Triste y decadente

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Alberto Núñez Feijóo, durante el debate sobre la ley de amnistía en el Congreso.

Feijóo acudió al debate (es un decir) sobre la ley de amnistía en el Congreso a intentar seguir defendiendo su muy precaria continuidad como líder del PP. Para ello, debía recitar al menos tres veces el conjuro que le habían preparado los asesores de Génova: "Esta es la tarde más triste y decadente que se ha vivido en esta cámara desde el 23-F". Es curioso que lo diga, porque en fechas recientes, y como respuesta precisamente a la ley de amnistía, hemos escuchado y leído repetidos llamamientos a la insurrección de los cuerpos y fuerzas de seguridad (al colpismo, vaya) desde las filas o los entornos de PP y Vox.

La paradoja, o la ironía, de la ley de amnistía es que claman indignados contra ella justamente aquellos que la han hecho imprescindible. Si el gobierno de Rajoy se hubiera sentado a negociar con los gobiernos de Mas y de Puigdemont (“ni puedo ni quiero”, era la respuesta recurrente de Rajoy por entonces, y disculpen la aliteración), y si la respuesta en el referéndum del 1-O hubiera sido diferente de enviar a la policía a vapulear a la ciudadanía, y después iniciar una enloquecida persecución judicial contra el independentismo que dura hasta hoy, es evidente que ahora no habría ninguna necesidad de amnistiar a nadie . Además, la ley de amnistía les beneficia también a ellos: desde el agente desprovisto de sinapsis que se sintió potente repartiendo porrazos entre las jubiladas hasta los gobernantes españoles que aquellos días cometieron una u otra ilegalidad: recordemos, sin ir más lejos, la creación, por entonces, de una policía patriótica (cuya existencia ha sido negada siempre por el PP, pero admitida explícitamente por personajes como Grande-Marlaska o Pedro Sánchez). O el testigo falso, más flagrante que presunto, que el propio Rajoy y varios altos cargos de su gobierno dieron durante el juicio del Proceso. O los magistrados y fiscales que dieron por buenos estos falsos testigos. también supuestamente, tapan problemas mayores. Ya hemos mencionado la desesperación de Feijóo por evitar caer de su insegura silla, que se añade a la exasperación de todo el PP para ver cómo el gobierno de España, que daban por seguro antes del verano, les ha huido de los dedos, y con él, tantos ingresos y tantas prebendas y colocaciones que también ya se habían contabilizado y repartido. Por eso el PP se aferra también con uñas y dientes en sus cotas de poder, que no son pocas. Al Consejo General del Poder Judicial, por ejemplo, que les permite mantener el control sobre el Tribunal Supremo “por detrás”, según famosas palabras del entonces senador, y ex director general de la Policía, Ignacio Cosidó.

Triste y decadente, dice Feijóo, ofreciendo un autorretrato involuntario. Triste y decadente, como los articulistas y los tuiteros salvapatrias. O también, puestos a hablar de tristeza y decadencia, como las comunidades autónomas que a día de hoy sufren los desgobiernos del PP y Vox.

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