El bar de Iglesias donde todo el mundo es bienvenido (excepto Yolanda Díaz)

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Fachada de la Taberna Garibaldi, el nuevo bar de Pablo Iglesias en el barrio madrileño de Lavapiés.

MadridPara la gente acostumbrada a moverse por los ambientes políticos madrileños, la figura de Bertrand Ndongo es bastante conocida. Se trata de una persona nacida en Camerún que trabaja en medios de ultraderecha (y de ahí el apelativo "el negro de Vox", con el que se le conoce en las redes), ya saben, esos que no hacen periodismo sino agitación y propaganda. Este martes Ndongo, que ahora trabaja en Periodista Digital, se ha acercado a las ocho de la tarde hasta el bar promovido por Pablo Iglesias en el barrio de Lavapiés con la idea de provocar a los asistentes. Pero el buen rollo era de tal calibre que le ha sido imposible.

Primero lo ha intentado con un tipo de estética alternativa que se veía de lejos que llevaba horas de fiesta, pero que en lugar de caer en la provocación ha lanzado un soflama de paz y amor al más puro estilo hippie: "Sé que es inaudito que un vicepresidente ponga un bar, pero quiero pensar que en democracia, seas de izquierdas o derechas, debes querer siempre que a la gente le vaya bien, ¿no?", le respondía a un Ndongo que no acababa de saber si le estaban tomando el pelo o no.

Luego lo ha probado con un grupo de jóvenes para ver si se quejaban del precio de la cerveza (3 euros la botella), pero tampoco ha salido adelante. Y al final se ha cansado, ha hecho el suyo stand-up enfotiéndose de la concurrencia y se ha ido sin que nadie le dijera nada.

La Taberna Garibaldi

Y es que ese era el ambiente que se respiraba este martes en su estreno en la Taberna Garibaldi, el bar patrocinado por Pablo Iglesias que aspira a convertirse en un nuevo lugar de encuentro de la izquierda alternativa madrileña. El local es una antigua peluquería (fuera conserva las baldosas con los anuncios: "Higiene" a un lado y "Desinfección(al otro) que ya ha tenido una vida como local de copas y ahora se ha reconvertido en lo que se podría definir como garito.

El cantautor Carlos Ávila, que ya tiene una cooperativa bar en Toledo, es el responsable, aunque afirma que la idea es totalmente de Iglesias y del poeta Sebastián Fiorilli. "Es él quien hace dos meses empezó a buscar un local, y hace tres semanas nos hemos puesto. Me hubiera gustado tener algo más de tiempo", explica visiblemente agobiado por el gentío que ocupa la calle cerveza en mano . "Por favor, las cervezas llévelas más cerca de la puerta o dentro", suplica a los parroquianos. Poco después, pasa una patrulla de la policía municipal arrojando destellos intimidatorios. "Me sabe muy mal no poder hablar más contigo", se lamenta.

Dentro se nota que no han tenido demasiado tiempo para preparar la infraestructura hostelera (todo está a punto de terminarse), pero sí para decorar el local. Lo que hay te indica rápidamente en qué territorio te encuentras: una bandera palestina en la barra, una fotografía coloreada de tres milicianas armadas durante la Guerra Civil y cuadros de estética del realismo soviético. La sala interior está presidida por dos pósters de dos comunistas con glamour como Raffaella Carrà y Pepa Flores.

El público, de todas las edades, viste según los códigos tribales que impone la actual guerra cultural madrileña: si los cayetanos van con pantalones de color beige, mocasines con borlas, camisa blanca y jersey en el cuello, aquí el uniforme consta de gorro peakyblinder, barba, pantalón de tubo y zapatillas Vans en ellos, y piercings, colores negros y botas en ellas. También hay gente mayor con la típica americana de pana, que nunca pasa de moda. La carta no tiene pérdida: puedes pedirte un Fidel Mojito con una enchilada Viva Zapata, o un Gramsci Negroni con un salmorejo partisano. Si algo sabe Pablo Iglesias es de marketing.

Interior del nuevo bar de Pablo Iglesias en Lavapiés.

Todo el mundo se ríe y comenta que la apertura del bar es una gran idea. "¡A ver si vemos a Pablo!", repiten unas mujeres. Pero Pablo a esa hora no está. En una mesa la conversación gira en torno a Yolanda Díaz, que seguramente es la última persona que se espera allí. "¡Qué pena esta Yolanda!", suspira uno. En ese momento pienso que si yo fuera Miguel Ángel Rodríguez (¡Dios me guardo de caer tan bajo!), le habría recomendado a Isabel Díaz Ayuso pasar a hacerse una birra. Al fin y al cabo, ella e Iglesias nacieron el mismo día y hablan el mismo idioma.

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