El agujero de escalera de la Casa Orsola.
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"Si tres colinas hacen una sierra,
un imbécil vale por ciento"
Anna Andreu, Vigilia

Este viernes por la mañana, después de unas horas de espera, en medio de un gentío que ejercía de muro democrático, de muro solidario y de muro humano para defender a un vecino a punto de ser desahuciado, el Sindicato de Alquiladoras anunció desde uno de los balcones de la Casa Orsola que el desahucio había quedado parado. El vecino, un vecino que podríamos ser cualquiera de nosotros, y ahí radica el alud de empatía y de solidaridad, es Josep, que vive allí desde hace 23 años y cada mes paga el alquiler. Faltó poco, que las buenas noticias se desvanecen temprano, para que desde el mismo balcón comunicaran que la comitiva judicial había señalado, con la celeridad de la injusticia, un nuevo intento de desahucio para 88 horas después. El argumento judicial, que ya venía escrito en ordenador, aducía que había demasiada gente y demasiada prensa –exceso de democracia, tal vez– para ejecutar el lanzamiento. No deja de haber un punto sádico, de alevosía y nocturnidad por decirlo en términos penales, en la rápida decisión de reprogramar el desahucio para el martes a las cinco de la madrugada. Y al mismo tiempo hay también un punto ingenuo, casi ignorante, como si la nueva hora alterara mucho –alterará el sueño y la espera de unos muchos, sí, pero no una víspera integral de solidaridad–. Continuará existiendo, por decisión popular, demasiada gente y continuará existiendo, contra la voluntad de apagón, demasiada prensa. Desde ese proverbio africano tan exacto que aclara que si ellos tienen el reloj nosotros tenemos el tiempo. Y desde la evidencia política, socioeconómica, ética y cultural de que la Casa Orsola ya se ha convertido en un símbolo, un ejemplo y una alerta.

En extrema síntesis, por incomparecencia y quiebra institucional, lo que está en disputa es, invariablemente, dónde paran los límites. Porque si todo tiene límites habrá que aclararlos en el presente caso. Retablo de casa en llamas: plomo o plata, el propietario catalán del fondo buitre, que anida en la ciudad zampándose ciudadanos, exige poder hacer lo que le plazca como le rote. Es decir, echar a todos los vecinos del blog, sustituirlos por inquilinos acaudalados de temporada y subir los alquileres de un solo revuelo hasta 2.800 euros. Sin que nadie le ponga bozal. Puro mercado libre, dado que cuando el mercado entra por la puerta es sabido que los derechos saltan por la ventana. Por eso surgió la democracia. Y por eso hacer una constitución siempre ha sido establecer límites comunes y acordar, mancomunadamente, lo que nunca debería volver a suceder entre nosotros. Los días que vendrán –o semanas o meses– reproducirán, con la Casa Orsola como telón de fondo, el debate encendido que mantuvieron Sócrates y Cálculos en la noche de los tiempos y que perdura aún hasta nuestros días. Cálculos exigía el imperio del caos trumpista de la ley del más fuerte, reclamando literalmente los derechos de los leones a zamparse los corderos. Sócrates, por el contrario, le recordaba que el derecho era el frágil utensilio del que disponíamos todo lo demás para evitar tales abusos y defender a la multitud de la infamia de turno.

Supongo que si algún día diera la cara, que el dinero siempre es cobarde y callado, el propietario del fondo buitre no diría nada muy distante de lo que dijo el cryptobro Martin Skhreli cuando le pidieron cómo era capaz de subir el precio del adelgazamiento, un medicamento esencial según la OMS en la lucha contra la toxoplasmosis, un 5000% de golpe. Impertèrrit dijo: "Se llama capitalismo y es legal.. Descubierta la trampa una vez hecha la ley, habrá que recordar que, en la tradición antigua, el ostracismo era la peor de las condenas: contradesahucio, se ahuyentaba a alguien de la comunidad cuando era incapaz de respetarla. No me voy a pedir si queremos a la ciudad personajes que la trinchen. propuestas, ahora que el debate abierto por la Casa Orsola –primera victoria democrática– se ha escolarizado en cada casa, en cada sobremesa y es irresuelto todavía. Con decimonónica vergüenza, sin embargo, lamento que incluso Foment del Treball haya salido a la palestra con el estirabot de sostener, trampeando las palabras y pervirtiendo realidades, que en la Casa Orsola el país se juega el derecho a la propiedad, lo que es radicalmente falso y manifiestamente fantasioso. Pero si éste es su punto de partida, manos a la obra: lo que nos jugamos en realidad es si, en nombre del pretendido derecho a la propiedad, se pueden perpetrar abusos indefinidamente y enmascarar lógicas vampíricas que ni son derecho ni son deber. Sólo puro vicio de usura. ¿Defiende esto la patronal? ¿Qué defiende exactamente, la expulsión en bloque de vecinos que viven allí hace décadas? Cartas arriba, caídas las máscaras, nos jugamos si esa maldita distopía de mercado en la que el único vínculo es el dinero –Barcelona para quien se la pueda pagar– se impone o para. En "Barcelona es buena si la bolsa suena" habrá que oponer decididamente el "Barcelona suena cuando la gente es buena".

Y no, las cosas no son así: las cosas están así, que es bastante diferente. De hecho, hay quien las ha hecho así, pudiéndolas hacer de una forma distinta: se llama poder legislativo. En tiempos en que el derecho constitucional a la vivienda es un espejismo para tantos –todo lo contrario que el derecho a la propiedad–, todo decae por completo cuando un solo vecino, José, desnuda el modelo de ciudad hasta dejar- lo desnudo y desnudarnos a todos. José, que en realidad cosifica miles de voces anónimas, desmonta estos días la crueldad del dinero, la voracidad de los carroñeros y la dejadez institucional. Interpela directamente a quien le correspondería solucionarlo, que responde mirando a otro lado y guardando un silencio que le define sin paliativos. Paradójicamente, desviste el gobierno más progresista de la historia, el pretendido gobierno de todos (de José también) y el alcalde que promete ordenar la ciudad mientras se desordena la vida de la gente. Como no corresponderán, le corresponde de nuevo a la gente, a la que corresponde, poniendo el cuerpo y desobedeciendo la inercia, garantizar y tutelar que la vida de José no sea desahuciada, violentada y maltratada. Ni la semana entrante ni ninguna otra. Hacerlo así también sería recuperar, en el 47 de un Manolo Vital que muchos alaban hoy pero combatían ayer, la mejor tradición de la ciudad que hace ciudad. La que hace la ciudad posible.

Desde esta perspectiva, restan ochenta horas porque pensamos y pensamos por qué vale tanto la pena acudir a la singular víspera del próximo lunes. Una cita de madrugada, con Sócrates en la Casa Orsola, junto a Consell de Cent con Calàbria, cruce presente y esquina futuro. Mientras Cálculos, desde su palacio, consigue enviar toda la fuerza del sistema a intentar echar a Josep. No sea que dejara de enriquecerse, envilecerse, vilmente. Al otro lado, más juntos que nunca y por suerte del país, los que saben mucho que la ciudad se gana –o se pierde– así. Vecino a vecino. José a José. Si pueden y vuelan, no falten, por favor.

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