BarcelonaDurante el puente de la Purísima de 2008 las negociaciones sobre la financiación autonómica entre los gobiernos español y catalán están en punto muerto y José Luis Rodríguez Zapatero convoca una comida en la Moncloa para intentar desatascarlas. Por parte catalana asisten el presidente de la Generalitat, José Montilla; el conseller de Economia, Antoni Castells, y su número dos, Martí Carnicer. Por parte española, además del propio Zapatero, se encuentra el entonces vicepresidente segundo y ministro de Economía, Pedro Solbes; el secretario de estado Carlos Ocaña, y el director de gabinete del presidente, José Enrique Serrano. La conversación sube de tono. Zapatero intenta convencer a la parte catalana, que están en teoría de su partido, que bajen del burro para no provocar un agujero en las cuentas del Estado y sollevar al resto de autonomías, especialmente a Andalucía. Pero el tándem formado por Montilla y Castells no afloja, no aceptan la última oferta y se marchan de la Moncloa con la sensación de que será muy difícil llegar a un acuerdo. Quien afloja finalmente es Zapatero, que en abril de 2009 releva a Solbes y le encarga a su sustituta, Elena Salgado, que cierre un acuerdo con Castells, algo que finalmente ocurrirá en julio. Después, como es sabido, el propio sistema se hizo extensivo al resto de autonomías.
Esa postura de firmeza no gustó a todo el mundo del PSC, donde los sectores más cercanos al PSOE consideraban que Castells estaba tensando demasiado la cuerda y que la función de Montilla no era la de ponerle las cosas difíciles a Zapatero. Lo relevante de la experiencia de los más de dos años que duró aquella negociación, y que ya venía precedida de otros dos para pactar el marco general que se incluiría en el Estatut, es que el entonces primer secretario del PSC y presidente de la Generalitat, José Montilla, nunca aceptó nada que no fuera una negociación bilateral con el Estado. Y cuando en algún momento se le planteó algo distinto, como verse con el andaluz Manuel Chaves, lo rechazó.
Muchos de los líderes actuales del PSC, una vez el grueso del sector catalanista ha abandonado el partido, no tienen un buen recuerdo de aquella experiencia y, por supuesto, no querrían repetirla. Es lícito preguntarse, por tanto, si Salvador Illa adoptaría el mismo rol que José Montilla en su momento y sería capaz de decirle no varias veces a Pedro Sánchez hasta lograr un acuerdo satisfactorio para Catalunya. Pero, claro, para saber si es satisfactorio antes habría que conocer cuál es el modelo concreto que propone el PSC. Y también habría que saber si Illa está dispuesto a encabezar una negociación bilateral como la de Montilla o quiere negociar con todos los presidentes autonómicos a la vez cuando nunca hasta ahora se ha hecho así porque hace inviable el acuerdo.
La conclusión es que en estas elecciones se puede dar la paradoja de que el partido que más ha reflexionado y ha producido más literatura sobre la financiación autonómica desde una perspectiva federal, con expertos en la materia como Castells pero también otros , y que ha influido de forma directa en todos los cambios de sistema que ha habido hasta ahora, incluso cuando quien negociaba sobre el papel era CiU, acuda a las elecciones sin una propuesta concreta para no molestar a Sánchez. Aquí puede estar el talón de Aquiles del PSC en esta campaña.