Victimismo y desmemoria
En pocos días hemos tenido que presenciar cómo algunos de los peores personajes de la actualidad política se presentaban ante la opinión pública como víctimas de conspiraciones de estado y cacerías implacables, con el propósito nada disimulado de intentar eludir la responsabilidad por sus delitos (hablamos siempre de delincuentes, presuntos o confosos). Empezamos con Mazón, que llevó su lloriqueo de cocodrilo hasta el extremo de lamentarse por el sufrimiento de su familia, pasando por encima del dolor que sufren las familias de las víctimas de la dana, la mayor parte de ellas muertas por su negligencia y la de su ejecutivo. Y hemos continuado con el novio de la presidenta de Madrid y su entorno, formado por la propia Isabel Díaz Ayuso y su asesor, Miguel Ángel Rodríguez. El tal González Amador llevó su victimización ante el Supremo hasta la autocaricatura, pero lejos de intentar rebajarla, la ofuscada prensa nacionalista madrileña la intensifica aún más, con la desesperación que manifiestan por derribar a Pedro Sánchez y su gobierno de la forma que sea.
Ya hace unos años que el escritor Bret Easton Ellis, poco sospechoso de izquierdismo (aunque seguramente debe mirarse con interés el nuevo alcalde de la ciudad donde vivió durante casi dos décadas, este Zohran Mamdani que se ha revelado con fuerza como posible anti-Trump, tensa los hilos del Partido Demócrata victimista: todo el mundo quiere aparecer en público en el papel de víctima, porque es una forma de asegurarse la atención y minimizar las críticas. De forma tan paradójica como se quiera, sobre todo quieren aparecer como víctimas los poderosos: personas que ocupan altas responsabilidades de gobierno y que tienen a su disposición recursos económicos, judiciales y mediáticos, personas con influencia y capacidad de presión, quieren ser consideradas personas que sufren atropellos y abusos por parte de poderes oscuros. Trump, ya que lo hemos mencionado, es el arquetipo de esta impostación, y muchos le imitan.
El hecho de que tantos desaprensivos se hagan la víctima tiene como consecuencia que se acabe desdibujando, difuminando y borrando la fisonomía de las verdaderas víctimas, en hechos actuales como la dana de la Comunidad Valenciana y –todavía más– en hechos históricos como la Guerra Civil española y la dictadura franquista. Lo escribo pensando en este dato terrible de la encuesta del Instituto Catalán Internacional por la Paz (ICIP), según el cual sólo cuatro de cada diez hombres de entre 18 y 25 años en Cataluña consideran que la democracia es un sistema de gobierno preferible a los demás. Y si ese es el porcentaje en Catalunya, da miedo pensar cuáles puedan ser en otras comunidades de las que no tenemos datos. El victimismo ayuda a generar desmemoria, la desmemoria produce ignorancia y la ignorancia engendra miedo. Y el miedo es el combustible principal de los populismos y los neofascismos. Los discursos farisaicos y la degradación del sentido de las palabras (fenómenos que llevan muchos años marcando el debate público, aquí ya escala global) no son gratuitos y tienen consecuencias.