MadridLos resultados electorales del 23-J han dejado lecciones para todos. Lo importante es que han servido para parar la ofensiva de la extrema derecha en España. Vox pudo poner las cosas muy difíciles en el PP en caso de que los populares hubieran necesitado a sus 33 diputados para llegar a la mayoría absoluta. La dinámica de bloques no se ha roto y las negociaciones para permitir iniciar la legislatura y dar una mínima estabilidad al gobierno serán bastante complicadas. Como una de las lecciones principales cabe constatar que muchos, si no todos, caímos en la trampa de la supuesta fiabilidad de las encuestas, que hicieron creer a mucha gente que el resultado estaba prácticamente decidido y que marcaría el fin de la era de Pedro Sánchez.
Hay cierta relación entre ambas cosas. Es decir, Vox ha sido más protagonista de lo que pueda parecer en esa batalla electoral. Ha servido para movilizar mucho voto que, sin estar identificado con los socialistas, en modo alguno quería instalar en el poder dirigentes partidarios de respuestas autoritarias ante cualquier tipo de conflictos. Y el PP se equivocó mucho creyendo que podría repetir la experiencia de las elecciones andaluzas. El presidente andaluz, Juan Manuel Moreno, demostró más cintura que el líder de su partido, Alberto Núñez Feijóo. De entrada, Moreno supo estar en el debate en el que la candidata de Vox, Macarena Olona, le amenazaba con no apoyarle aunque sólo le faltara un voto, si no la dejaba entrar en el gobierno andaluz.
Engañado por las encuestas, en cambio, Feijóo no quiso acudir al debate a tres –Pedro Sánchez, Yolanda Díaz y Santiago Abascal– con las que Televisión Española trató de compensar la negativa del PP a aceptar que su líder protagonizara un frente a frente con el presidente del gobierno. La lección en este caso es que nada se puede dar por hecho, y que el absentismo es siempre una actitud negativa, incluso para aquellas personas que no siguen con especial interés los debates electorales. Huir, evitar las convocatorias que dan la oportunidad de defender las propias convicciones y proyectos da idea de debilidad y falta de carácter.
¿Se rehará Feijóo de este encontronazo? Por el momento sí. Tras la caída le tocó volver a subir a la bicicleta y pedalear. Sin embargo, es verdad que la bicicleta a la que ha subido es de las estáticas. Ya puede correr, ya, que no avanza ni logra acercarse a la línea de meta. Por el contrario, sus llamadas, como la hecha en el PNV, sólo están sirviendo para remarcar su soledad. El partido de Ortuzar le ha dado un portazo muy sonado. Y mientras tanto la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, se deja querer. Obviamente, no le ha llegado el momento, y ya veremos si le llega, pero no cabe duda de que en Madrid tiene una imagen ganadora de la que Feijóo ha quedado muy lejos. Lo que debe resultar duro para él es que sea Ayuso quien le defiende, al tiempo que asegura que volverá a ser el candidato popular en las próximas elecciones. Es como si fuera ella quien le diera permiso para volver a intentarlo.
El encargo del rey
No me extrañaría, en todo caso, que el rey Felipe VI hiciera a Feijóo el encargo de ser el primero en intentar la investidura como candidato a la presidencia del gobierno. La posición del PP no puede ser más contradictoria, porque sigue predicando a favor de que gobierne la lista más votada al tiempo que sigue cerrando pactos con Vox donde los números se lo permiten y con el objetivo de desbancar a los socialistas, aunque éstos sean los que han recibido mayor apoyo electoral. Ahora bien, en el conjunto del Estado los populares han quedado por delante del PSOE y si lo piden es posible que el monarca les deje hacer. Y juraría que a Sánchez esa perspectiva no le produce ninguna inquietud. Por el contrario, diría que quizás está deseando un cara a cara parlamentario con un Feijóo doblemente perdedor, tanto en las elecciones –por no tener suficientes aliados en los que apoyarse para llegar a la mayoría absoluta-, como en el Congreso, donde la imagen que puede acabar dando sea la de predicar en el desierto, reclamando un agua que nadie está dispuesto a darle.
El reto de Pedro Sánchez es más complicado. Por eso no tiene prisa. Ya ha hecho lo más difícil. Pero a él sí que le tocará negociar y explicar los acuerdos a los que pueda llegar. Ésta es la razón por la que le puede resultar tan conveniente ver cómo, antes de que él pueda anunciar pactos, Feijóo se desgasta en el Congreso. Pero lo que no podrá hacer Sánchez es jugar con términos constitucionalmente excluidos, como los de amnistía y autodeterminación.
Trato diferenciado, que no privilegiado
Lo que sí puede hacer Sánchez para buscar la colaboración de ERC y de Junts es dar un trato diferenciado –aunque no necesariamente privilegiado– a Catalunya. PP y PSOE lo han hecho cuando les ha convenido. Cataluña ha perseguido siempre una relación directa con el gobierno, y la ha tenido en distintas etapas. Días atrás señalé la lengua y la financiación autonómica como los dos campos a defender en la próxima etapa. Quizás parece poco, pero no lo es, y se puede empezar por ahí. Si se puede garantizar la ausencia de hostilidad hacia la lengua y el compromiso de una mejora de la financiación de la administración y los servicios públicos en Cataluña se habrá puesto una primera piedra interesante. ERC y Junts también deben preguntarse cómo es que el PSC ha hecho tan buen resultado electoral renunciando a todo aquello que no tenga cabida en la Constitución.
En el caso de Junts –que con el recuento definitivo tiene un voto decisivo en sus manos– existe una dificultad con nombre propio: Carles Puigdemont. Es difícil que su situación personal y judicial forme parte de la negociación. El juez Llarena puede haber facilitado que no haya urgencias al respecto, al no reiterar la euroorden por la detención del expresidente. Pero el Supremo ya ha demostrado que no forma parte de ninguna vía ni mesa negociadora. De momento, lo mejor que le puede ocurrir a Puigdemont es que los jueces belgas sigan encontrando motivos para no entregarle a la justicia española.