

La frase de Elon Musk que da título a este artículo puede ser cierta, pero precisamente por eso puede ser terrorífica. Es cierto que los medios de comunicación han realizado a menudo una tarea de intermediación nefasta, que los filtros están viciados, que las líneas editoriales son sospechosas de parcialidad subvencionada, y que con demasiada frecuencia ha parecido que las instituciones democráticas pretendían controlar el pensamiento a través de los medios tradicionales. En este sentido, que las redes sociales hayan "tomado el poder" y puedan ser el vehículo de los grandes cambios, incluso de revoluciones, discutiendo la versión oficial de los hechos y haciendo que la "verdad" necesite lucharse todos los días en la arena, puede ser algo positivo. Muy positiva, de hecho: "sin filtros" desaparece el muro de la dirección política y de la manipulación institucional de la información (a pesar de la evidente sumisión a los caprichosos algoritmos). Esto, en sí, es una buena cosa. El Proceso catalán, de entrada, no habría podido dar ni un solo paso sin las redes sociales: recordemos el apoyo que prestaron personajes como Assange, o cómo dieron la vuelta al mundo los vídeos del referéndum del 1-O, o incluso la orden imperativa de la cantante Björk el mismo día del referéndum, diciendo a los catalanesDeclare independence". Fuimos los medios, "we are the media". Y el problema, pero y paradójicamente, también es que "we are the media".
Lo recordaba Albert Serra hace unas semanas en la comida-coloquio que ofreció en el Círculo del Liceo: las redes hacen que la gente piense que el éxito son los likes. Así es imposible que surjan grandes cineastas, o que se trabaje por objetivos ambiciosos, o que se focalice la atención en grandes proyectos. Si el objetivo es tener likes, no sufra que lo tenga. Muchos. Ahora bien, mientras alguien se está tomando la vida o el cine muy en serio y sabe, como decía Joan Maragall, que el futuro de la Humanidad depende de cómo ejecute su oficio. No del repujado, o del número de los seguidores, o del enésimo vídeo de gatitos que nos prestamos a compartir. El problema de nuestra libertad, de nuestra capacidad ilimitada para recibir y emitir mensajes, es esa libertad misma. Ahora incluso podemos publicar de forma no censurada o controlada, ya que, como con Wikipedia, X y Facebook, han decidido darnos el control exclusivo de nuestros propios contenidos (algoritmos aparte, claro). Y es que el problema de ser libre es el daño que puedes hacer, a los demás ya ti mismo: por mucha verdad que sea lo que escribes en la red, las palabras son hechos y, por tanto, pueden ser bombas. Llenas de verdad, llenas también de innecesidad. El mundo se ha transformado en un pim-pam-pum anárquico que, sin embargo, estoy seguro de que se acabará autogestionando de forma natural. La sangre que puede correr por el camino, sin embargo, estremece.
Nosotros asociábamos la censura al fascismo. En el nazismo. A Franco, a quienes prohibían idiomas y bailes e himnos. La paradoja es que, ahora, quien Musk señala como censoras son las democracias. Los sistemas nacionales e internacionales, las corporaciones públicas y privadas que deciden de qué hablar y qué no, qué es correcto y qué es incorrecto, qué es fake news y qué es verdad incontestable. No es raro que este mecanismo de control de la información se haya desmenuzado. La censura sólo funciona si hay consenso para censurar, la censura no es mala en sí misma: todos nosotros nos censuremos, antes de decir cualquier tontería en una sobremesa o en una oficina. La censura hace higo, sólo, cuando existe un gran desacuerdo sobre las razones que la fundamentan. Las democracias occidentales se han quedado sin razones para censurar demasiadas cosas. Como ejemplo, hace sólo diez años era imposible oír un discurso antiinmigración y no reaccionar directamente con un "ni hablar, ¡de eso!". Enseguida aparecían los fantasmas de la Guerra Mundial y los reductio ad Hitlerumque tanto alborotan al gallinero europeo, y el tema quedaba apagado bajo cordones sanitarios y exorcismos verbales. ¿El resultado? Ahora es el tema de todos los días.
Que nosotros seamos los media pide una responsabilidad extra. Pero la pregunta es: ¿si somos realmente libres para decir lo que queramos, dónde está el movimiento digital que combata la moda Trump-Musk? ¿Dónde están los contenidos potentes, los mensajes y los líderes progresistas capaces de ganar el discurso, ganar las elecciones e incluso comprar X o TikTok? El gran drama no es que ahora seamos los media: es que, ahora que lo somos, no sabemos cómo utilizarlos a favor. Y ellos lo han sabido. Madre mía, ¡si han sabido!