La euforia socialista

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Pedro Sánchez es nombrado presidente con 179 votos a favor

BarcelonaEn las inmediaciones de la Navidad del año pasado se celebraba la habitual copa de las fiestas en la Moncloa, en un ambiente de fingida relajación. La ley del solo sí es sí estaba dejando un rastro de delincuentes sexuales liberados o con condenas rebajadas, la inflación no cedía y las encuestas seguían siendo favorables a un cambio en la dirección del país. Pero Pedro Sánchez y su entorno se apresuraban en transmitir el mensaje de que nada estaba perdido y de que en el 2023 habría partido. Entre nubes cada vez más cargadas se llegó a la fecha clave del 28 de mayo, día de las elecciones municipales y autonómicas, y las urnas certificaron los peores pronósticos. Ayudado por los datos salidos del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), Sánchez tomó entonces una decisión fundamental. La de convocar a las generales para el 23 de julio.

A las puertas del verano, en el PSOE se generalizó una sensación de vértigo. "Ay, que vamos a acabar mal", se decían sus dirigentes. Pero el presidente del CIS estaba convencido de que había una oportunidad clara de reponerse y animaba a Sánchez. Los pactos que el PP empezaba a cerrar con Vox creaban la situación idónea para llamar al electorado. La polarización podía tener también alguna ventaja. Solo había que esperar a que Feijóo fuese dando la imagen de caer en las garras de la extrema derecha. Cinco meses más tarde, en el debate de investidura, Pedro Sánchez solo ha tenido que volver a agitar ese fantasma para que sus aliados –que ya estaban bien atados– se acabaran de convencer de que no había otro camino que el pacto de trinchera. Si alguien aún dudaba, dejó de hacerlo viendo cómo Abascal y el resto de los diputados de Vox abandonaban el Congreso con paso marcial para ir a practicar la agitación en la calle.

Reagrupamiento en torno a la Constitución

En paralelo, la amnistía, fruto de una situación de necesidad que no es solo del PSOE, aparece ahora como un elemento de reagrupamiento político en torno a la Constitución. Nadie que no fuera Sánchez podía dar ese salto mortal. Pero nadie que no fuera Vox podía asegurar el voto de los partidos independentistas vascos y catalanes para el mismo PSOE que aplicó el 155 en Catalunya. No hacen falta muchas más razones para entender la euforia socialista.

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