¿Qué ocurre en Vox? El sector falangista impone su ley

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El vicepresidente de Acción Política de Vox, Jorge Buxadé, en una reciente imagen.

BarcelonaPrimero fue Javier Ortega Smith, después Macarena Olona y ahora Iván Espinosa de los Monteros. Estos tres nombres, cada uno con su circunstancia diferente, tienen algo en común: habían llegado a brillar con luz propia en el firmamento de Vox y no comulgaban al 100% con las tesis del hombre fuerte del partido, el falangista catalán Jorge Buxadé, que poco a poco ha ido imponiendo su ley hasta purgar a todos aquellos que podían hacer una mínima sombra al líder, Santiago Abascal. Vox se parece cada vez más al ideal de Buxadé: un partido con un solo líder, una sola voz y que funciona como un ejército, con disciplina militar.

Para entender lo que está pasando en Vox hay que ir un poco atrás y analizar la génesis del partido. Vox nace, en un primer momento, como una escisión del PP que tiene como ideólogo principal al también catalán Aleix Vidal-Quadras. Lo que les une es básicamente un nacionalismo español desacomplejado y la crítica a los nacionalismos periféricos, pero tal y como ocurrió también en Ciudadanos, eso no es suficiente. Hay que articular propuestas en muchos más ámbitos, y aquí es cuando, ya bajo el liderazgo de otro ex PP como Santiago Abascal, empiezan a formarse las diferentes familias ideológicas del partido. Hay muchas, pero básicamente pueden subdividirse en dos grandes grupos: los ultraliberales, que aspiran a reducir a la mínima expresión el Estado, y los ultracatólicos, que quieren un Estado fuerte para adoctrinar a la población en sus tesis. Estos últimos acaban cerrando filas con los nostálgicos del franquismo, como Jorge Buxadé, que viene de Falange (se presentó como candidato al Parlament en 1995), aunque acabó militando en el PP entre el 2004 y el 2014, y ahora son los que controlan por completo el partido.

Las figuras de Buxadé y Espinosa de los Monteros son tan antitéticas que sirven para ilustrar a las dos almas del partido. Buxadé (Barcelona, 1975) es un falangista puro y siempre ha dicho que se arrepiente de haber militado en las filas populares, pero no en las de Falange Española y de las JONS. Es Abogado del Estado destinado en Barcelona y fue el encargado de recurrir la celebración del referéndum de Arenys de Munt del año 2009. Suele lucir un crucifijo en el cuello y pulseras con la bandera española en la muñeca, y su retórica es cuartelaria, joseantoniana, con regusto a los años 30. No es difícil imaginárselo desfilando con correas, botas militares y camisa azul. Su forma de negociar es la siguiente: o aceptas sus condiciones o no hay trato. Así de sencillo. Un método que, por cierto, ha dado buenos resultados a Vox y ha forzado humillaciones personales como la de María Guardiola en Extremadura.

Origen aristocrático

En cambio, Espinosa de los Monteros (Madrid, 1973) es, como su nombre indica, de origen aristocrático, formado en Estados Unidos (habla inglés sin acento castellano) e hijo de Carlos Espinosa de los Monteros y Bernaldo de Quirós, cuarto marqués de Valtierra. En su árbol genealógico constan diferentes grandes de España y miembros de la Corte alfonsina. Su padre, sin ir más lejos, es alto funcionario del Estado y fue Alto Comisionado del Gobierno para la Marca España durante los gobiernos de Mariano Rajoy. Espinosa siempre viste de forma impecable y elegante, es de trato exquisito y en los pasillos del Congreso no tiene problemas para atender a periodistas no adictos. La suya es una retórica ampulosa, de frases largas y llena de referencias históricas, sobre todo del mundo anglosajón. No es difícil imaginárselo como uno de esos aristócratas británicos partidarios de Oswald Mosley que conspiraron para evitar la guerra entre Inglaterra y Alemania. O como una especie de Galeazzo Ciano, el aristócrata italiano que fue ministro de Exteriores con Mussolini y que despreciaba tanto a los nazis como a los camisas negras porque los consideraba totalmente faltos de civilización. Pero los veía como un mal necesario para evitar el comunismo.

Vox podría haber encontrado un equilibrio entre las dos almas, y ese papel le correspondía hacerlo a Santiago Abascal, pero el líder ha demostrado que no está interesado en hacer crecer el partido sino que funcione como una máquina de guerra. Y para eso nadie mejor que Buxadé. El mensaje interno que lanza el adiós de Espinosa es muy claro: a partir de ahora nadie en Vox se atreverá a apartarse ni un milímetro de la línea oficial, que marca el propio Buxadé. Ya no habrá veleidades intelectuales ni cargos desde los que buscar una cierta proyección personal. Vox funcionará como un buen nostálgico del franquismo querría que funcionara el mundo: como una dictadura dirigida por una sola persona que, sin lugar a dudas, ha sido tocada "por la gracia de Dios".

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