llevado pantalones en vez de vestido, como Barbra Streisand en 1969, seguida por Demi Moore, Celine Dion, Emma Watson o Christen Stewart. Otras se han rebelado en contra de los zapatos de tacón, como Julia Roberts o Uma Thurman. Susan Sarandon, con 70 años, lució un escote profundo, a pesar de las críticas sobre la conveniencia de mostrarse sexi a cierta edad. Y Frances McDormand recogió el Oscar por Nomadland sin maquillaje ni retoques de peluquería. También ha habido disidencias de género entre los hombres, como es el caso de Timotheé Chalamet o Billy Porter. Ayer, Sarah Polley, con un esmoquin de Yves Saint Laurent, rompió los cánones establecidos.

De hecho, la problemática evidenciada en las alfombras rojas no se para en estos actos. Posiblemente es sólo un ejemplo de la situación real de las actrices, condenadas a ser descartadas de la industria cuando dejan de ser delgadas, jóvenes o iconos aspiracionales para el gran público.

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