Vito Quiles en la UAB: ¿todo el mundo contento?

Favorables y detractores de Vito Quiles, enfrentado a la UAB

El ritual se repite un par de veces cada curso desde hace muchos años. Se proclama por todas partes que una asociación ha invitado a la Universitat Autònoma de Barcelona a un político de extrema derecha o afín, ya sea Rosa Díez, Cayetana Álvarez de Toledo o el último de esta serie, Vito Quiles. El día fijado, las asociaciones estudiantiles de extrema izquierda ya se han organizado para reventar el acto e impedir que se pueda llevar a cabo la presunta conferencia. Los Mossos d'Esquadra tienen que intervenir para evitar enfrentamientos más violentos. (Algunos de los policías, por cierto, golpean a los estudiantes con una rabia nada disimulada.) Después, todo el mundo a casa y ya, hasta el año siguiente.

Los dos sectores enfrentados obtienen lo que querían. La extrema derecha considera probado que no hay libertad de expresión en la universidad catalana, dominada por una especie de dictadura independentista y comunista, sobre todo en la Autònoma. Vito Quiles no la eligió por casualidad para hacer la primera sesión de su campaña "España combativa". Lo que menos le importaba era el contenido de esta conferencia. Ahora ya tiene las imágenes que quería y, como mártir de la cultura de la cancelación, podrá hacer una gira triunfante por media España.

La extrema izquierda considera probado que el campus de la Autònoma es su territorio. Sus líderes estudiantiles hacen méritos para convertirse en dirigentes de un determinado grupo político, al que demuestran que, si quieren, pueden movilizar a sus compañeros a la espera del feliz día en que harán la revolución. Ahora ya tienen las imágenes que querían: Quiles obligado a decir cuatro palabras a escondidas en un parking y yéndose a toda prisa (al menos, hay que reconocer que Cayetana Álvarez o Rosa Díez fueron más insistentes).

Todo el mundo contento, pues.

¿Todo el mundo? ¡No! Si los periodistas que tan apresuradamente seguían a los jóvenes de los dos grupos enfrentados se hubiesen tomado la molestia de alejarse un poco de ese alboroto, habrían visto que, mientras todo esto ocurría en medio de la plaza, en la mayor parte de las facultades la vida proseguía con absoluta normalidad: miles de estudiantes, docentes y personal de apoyo, de toda idelogía y condición, hacían su trabajo ajenos a la liturgia que estos grupúsculos nos escenifican un par de veces al año. La universidad era, como todos los días, un espacio de estudio, de reflexión, de experimentación, de discusión. Con toda libertad.

Muchos estamos dolidos no solo por esta torpe utilización de una institución pública para servir a los intereses de determinados partidos políticos, sino también por la inoportunidad, deliberadamente querida, de este incidente. La pantomima de Vito Quiles y la reacción sobreactuada de algunos estudiantes proyecta la idea de un campus polarizado e intolerante que solo beneficia a ciertos sucedáneos de universidades privadas, impulsados por el afán de lucro o por motivos ideológicos dudosos. Además, sabemos que será manipulada por aquellos medios que intentan crear una crispación política que no corresponde a la realidad catalana actual, ni en la calle ni en el campus. Que la extrema derecha quiera dar esa imagen de nuestra universidad pública es lógico. Pero que las agrupaciones estudiantiles y algunos sindicatos de izquierda les hagan el juego de esta forma es dispararse en el pie.

La oposición firme de la gran mayoría de los miembros de la comunidad universitaria a la extrema derecha es clara, pero puede expresarse de otras formas más racionales y no violentas. Con la indiferencia y la continuación de las tareas habituales, por ejemplo, sin caer en provocaciones torpes. O con concentraciones en lugares alternativos, que pondrán de manifiesto a los ojos de todos la poca capacidad de convocatoria de los agitadores. De hecho, todos sabemos que las cámaras de televisión no venían a cubrir la pretendida conferencia de Quiles (insisto: ¿a alguien le importa lo que tenía que decir?), sino los disturbios que él pretendía causar.

La mejor respuesta a los intentos de desestabilización de la extrema derecha es una imperturbable normalidad. Que la universidad siga siendo el lugar del análisis de los argumentos, del debate razonado, de la transmisión del conocimiento, de la difusión de la cultura y, en nuestro caso, especialmente de la cultura catalana. Y que, como dicen los estatutos de la Universitat Autònoma de Barcelona, actúe siempre "inspirada en los principios de libertad, democracia, justicia, igualdad y solidaridad". Este es el mejor antídoto contra el fascismo.

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