Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, reunidos en la Moncloa para hablar del aumento del gasto militar
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MadridEn el orden interno, la gran novedad de los últimos días ha sido la visita a la Moncloa de interlocutores políticos que se encuentran en el Congreso, pero que el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, ha preferido convocar individualmente. Podía pensarse que la opción daría lugar a un contenido más o menos confidencial, que se buscaba la oportunidad de conseguir aproximaciones más difíciles de obtener en las sesiones del Congreso. Pero no fue así. La legislatura sigue dominada por estrategias que responden al interés inmediato. Nadie cede ni un palmo de terreno. No se puede mostrar debilidad. La sonrisa de Sánchez cada vez que recibía a alguno de los invitados al diálogo sobre las nuevas prioridades europeas en materia de defensa y seguridad no ha reflejado el clima de los contactos.

La desconfianza, de todos contra todos, sigue siendo patente. Sin embargo, la nueva situación internacional y el replanteamiento de las prioridades de la Europa comunitaria interpelan muy directamente a las fuerzas políticas y reclaman responsabilidad. Esta exigencia pesará de forma muy fuerte sobre los hombros de socialistas y populares, que tarde o temprano tendrán que reencontrarse, porque no tiene sentido alimentar ficciones. Desde que el PSOE se convirtió al atlantismo y se jugó la continuidad en el gobierno con un referéndum sobre la permanencia de España en la OTAN, las diferencias con el PP sobre las grandes decisiones en materia de defensa han sido mínimas, si dejamos aparte aspectos o episodios concretos que responden a otra lógica como el Sahara o la guerra de Irak, y que los socialistas han destinado más fondos a gasto militar que el PP durante los años de presidencia de Rajoy.

En los próximos meses, este diálogo deberá tener continuidad. Y sin demasiados complejos. El país ha cambiado mucho desde esa experiencia del ingreso en la OTAN. Casi todo el mundo puede entender que han quedado muy atrás las propuestas de aislamiento de un país como España, potencia media del sur de Europa. Prepararse para un esquema distinto de seguridad, menos dependiente de Estados Unidos, es una necesidad, y relativamente urgente. Europa debía reaccionar, y lo ha hecho, lo está haciendo. Tiene razón Sánchez cuando explica que debe aprovecharse la ocasión para cerrar filas con países, como los nórdicos y los Bálticos, que esperan solidaridad para apoyar sus angustias, desde que hace ya más de tres años Putin inició la invasión de Ucrania. De hecho, la victoria de Trump y el cambio de posición de los americanos respecto a Europa ha precipitado decisiones que deberían haberse tomado hace años. Por supuesto, desde 2014, por ejemplo, con la anexión rusa de la península de Crimea.

Sánchez, que siempre ha buscado dar una proyección internacional a su ejecutoria como presidente, es muy consciente del reto que supone para España ese giro radical en la reflexión de Europa para garantizar su seguridad. Su gobierno de coalición se la juega dentro y fuera del país. Quizás también por eso la infrecuente deferencia de recibir en la Moncloa a los líderes y portavoces de los partidos con representación parlamentaria, excluido Vox. Pero las amabilidades y sonrisas de circunstancias deben ser compatibles con dos tipos de lealtad. En primer lugar, la que debe tener con la sociedad española para no realizar juegos de manos y ocultar información sobre los costes de la operación defendamos Europa. Esto significa dar un papel esencial al Parlamento en el control de la acción de gobierno en este capítulo. Y, en segundo lugar, deberá ser capaz de mantener el compromiso adquirido de evitar que el nuevo gasto militar y de seguridad –cibernético, por ejemplo– perjudique al amplio capítulo de políticas sociales que el PSOE ha tratado de impulsar en paralelo al crecimiento económico. El papel de Podemos y de Sumar debería orientarse más en esa dirección.

En el caso de los primeros, será difícil porque siguen instalados en una mentalidad de raíces históricas e ideológicas profundas, que tiene un punto de ingenuidad. Es lo que más vale gastar en hospitales y escuelas que en armamento. Que se lo pregunten a los palestinos de Gaza. No sé cuántos centros sanitarios y cuántas aulas les quedan incólumas en su territorio, lo que Trump quiere convertir en un paraíso del lujo para el turismo. Por otra parte, en el caso de Sumar debería ser innecesaria la repetición de escenas como la del reciente encuentro entre Pedro Sánchez y Yolanda Díaz, aunque sólo sea porque ambos se sientan en el propio consejo de ministros. La vicepresidenta tiene sus necesidades electorales, pero no las llenará en los sillones de la Moncloa, sino perseverante en el capítulo social de la acción de gobierno, que por las razones dichas deberá ser objeto de protección y garantía.

El papel de Feijóo

Para Feijóo, esa situación debería representar una oportunidad. Al inicio de la legislatura, el líder del PP propuso, entre otras posibilidades, cierto reparto del espacio y el tiempo de gobierno con el PSOE, para pedir que le dejaran arrancar y analizar los resultados dos años más tarde. Fue una propuesta ciertamente rara, más propia de los gobiernos municipales. Pero me pregunto qué estaría diciendo y pidiendo ahora si los socialistas lo hubieran permitido, algo inverosímil con Sánchez al frente. Donde quiero ir a parar es en la constatación de que el rearme de Europa no admite disidencias entre el gobierno y la oposición popular. Vox ya ha llenado su cuota con los paseos de Abascal por algunos actos en Washington en los últimos meses, y con cuatro abrazos en Milei. El papel de Feijóo debe aspirar a ser más consistente y serio. El líder popular no es un Manuel Fraga del siglo XXI. La actuación descentrada de la derecha española en relación a la permanencia en la OTAN es irrepetible. La cuestión no es que el PP tenga que correr para auxiliar a Sánchez, sino que debe aprovechar la ocasión para reforzar su imagen de partido de gobierno a pesar de Mazón.

Mientras tanto, desde Cataluña conviene la participación activa, no contemplativa, y la paciencia. Ya se ha dejado de hablar de financiación, soberanía fiscal y control de fronteras e inmigración. Ahora todo esto parece pequeño, comparado con el nuevo desorden mundial. Pero el propósito debería ser el mismo, huir de la política virtual, afrontar los debates cuando toca, y aprovechar las ocasiones cuando se presentan. También esto es un reto, se lo puedo asegurar.

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