El presidente, Pere Aragonès, y el líder del PSC, Salvador Illa.
07/03/2024
3 min

El objetivo del PSC ya no es ser –solo– el dique de contención del independentismo. Lo que quieren los socialistas catalanes es convertirse en lo mismo que el PP en Galicia, es decir, un partido “regionalista” sensato, interclasista, que represente los intereses de todos los sectores conservadores –derecha e izquierda–. Un partido que garantice paz y buenos alimentos, ausencia de sorpresas, más actitud que ideología. Que detenga las pulsiones de cambio que, en Catalunya, representa el soberanismo; y que refuerce al PSOE para evitar el acceso del PP a la Moncloa. Salvador Illa es un candidato nihilista: representa la ausencia de entusiasmo como activo electoral. Una fórmula propia de un país agotado.

Esta estrategia tiene poco desgaste y se fundamenta, como en las artes marciales, en la utilización en beneficio propio del impulso del rival. La amnistía, por ejemplo, es (o será) un éxito de los partidos soberanistas. Pero el PSC se la atribuye como una hábil concesión para dejarlos sin relato. Y una parte del independentismo, el más irredento, los ayuda, con su incapacidad para reconocer una victoria parcial cuando la tiene delante.

La conducta del PSC es suficiente para ganar las elecciones municipales y generales, como se ha visto. Ahora bien, las elecciones catalanas son otra cosa. El PSC nunca las ha ganado (en escaños), ni siquiera en los años de oro del felipismo. Hoy en día, a pesar de la desorientación independentista, en unas elecciones al Parlamento catalán sigue aflorando una especie de amor propio que favorece a los partidos de obediencia catalana. En parte porque sube la abstención de los votantes con "carné" español. Y en parte porque, para el catalán medio, sigue siendo importante que el presidente del país gobierne sin estar supeditado a una estrategia que se dicta desde Madrid. Esa es la esperanza que hace que ERC y Junts piensen que todavía hay partido.

El gobierno de Pere Aragonès se está mostrando débil pero hiperactivo, en modo de precampaña. Pese a las críticas que se le puedan hacer, ha aprobado presupuestos cada año, de corte expansivo, estabilizando la situación política. El nivel previsto de gasto en materia social, en cultura y en la lucha contra la sequía, en 2024, es muy notable. Pero ERC no tiene los escaños necesarios para emprender grandes iniciativas, de esas que dan titulares (a la espera de la propuesta que haga sobre el aeropuerto de El Prat, que por cierto ya existe). Los logros mediáticos de los republicanos han sido en Madrid, rentabilizados por Junts y el PSC.

Aragonès ha pactado con los socialistas, no tanto por ideología sino porque le gusta la estabilidad. Pero Sergi Sabrià acaba de decir que "en ningún caso" harán presidente a Salvador Illa (una afirmación que ha sido replicada abiertamente por Joan Tardà, el eterno verso libre de los republicanos). ¿Es posible, pues, un nuevo pacto ERC-Junts, teniendo en cuenta que lo único que les une (la independencia) está fuera de programa? Cuesta de creer. Cualquier otra opción –gobierno del PSC con ERC o Junts– me parece más probable... pero primero hay que saber en qué se convierte Junts, ya sin borrasistas pero con Puigdemont como factor X, gracias a la permanente guerrilla judicial, que es el principal problema de España como "estado de derecho". Lo que nos lleva a otra pregunta: si los jueces se salen con la suya, ¿pactará Salvador Illa con partidos que tienen a condenados por “terrorismo”? ¿Pueden estos “terroristas” formar parte de la mayoría que aún sostiene Pedro Sánchez? Más aún: ¿nos dejarán votar “terrorista”, si nos apetece?

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