Diplomacia

La apuesta exterior de Sánchez le abre un frente interno en Madrid

El presidente español no ha encontrado todavía ningún apoyo en su giro en Marruecos

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El presidente español, Pedro Sánchez, en una intervención reciente en el Congreso .

BarcelonaCuando el polvo del Sáhara llega a la península Ibérica –esta última semana hemos tenido un ejemplo– el cielo se vuelve apocalíptico durante un rato con una paleta de tonos que van del amarillo al rojizo. Un espectáculo visual que, aun así, acostumbra a acabar en otro fenómeno menos vistoso: la lluvia de barro. La metáfora, lo podéis ver, se hace sola. El presidente español, Pedro Sánchez, levantó polvareda en el norte del África el viernes por la tarde cuando, por sorpresa, se hizo público un acuerdo histórico entre España y Marruecos por el cual el Estado rompía su neutralidad y se alineaba con la propuesta marroquí de autonomía para el Sáhara Occidental, pero el polvo del desierto norteafricano puede acabar convirtiendo también para Sánchez el Congreso en un fangal.

Porque el arriesgado movimiento geopolítico en Marruecos ha dejado, por ahora, solo al presidente español. En las últimas 48 horas no ha habido ningún rincón del hemiciclo que se haya posicionado junto a Sánchez, que, en cambio, sí que ha recibido críticas de todos lados: desde las de sus socios de coalición de Unidas Podemos –que se desmarcaron desde el minuto uno del acuerdo con Marruecos– hasta las de los partidos de la oposición, que han encontrado un abanico bastante amplio de motivos para criticar Sánchez para mostrar una unanimidad inusual que va desde el PP a la CUP pasando por Esquerra –que ayer tildaba “de equivocación garrafal” el movimiento de Sánchez–, Junts per Catalunya y Ciutadans.

Discusión interna

De hecho, incluso dentro del PSOE han surgido voces que cuestionan –levemente, eso sí– el movimiento de Sánchez. Es el caso de la presidenta balear, Francina Armengol, que el sábado por la noche marcaba distancias con el gobierno español y a través de sus redes sociales subrayaba que, pese a los “momentos complicados”, hace falta “más que nunca respetar y defender” los derechos humanos y defendía que el pueblo saharaui “merece vivir en paz y libertad”. Hay que tener en cuenta que el programa electoral del PSOE en 2019 –en el de las elecciones de abril– defendía una solución del conflicto que fuera “respetuosa con el principio de autodeterminación del pueblo saharaui”, si bien ya rebajaba la promesa del programa electoral del 2016 y no hablaba ya explícitamente de cumplir con las resoluciones de la ONU sobre el Sáhara Occidental.

Ahora bien, la amplia gama de críticas tiene matices que van desde el contenido del acuerdo con Marruecos –y el hecho de que se renuncie al referéndum de autodeterminación desoyendo las resoluciones de la ONU– hasta las formas en las que se ha anunciado. Este último es el caso del PP, que todavía no ha entrado a valorar el fondo del pacto con Marruecos y ha centrado sus críticas en el hecho de que Sánchez haya dado este paso sin compartirlo antes con el principal partido de la oposición. El sábado el líder in pectore de los populares, Alberto Núñez Feijóo, censuró que el gobierno español haya “roto el consenso de 50 años” en materia de política exterior y alertó de los riesgos que puede tener la operación.

Es aquí, en las consecuencias del movimiento en Marruecos, donde Sánchez se juega su crédito. Si la operación sale bien para el gobierno español –se acaba el conflicto pesquero con Marruecos, se rebaja la presión en la frontera ceutí y Melilla y se mantiene el gas argelino–, el presidente español saldrá reforzado, pero si alguna de estas patas tambalea, Sánchez puede quedar muy tocado. De aquí que en el ministerio de Exteriores se esté pendiente especialmente de los movimientos de Argelia –ayer la portavoz, Isabel Rodríguez, reivindicaba la relación “sólida” con el país norteafricano–, que hasta ahora se ha mostrado crítica con el gobierno español y ha llamado a consultas a su embajador en Madrid.

Un choque con Argelia que afectara el suministro de gas –el país norteafricano es el principal suministrador de gas del Estado– podría ser fatal para Sánchez, que en las últimas semanas ha iniciado una gira internacional para reforzar el papel de España en el cambio de modelo energético de una Unión Europea que busca reducir su dependencia del gas ruso y que ve en los gasoductos argelinos una oportunidad de hacerlo. Una gira que continuará hoy con dos visitas de peso: Sánchez se reunirá primero en París con el presidente francés, Emmanuel Macron, y en Bruselas con el primer ministro Belga, Alexander De Croo.

Será en el encuentro con Macron cuando Sánchez tendrá que hablar por primera vez del acuerdo con Marruecos –ha guardado silencio todo el fin de semana– y dar explicaciones sobre por qué después de más de 45 años España ha roto la neutralidad y se ha desmarcado de las resoluciones de la ONU sobre la autodeterminación del Sáhara Occidental. Lo hará, eso sí, desde Francia, uno de los países que, como Alemania, ya había virado y había defendido el plan del Marruecos para el Sáhara después de que Estados Unidos reconociera la soberanía de los marroquíes sobre el pueblo saharaui. Un paraguas internacional sin el cual Sánchez no habría dado el paso en Marruecos, y que ahora le puede ayudar a sofocar el frente interno.

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