La paradoja vasca: no se sabe quién va a ganar, pero sí quién va a gobernar
VitoriaEstas elecciones vascas deben enmarcarse dentro de una realidad que ya nadie discute: Euskadi, el conjunto de Euskal Herria, está viviendo un cambio de ciclo político. La sociedad vasca ya no percibe la política, las instituciones, las relaciones con el Estado y la soberanía (o el día a día de la sanidad, la educación y la economía) de la misma forma que lo interiorizaba hace, ya no digamos 20 o 30 años, sino cinco. El cambio que ha ido calando como gota fina se va convirtiendo ahora en chorro y va más allá de la desaparición de la violencia –ETA cesó en la lucha armada hace casi 13 años y se disolvió hace seis–, aunque sí que tiene que ver con un paso al frente en la pluralidad y la convivencia. En esta cuestión, la sociedad también va por delante de la mayoría de los partidos.
En todos los períodos de transición política, y más si en medio hay unas elecciones, existe un elemento de incertidumbre: ¿quién ganará? En este cambio de ciclo vasco la incertidumbre también puede incluir una paradoja: puede ganar un partido que no va a gobernar y puede gobernar uno que no va a ganar. La mayoría de las encuestas dan un empate técnico entre el PNV y EH Bildu y sólo el CIS de Tezanos coloca los jeltzales por delante. Una incertidumbre que no se da a la hora de resolver la incógnita de quien va a gobernar. Será el PNV, porque Pedro Sánchez ha decidido que los votos del PSE serán para investir lendakari Imanol Pradales.
Alguien podría pensar que lo mismo ocurre con el PP en España, y nada más lejos de la realidad. En Madrid la diferencia y cuestión insalvable se llama Vox. Y Vox existe. Aquí la excusa que pone el PSE se llama ETA. Y ETA no existe. Pero eso ya sabe Pedro Sánchez. Pero volvamos al cambio de ciclo. Si el cambio de ciclo está perjudicando a alguien está en el PNV, que pierde votos en cada cita electoral. En las municipales y forales del pasado mayo fueron 86.000 votos y en las generales de junio, 103.000. Andoni Ortuzar, que está ya en la cuenta atrás para dejar de ser líder del partido, se agarra a una mesa de salvación para remontar una situación de mala gestión que afecta a la médula del autogobierno como es el Osakidetza ( Sanidad), la Educación y la Ertzaintza. Y esa mesa de salvación se llama Imanol Pradales. Puro continuismo institucional. Urkullu sin Urkullu; en las verdes y en las maduras.
Por el contrario, quien mejor ha entendido que entramos en una nueva fase es EH Bildu. Con una estrategia clara: pragmatismo, centralidad y moderación. Su candidato, Pello Otxandiano, es joven, pero no un novato en estas contiendas. Está haciendo una precampaña muy didáctica en la que el gradualismo y el diálogo sustituyen a la unilateralidad. Tiene interiorizado que, si no comete un error como una casa, va por buen camino. Su nicho social es cada vez más transversal y es el primero en cuanto a fidelidad de voto y apoyo joven.
Este cambio de ciclo político vasco tiene una incertidumbre electoral. Nunca como hasta ahora ha existido una disputa entre dos fuerzas tan cerrada y una previsión de resultado de foto finish. También tiene una certeza de gobierno: el PNV sabe que gobernará gane o pierda y EH Bildu es consciente de que no gobernará gane o pierda. Es la paradoja del 21-A.