Turistas alojados en un apartamento turístico en el Eixample de Barcelona.
14/06/2025
3 min

El lunes intervine en el programa Els matins de TV3 para justificar la ampliación del aeropuerto de El Prat. Un amigo que tiene la cabeza excepcionalmente bien amueblada me envió un mensaje en el que decía que se sorprendía de mi intervención y concluía que se temía que "esto acabará como siempre, con Aena y las élites haciendo lo único que saben hacer: atraer a turistas".

La ampliación de El Prat tiene muchos detractores, pero creo que el único argumento serio es el que preocupa a mi amigo. Pero antes de abordarlo es obligado que me refiera a los demás.

Empecemos por el impacto sobre el ecosistema del delta del Llobregat. Creo que los ciudadanos que no tenemos conocimientos técnicos sobre el tema deberíamos estar tranquilos por dos motivos: porque quien está al cargo –Jordi Sargatal– es una persona con una trayectoria solidísima y porque, además, con toda probabilidad la Comisión Europea –que tiene la mosca detrás de la oreja a causa de los incumplimientos de la anterior ampliación– fiscalizará de manera estricta lo que se haga. Tampoco me parece serio criticar que las compensaciones se hagan con terrenos que al menos parcialmente hoy son agrícolas, puesto que estos terrenos antes eran humedales. Si tanta importancia damos a los humedales, ¿qué problema hay en que vuelvan a serlo?

Seguimos con el argumento del cambio climático. Es cierto que aproximadamente un 4% de los gases de efecto invernadero (GEI) son producidos por la aviación, siendo indudable que en un aeropuerto con más vuelos se generan más emisiones. Ahora bien, lo peor que podemos hacer con el cambio climático –que es un reto existencial para la civilización– es tratarlo de forma infantil. La frase "Los pequeños cambios son poderosos" del Capità Enciam estaba bien para concienciarnos, pero no como guía de acción. Si El Prat no ofrece unos vuelos en concreto, estos mismos vuelos serán ofrecidos por Reus o Girona si son de radio corto (como ocurrió antes de la última ampliación) o por Barajas si son de radio largo. Nuestro perjuicio será real, mientras que la mejora del bienestar planetario será ilusoria. Lo que hay que hacer para eliminar el 4% de GEI está perfectamente definido, por mucho que les pese a las aerolíneas, y por mucho que les pesará a los turistas low cost: la sustitución del baratísimo queroseno destilado a partir de petróleo por el carísimo queroseno que no emite GEI, una decisión que la UE ya ha tomado y de la que no podemos apartarnos a base de sucedáneos.

Tampoco es sólido el argumento del equilibrio territorial. Limitar la capacidad de El Prat traerá más pasajeros a Reus y a Girona, sin duda (ya ha pasado), pero serán pasajeros turísticos (las pistas de estos aeropuertos son cortas y las terminales no están preparadas para aeronaves grandes) que podrán acceder cómodamente a la ciudad de Barcelona con un AVE que los llevará desde la terminal hasta La Sagrera.

Menos sólido es todavía el argumento tecnológico, de acuerdo con el cual las aeronaves que hagan vuelos transcontinentales serán capaces de despegar desde una pista corta en todas las circunstancias. El futuro no está escrito, pero si Aena –que dispone de una de las concentraciones de expertos aeronáuticos más importantes del planeta– está dispuesta a incurrir en el carísimo alargamiento de una pista es porque la probabilidad de que esto ocurra es negligible; y cuando digo que el alargamiento es carísimo no me refiero al coste de la obra, sino al de las compensaciones medioambientales.

Queda, pues, el argumento del turismo.

Indudablemente, si El Prat pasa de 55 millones de pasajeros a 70, la inmensa mayoría de los 15 de diferencia serán turistas que no nos harán ningún bien y sí mucho daño. Las estadísticas económicas sobre lo ocurrido en Catalunya en general y en Barcelona en particular en el último cuarto de siglo son contundentes. Algunos han ganado mucho, pero la mayoría han perdido mucho. No solo en calidad de vida, sino también en capacidad económica. El número de turistas que nos visitan debe reducirse si queremos que el segundo cuarto de siglo no sea una repetición del primero, que se ha caracterizado por un fenomenal crecimiento económico y un deterioro muy significativo del bienestar colectivo.

Ahora bien, tratar de gestionar el turismo estrangulando el aeropuerto sería equivalente a querer combatir una infección a base de dejar de alimentar al enfermo. El número y el impacto del turismo se gestionan de dos formas: con impuestos y controlando la capacidad de pernoctación. Como está en nuestras manos subir la "tasa" turística y como está en nuestras manos devolver a los turistas ahí de donde no habrían tenido que salir nunca –los hoteles–, no tenemos ni excusas ni necesidad de hacernos daño cortándonos las alas en El Prat, que es una pieza importante para consolidar una economía más sana que la que tenemos ahora.

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