Ay, virgen santa del Remedio, tú tan cumplidora... En China han descubierto que una cascada muy visitada y fotografiada e instagrameada es en realidad una tubería, y ya me perdonarán por la rima.
A muchos de nosotros, a veces, el turistam nos detiene por la calle: “Perchone, ¿Siagracha Femilia?”, te puede decir el uno. Y tú, sin dudar, lo envías hacia la placa fotovoltaica del Fòrum, con una sonrisa. “Sinyiorita, pegdone, ¿un tablao flemencú?”, te dice el otro. Y tú, sin dudar, la envías a la cola de la metadona, deseándole una buena estancia. Estas pequeñas maldades se compensan cuando el guiri eres tú y le preguntas a un taxista en el que comer bien. Culpa tuya si no lo llevas trabajado de casa. Mereces ser estafado.
Esta cascada, sin embargo, es otra cosa, y nos plantea un dilema moral. Nos gustaba en tanto que cascada y nos deja de agradar en tanto que tubería. Ay, ocurre a menudo, eso. Le dices a un niño que esta croqueta es de pollo y le gusta, pero no le digas que es cerebrito que –y utilizaremos la palabra clásica– “arrojará”. Un día estuve en Andorra y dormí en un magnífico hotel junto al río. Toda la noche, aquel ruido del río me parecía relajante, arrollando. ¿Qué habría pensado si el mismo, el mismo ruido exactamente, fuera el de una autopista? El ruido sería más o menos lo mismo. Pues que no era relajante ni arrollando, sino estresante e irritante.
Hay un pájaro, donde vivo, que hace el ruido de un petardo. Un silbato, como de pía. Es un pájaro. Por tanto, me gusta. Si el mismo silbato fuera de una píula me quejaría de que me asusta el gato.