Déjame decirte

Guardiola pasa por el aro

El candidato de Vox, Ángel Pelayo Gordillo, y María Guardiola después del acuerdo.
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MadridEl Tribunal de Cuentas ha aprobado una instrucción dirigida a los partidos para que extremen el rigor y la transparencia en el control del gasto en la campaña electoral del 23 de julio. Pero no estoy seguro de que haga falta esta cautela. En las elecciones generales, los partidos han optado por los medios de comunicación, especialmente los platós televisivos y los estudios de radio. Ya nadie va a predicar en la montaña. Pero a la hora de la verdad no tendremos lo que sería lógico, es decir, como mínimo dos debates entre Sánchez y Feijóo.

La pelea sobre dónde conviene ir y qué televisiones se tienen que evitar resulta antológica y, una vez más, va en detrimento de la cosa pública, lo que supuestamente es de todos y podría ser el lugar más neutral y representativo. Es lamentable que, después del teórico acuerdo entre fuerzas políticas que al principio de la legislatura se presentó como una nueva etapa para RTVE, ahora el PP haya impuesto el veto y se niegue a concederle la oportunidad de organizar el que tendría que ser el debate más importante de la campaña entre los dos candidatos que pueden acceder –o continuar, en el caso de Sánchez– a la presidencia del gobierno español.

Pero, dicho esto para fijar el escenario en el que nos movemos, el hecho más destacable de este prólogo de campaña es que ha aparecido el aroma del miedo. Lo confirma tanto la gestión que el PP está haciendo de la cuestión de los debates como la variación de estrategia respecto a Vox. Los populares están teniendo problemas serios para controlar el calendario –y, por supuesto, el contenido– de sus pactos con la extrema derecha, y lo que tenía que ser un paseo hasta el Palacio de la Moncloa se les ha complicado en los últimos días. Las encuestas siguen siendo favorables al PP, pero en términos menos rotundos que inmediatamente después de la convocatoria electoral.

Esta evolución, unida a la presión de los medios de comunicación más afines al PP, ha determinado que Feijóo y su equipo de campaña vieran claro que tenían que introducir un giro radical en su estrategia. O, dicho de una manera más directa, se dieron cuenta de que tenían que espabilarse. Sigue siendo curioso cómo determinada prensa marca el camino de los partidos. En concreto, la prensa conservadora de Madrid tiene una gran influencia sobre los populares. En relación con lo que había pasado en Extremadura –donde la candidata del PP, María Guardiola, había rechazado con argumentos de peso la presencia de Vox en su futuro gobierno–, Feijóo recibió un fuerte toque de atención por vía de algunos editoriales que le pedían más atención y determinación para evitar rupturas con el partido de Abascal.

La tesis de los asesores voluntarios del PP ha sido que no había que perder tiempo en peleas con Vox y que es más urgente cerrar pactos y evitar ruidos. Todo esto, para lograr el único objetivo importante, es decir, para echar de la Moncloa a Pedro Sánchez. Para la derecha española no hay en este momento nada más importante que “derogar el sanchismo”. Este es el objetivo de las elecciones del 23 de julio y los acuerdos con la extrema derecha son exclusivamente el medio para conseguirlo. Por lo tanto, se tenía que evitar el riesgo de repetición de elecciones en Extremadura, del mismo modo que hay que hacer todo lo posible para llegar a un acuerdo en Murcia.

Lo más importante ahora para el PP es sacar obstáculos de cara a lo 23 de julio. María Guardiola en Extremadura y Fernando López Miras en Murcia habrían tenido más margen de maniobra si los procesos para sus respectivas investiduras no hubieran coincidido con las semanas previas a unas elecciones generales. Y esto nos lleva a constatar que el líder popular, Alberto Núñez Feijóo, cometió una grave imprudencia cuando dijo que su propósito era dejar las negociaciones a los dirigentes locales y autonómicos de su partido, porque son los que mejor conocen la situación en sus territorios. Nunca creí que la dirección del PP lo podría mirar todo desde la distancia. Era muy ingenuo pretenderlo. Y el patinazo de Guardiola –que con las urnas todavía calientes descartó la entrada de Vox en su equipo– lo ha confirmado.

Ahora bien, ¡cuidado! Las razones que la candidata del PP dio para excluir la posibilidad de gobernar con miembros del partido de Abascal no fueron ningún despropósito. Seguro que Guardiola continúa pensando lo mismo que dijo el primer día, que no querría tener en su gobierno a gente que no condena la violencia machista o de género ni el cambio climático. Y el hecho es que el pacto subscrito con Vox no contiene la primera de estas expresiones y, por otro lado, deja en manos de los nuevos socios el departamento de Gestión Forestal y Mundo Rural. Un cargo, en definitiva, vinculado con el territorio y el medio natural.

El 'groucho-marxismo'

La contradicción es tan flagrante que Guardiola tuvo que pronunciar el pasado viernes, para intentar justificarse, una frase antológica, de resonancias marxistas. Es decir, que podría haber salido del ingenio de Groucho Marx. Este último hizo decir a uno de sus personajes: “Estos son mis principios, pero si no le gustan tengo otros”. Y la candidata del PP a presidir la Junta de Extremadura explicó su cambio respecto a Vox diciendo: “Mi palabra no es tan importante como el futuro de los extremeños”.

Guardiola, por lo tanto, ha acabado pasando por el aro. Ha tenido que asumir, en definitiva, un papel bastante desagradable. Todo ello, para no perjudicar la candidatura de Feijóo y el objetivo esencial del PP en estos momentos, como es poner las bases para una estrecha colaboración con Vox después de las generales y asegurarse su apoyo al líder popular si necesita los votos de la extrema derecha. Una dura lección para la futura presidenta extremeña, que ha tenido que devaluar su propia palabra para seguir las órdenes del partido y aceptar un papel meramente instrumental. Todo lo contrario de lo que nos había dicho el PP sobre la autonomía de sus dirigentes locales y autonómicos.

Pedro Sánchez ha sacado provecho del episodio. Pero no conseguirá lo que querría, que es enfrentarse a Feijóo más de una vez esta campaña. El PP no quiere correr riesgos. Ya ha tenido suficiente con el caso Guardiola y su obligada rectificación. El problema de los populares es que les resultará cada vez más difícil continuar buscando un perfil centrado mientras hagan concesiones y acepten imposiciones como las que se han tenido que tragar en Extremadura.

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