La Pica d'Estats es el gran reclamo de la ruta
07/09/2025
Periodista
2 min

El sábado al mediodía les pudo decir "Buenos días" desde la cima de Catalunya, la Pica d'Estats. Me permito explicárselo, objeto todavía de la euforia de haberlo conseguido, porque en la Pica vale lo de Neil Armstrong cuando dijo que él no quería ser sólo el primer ser humano que iba a la Luna, sino el primero que iba y volvía. En la Pica la bajada es tan dura o más que la subida, llena de piedras de canchal y márgenes a los que debes subir, cuando ya vienes justo de fuerzas por el esfuerzo de todo el día, lo que convierte el tramo final en una prueba tanto física como mental.

Aparte de diálogo interior que inevitablemente se desencadena durante las largas horas de travesía, la magnitud del paisaje y la lejanía de cualquier elemento de estos que nos hacen más cómoda la vida de cada día te devuelven a tu condición humana limpia y pelada. Allí sólo estáis la montaña y el grupo que la sube. Parece como si el mundo y sus problemas se hayan quedado en el aparcamiento de la Molinassa, a doce kilómetros de Àreu, el último pueblo del valle Ferrera antes de la ascensión.

No estábamos solos, claro. En la cruz de la cima hubo que pedir tanda para la foto de la conquista. Había subido hacía 23 años, con los padres de la escuela de mi hijo mayor, y entonces prometí a mi hija pequeña que algún día lo volveríamos a hacer, una promesa de la que me recordé el sábado unas cuantas veces, pero sin la que (y sin la compañía de ambos) no habría vuelto. Durante el bajón, un excursionista me preguntó cuántas veces lo había hecho, la Pica. "Dos", le contesté todo orgulloso. "Yo 25 –me dijo–. Cada año la hago". Era lector del ARA, o sea que le renuevo por escrito mi admiración.

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