¿Se acabó el exilio de Carles Puigdemont?

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Carles Puigdemont a su llegada el Arco de Triunfo

BarcelonaLa última jugada de Puigdemont, más allá del troleo a los Mossos y su capacidad para convertir sus actos en episodios de película de aventuras, ofrece dudas sobre cuál será el rédito político concreto y también sobre el relato que lo justificará. En primer lugar, porque el líder de Junts había proclamado con la máxima solemnidad que la etapa del exilio había terminado tras la aprobación de la ley de amnistía y que estaba dispuesto a cumplir la promesa de asistir al pleno de investidura y, por tanto, a ser detenido. La primera pregunta que debe hacerse es, pues, si es cierto que se ha acabado o no la etapa del exilio.

Si en las próximas horas o días Puigdemont aparece en Francia o Suiza, habrá conseguido su objetivo de no ser detenido, pero su peripecia no habrá tenido ningún efecto real sobre el escenario político. De hecho, ni siquiera habrá logrado aplazar unos días la investidura de Salvador Illa. Y, lo más importante, habrá incumplido (de nuevo) la promesa de volver (definitivamente). Es por este motivo que entre los miembros de Junts más disconformes con la jugada estaban los más contrarios a su regreso, quienes pensaban que era un error dejarse encarcelar. Si no quería ir a prisión, afirman, habría sido mejor no arriesgarse a venir. Porque ahora si es detenido contra su voluntad la sensación de fracaso será enorme.

La maniobra escapista también ha terminado de romper todos los puentes con ERC, ya que el principal señalado es el conseller Joan Ignasi Elena, al tiempo que también compromete el acercamiento a cierto establishment que vimos en campaña, por ejemplo con la fotografía que se hizo con la plana mayor de Foment del Treball. Ahora mismo, todo este establishment añorado del papel histórico que jugó CiU está completamente alineado con el PSC pese al programa de izquierdas que ha firmado con ERC y comuns. La pregunta es si son compatibles estos episodios con la voluntad de representar a los sectores sociales que tradicionalmente habían apoyado a CiU, y que hoy se han reducido a la mitad (35 diputados) desde el máximo de Jordi Pujol (72 en 1984).

La soledad de Junts

El único acto que sí cambia, y de forma profunda, el panorama político en Catalunya es la investidura de Salvador Illa y la puesta en marcha de un Govern que apunta a ser más sólido de lo que se podía pensar en un inicio. Pasará mucho tiempo antes de que ERC y Junts puedan volver a pactar, y de hecho el abismo entre las bases de los dos partidos es cada vez más amplio. Esto es un problema básicamente para Junts, que este jueves han mostrado una inquietante soledad política en el Parlament y corren el riesgo de convertirse en los happy few. Si no pueden pactar ni con ERC ni con el PSC, y ya no digamos comuns o CUP, ¿con quién lo harán?

En cambio, el PSC de Salvador Illa se mantiene no solo como el partido hegemónico, sino el que concentra más poder y tiene mayor capacidad de pacto a ambos lados (mantiene muchos acuerdos municipales con los de Junts). En política debe verse la jugada a largo plazo. Y los golpes de efecto suelen tener una corta vida.

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