Magda Oranich: "La lucha no significa salir un día y romper cuatro contenedores"
Abogada
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BarcelonaEste 2025, en que se cumplen cincuenta años de la muerte de Franco, es un buen momento para conversar con Magda Oranich Solagran (Barcelona, 1945), la abogada que defendió al último condenado a muerte por el franquismo –el militante de ETA Jon Paredes, Txiki– y que presenció su fusilamiento en Cerdanyola, el 27 de septiembre de 1975. Oranich, a punto de cumplir ochenta años, sigue a día de hoy ejerciendo de abogada con su ímpetu característico. En esta entrevista repasa una vida de lucha feminista, catalanista y animalista, vivida entre la dictadura y la democracia.
¿Qué últimos recuerdos conservas del día, o de la noche, que murió Franco?
— Sabes qué es lo primero que hice después de que Arias Navarro dijera lo de "Españoles, Franco ha muerto"? Llamar a la madre de Txiki, el último fusilado del franquismo. Yo estuve presente en su ejecución, con su madre habíamos hecho buenas migas y lloramos ambas en el teléfono. Sabíamos que sólo que hubiera podido retrasarse un poco , ya no le habrían fusilado.
Es que vino de dos meses.
— ¡Un mes y tres semanas, fíjate! Pero a Franco se obsesionó con que antes de morir, tenía que matar. En los últimos años no había habido muchas ejecuciones, a parte de la de Salvador Puig Antich, que fue brutal y ha dado mucho que hablar. Fueron cinco ejecuciones, una en Barcelona, una en Burgos y tres en Madrid. Ahora se cumplen cincuenta años y hay que recordarlo, porque la juventud no sé si recuerda estas cosas.
Viste la última ejecución del franquismo, la de Txiki.
— Pfff, horroroso. Esas doce horas te diría que son de las peores de mi vida. En la cárcel Modelo, militares, policías y funcionarios de prisiones arriba y abajo. Él nos preguntaba si sería garrote vil o fusilamiento. Yo ya sabía que iba a ser fusilamiento, porque tenían que matar en tres lugares diferentes y para el garrote sólo les quedaban dos verdugos. Los encargados de hacerlo eran un piquete de voluntarios de la Guardia Civil. A las ocho de la mañana salimos de la cárcel, que no sabíamos ni adónde íbamos, con coches y furgones por la autopista. Íbamos a Can Catà, a Cerdanyola, un pequeño terreno militar junto al cementerio de Collserola.
¿Cuáles fueron las últimas palabras de Txiki?
— Estaba atado, ya no pudimos acercarnos, estábamos como a tres o cuatro metros de él, tampoco más. Él quiso cantar el Eusko Gudariak, el himno del soldado vasco. Era impresionante, creo que cantó hasta que cayó del todo. El médico militar casi lloraba, le acompañamos a mirar si Txiki estaba muerto y tuvo que venir el jefe del piquete a dispararle el tiro de gracia en la sien. A mí me dió por recoger los casquillos de las balas. Dispararon doce, pero yo encontré diez. Di unos cuantos a su madre, otros al Museo de Historia de Cataluña y yo me quedé dos, que los tengo guardados.
¿Qué significó para ti presenciar eso?
— Yo creo que es lo peor de la vida, desde todas las perspectivas. Esa impotencia, porque no has podido hacer nada. Hablábamos todas las noches con los abogados de otros condenados a muerte, en Burgos y en Madrid, para ver qué podíamos hacer, qué nos inventábamos. Mucha impotencia.
¿Cuál dirías que es el principal cambio que has vivido en estos últimos cincuenta años?
— El de la mujer, los derechos de la mujer. Nos quejamos y debemos quejarnos, pero la situación de la mujer hace cincuenta o sesenta años no tiene nada que ver. Y yo estoy muy satisfecha, de eso. He luchado para que las mujeres jóvenes pudieran estar como están ahora.
¿Esta última ola de feminismo qué os ha enseñado a las feministas de los años setenta?
— Nos ha enseñado que quizás no lo habíamos hecho todo. Y hay cosas de ahora que incluso a nosotras nos cuesta entender.
Por ejemplo?
— Con determinadas agresiones, a mí no me gusta llamarlas agresión, porque si es agresión de verdad, sí. Normalmente, en cualquier proceso penal, el inocente es inocente hasta que no se prueba lo contrario. Ahora tienes que probar que no lo ha hecho. Se ha dado la contradicción de que justamente han rebajado las penas de violación desde el ministerio de Igualdad. Por ley, siempre debe aplicarse la pena más beneficiosa para el reo, los jueces no tenían culpa alguna. Pero vamos, ahora ya se ha vuelto a modificar la ley. El próximo año hará cincuenta años de las Jornades Catalanes de la Dona. De eso se debe hablar, eh, porque fue un antes y un después. Cuando lo organizábamos, decíamos: seremos 300, tal vez. Vinieron 4.000 mujeres, no cabíamos en el paraninfo de la Universidad de Barcelona, con una fuerza y una ilusión que teníamos todas: Maria Aurèlia Capmany, Montserrat Roig, Marina Rossell tocando la guitarra y mujeres que se levantaban: " Es el primer día que no voy a hacer la comida en casa”. Algo tan tonto como esto y todo el mundo aplaudiendo. Para mí, es de las experiencias más importantes de la vida.
¿Qué cambio crees que te quedará por ver?
— Los derechos humanos, que todavía se conculcan en muchas partes del mundo. Déjame decir también que he visto un cambio muy importante en el tema de los animales, y no hablo sólo del gato y el perro. Es que también han cambiado las leyes en eso.
Durante mucho tiempo pensé que siempre se iba adelante, siempre se mejoraba. Últimamente, creo que a veces también vamos para atrás.
— Vamos atrás en algunas cosas, es evidente. En los derechos de las mujeres todavía quedan cosas como las discriminaciones de sueldo o la violencia de género. Y que la juventud se está haciendo machista, quizás no lo acabamos de hacer del todo bien. O en ocasiones también con la lengua catalana. Con Franco la teníamos prohibida, ahora no está prohibida formalmente, pero o nos ponemos a trabajar o estamos dando pasos atrás. A veces es más fácil cambiar leyes que cambiar mentalidades.
Magda, con los años, ¿no has dejado nunca de luchar?
— Es que forma parte de mi vida, no sé.
Dicen que cuando te haces mayor te vuelves más conservadora. ¿Esto te ha pasado?
— A mí no. No me considero más conservadora. La lucha no significa salir un día y romper cuatro contenedores, es otra cosa.
¿Qué es la lucha?
— Ir poco a poco, e ir cambiando los derechos. En Europa somos unas privilegiadas, pero cuando ves cómo están las mujeres del mundo, queda mucho por hacer. Países donde todo el mundo va y dice que qué bonito y qué guapo... y tienen las mujeres encerradas, vestidas de negro, tapadas.
El día que dejes de luchar, ¿te morirás?
— Sí, supongo. Creo que también he tenido la suerte y la desgracia de haber vivido el franquismo y ver todos esos cambios. Para mí ha sido un privilegio. Estábamos acostumbrados a la dictadura y poco a poco viene la democracia, con todos sus defectos. Estoy contenta de haber visto ese cambio, no de haber vivido el franquismo. Valoramos más las cosas de ahora. Me dicen: "Esto es una dictadura", y yo ya parezco a mi abuela cuando decía "porque no has vivido una guerra".
¿Quieres decir que te rebela cuando últimamente oyes que se dice que vivimos en una dictadura?
— Hombre, ha habido una época, a raíz del 1 d'Octubre, que ha habido momentos en que lo parecía. ¿Cómo puede haber presos políticos en democracia? La gente votando, los golpes que recibían, eso pareció un flash de dictadura. Y todavía sufrimos las secuelas, todavía hay exilio. En una democracia, ¿cómo puede haber alguin exiliado? Hombre, si ha matado no sé cuánta gente, vale, pero por posiciones políticas no puede ser. Pero sí distingo entre dictadura y democracia.
Tu padre no vio morir a Franco por poco. ¿Recuerdas lo último que te dijo?
— Sí, por supuesto, porque yo estaba en prisión y papá me venía a ver.
Entonces estabas en prisión detenida, no como abogada.
— Sí, sí, encarcelada. Lo último que me dijo es: "Esta noche veré a Cruyff y mañana te vendré a contarr qué han hecho". Ese día fue el gol del holandés volador.
Contra el Atlético de Madrid, 22 de diciembre de 1973.
— Papá fue a ver al Barça, el partido acabó sobre las once de la noche y él murió sobre la una y media de la madrugada. De un infarto. No sé si fue por el sufrimiento del partido, no creo. Al día siguiente papá no venía a la cárcel, no venía, no venía, nadie me decía nada. Además, tres días antes habían matado a Carrero Blanco [el presidente del gobierno franquista]. Me dejaron salir para ir al entierro de mi padre.
O sea, tu padre lo último que vio fue el gol de Cruyff.
— A todos nos afecta mucho que se muera el padre o la madre, pero cuando estás en prisión o en el hospital todo es más grave. Por eso, comprendo mucho a los que están exiliados o a los que estaban presos. Cuando estás fuera afecta más. Siempre le decía a Cruyff: "No sé dónde está mi padre, pero lo último que ha visto es tu gol".
¿Cuál es la última vez que te has asustado pensando que este 2025 cumples ochenta años?
— Como todavía quedan muchos meses, porque los cumplo en diciembre, no he pensado mucho en ello. Pero sí asusta, ochenta, porque antes una persona de ochenta era alguien mayor, a quien tenías que ayudar... Por lo que sea, tengo la suerte de encontrarme bien, de estar bien, de tener la cabeza muy clara y, por tanto, hay que seguir. Pero sí asusta, sí.
Estás igual que siempre, cualquiera diría que nunca te ha pasado nada y tú has tenido tres sustos de salud muy fuertes. ¿Cuál es la última vez que has dicho: "De ésta no salgo"?
— Yo creo que nunca del todo, pero sí lo estuve pensando y la familia también cuando tuve covid grave, ingresada con una neumonía doble. Además, fueron los primeros días del estado de alarma –ya sabes que yo lo hago todo rápido–, no podías ver a la familia y sabías que mucha gente se moría. Pero no, la única sensación de muerte fue el cáncer. Esta palabra, cuando te la dicen...
Fue hace muchos años y aún asustaba más, esa palabra.
— Sí, fue un cáncer de pecho hace 24 años. Tenías la sensación absurda que, encima que tenías cáncer, tenías que esconderlo. Ahora la gente lo explica, pero antes lo escondías. Mi abuela le llamaba el mal feo. Y tengo una operación a corazón abierto, que aquí también tuve la idea de que me iba.
O sea, que has pensado unas cuantas veces que te ibas.
— Sí, pero muy poco, todo sea dicho. Es curioso que el diagnóstico de cáncer te afecte más que otro diagnóstico, que quizás sea el que te provocará la muerte.
Hay también el accidente de coche que tuviste.
— Ooh! Me lo rompí todo, desde la punta de la cabeza a la punta del pie. Eso fue muy largo. Tuve la suerte de encontrar un equipo médico fantástico, y tuve también fuerza de voluntad, porque fueron ocho meses de recuperación cada día. Era el verano de 1993, iba hacia Lleida a dar una charla, soplaba un viento de miedo, adelanté a un camión y ya no sé qué pasó: el coche quedó siniestro total y yo también, siniestro total.
Magda, ¿cuál es la última vez que alguien te ha dicho que te parecías a Tina Turner?
— Hahaha. Me lo dicen a veces. Yo creo que con la covid perdí el pelo y quizá ya no... El primero que me dijo fue Salvador Escamilla, hace muchos años, en Catalunya Ràdio. Yo no sabía ni quien era Tina Turner.
¿En algún momento has pensado que sí te pareces a Tina Turner?
— Hombre, algún día, según llevo el pelo, digo: "Hosti, hoy sí que parezco Tina Turner". No he hecho nada para parecerme a ella. La seguí, era una mujer valiente, con una historia de maltrato de Ike Turner muy fuerte.
¿Cuál es la última canción que estás escuchando?
— Yo soy mucho de los Beatles. Y después hay una canción, J'attendrai, que mi madre cantaba siempre y ahora Marina Rossell ha hecho la versión catalana.
Acabamos, las últimas palabras de la entrevista son tuyas.
— Que estoy contenta de haber hecho muchas cosas, que hoy me las has hecho contar, que a mí me da angustia, porque uno solo no puede hacer las cosas. Es la gente. Quisiera que el mundo fuera mejor y, sobre todo, que hubiera paz.
Nos ha citado en su bufete de abogados, en la Rambla de Catalunya. El despacho de Magda es justamente el que te esperas que tenga ella: una mesa de madera maciza, sillas tapizadas y paredes y estantes repletos de cuadros, fotografías, libros, plantas, figuras de animales, caricaturas suyas, platos de recuerdo y también la orla de la promoción de 1968 de la Facultad de Derecho de Barcelona.
Su cerebro, por dentro, debe parecerse al despacho. Está todo ahí: nombres, conversaciones, momentos, fechas, leyes, ideas que conecta una con otra sin descartar ninguna... de modo que el discurso que le sale es más exhaustivo que ordenado. Cuando acabamos la conversación, se acerca a los cámaras –Sara y Guillem, que tienen veintipico años– y les pregunta: "¿Lo sabíais, todo esto que he contado del franquismo?".