Privilegios, multas y boicot: ¿cómo es la vida del otro Carles Puigdemont?
El hombre, que también es de Girona, admite que tener el mismo nombre que el ex 'president' condiciona su día a día
BarcelonaEl teléfono de Puigdemont no suena más que de costumbre. Las negociaciones por la investidura no están afectando a su día a día. Sigue con su vida normal... en Girona. Se trata del otro Carles Puigdemont, que no tiene ningún vínculo con el ex president. ¿Y cómo es la vida de alguien que se llama igual que el político catalán más importante de los últimos años y que unos veneran y otros odian? "Cuando accedió al cargo de presidente hubo mucho cachondeo", admite mientras revela que es el único Puigdemont que de nombre se llama Carles. Él también lo aprovechaba. Podía conseguir mesa en cualquier restaurante de Girona solo diciendo su nombre. "Me ponía serio, como si fuera su secretario, y no me hacían más preguntas para no quedar mal y me guardaban la mejor mesa", señala riendo este hombre de 40 años. Los propietarios no disimulaban su desilusión cuando llegaba y decía que la mesa era para él.
También tiene sus inconvenientes. Durante el confinamiento conoció a su actual pareja, que vivía a tres calles. Una noche, en pleno toque de queda, tenía ganas de verla e intentó acercarse hasta su casa con la excusa de ir a tirar la basura y con el pijama puesto como salvoconducto. Cuando ya estaba muy cerca, lo detuvo la policía municipal, que le pidió el DNI, pero no llevaba la cartera y le preguntaron cómo se llamaba. "Podía haber dicho cualquier nombre, pero dije el mío y me multaron porque pensaban que me reía de ellos", dice resignado. Admite que con su nombre es imposible pasar desapercibido. "Cuando estoy en el CAP o en algún otro sitio y me llaman, la gente levanta la cabeza y me mira". Al principio, lo incomodaba y pasaba vergüenza, pero ahora ya se ha acostumbrado. También ve normal que la gente se guarde su número de teléfono con su nombre y apellido: «Así me haré el importante y diré "Mira quién me llama"», le comentan.
Ahora, con un trabajo en contacto permanente con nuevos clientes vía telefónica, decir cómo se llama requiere tener que dar muchas explicaciones. Sobre todo si son del Estado. "Me paso el día diciendo mi nombre y de entrada ya me presento como Carlos. Luego les preparo diciendo que se reirán cuando les diga mi apellido para romper el hielo y muchos lo hacen", explica. Aquí no se acaban las explicaciones si ve que su interlocutor recela: "Les digo que no somos familia y que este es un apellido muy popular en la Garrotxa". La etapa de deshielo abierta con el Estado hace el resto. "La situación se ha calmado y no lo ven como tema prioritario, notas que ahora tienen otras preocupaciones como la inflación". Si con la clientela española nunca habla de política, con la catalana tampoco suele hacerlo: "No sabes de qué pie cojean o no y quizás te cierras una puerta depende de lo que digas".
Sabe de qué habla. De 2015 a 2021 montó una tienda donde vendía frutas y verduras que sufrió el boicot de los puigdemontistas, algunos de los cuales dejaron de comprarle. ¿El motivo? En una entrevista hace dos años en La Opinión de Zamora dijo que respetaba al ex president, pero que desaprovechó la oportunidad de pasar a la historia al marcharse y lo contraponía con los que estaban en prisión, que sí "llegaron hasta el final". Aún hoy se siente utilizado por el periodista que lo entrevistó. "Me dijo que era para hablar del negocio y me tiró a los leones porque Girona es un pueblo grande donde nos conocemos todos y el ambiente estaba muy radicalizado, entonces". Sigue pensando que los líderes del Procés que se quedaron "asumieron las consecuencias de sus actos", pero entiende el sufrimiento de Puigdemont: "Defender unos ideales nunca puede ser un delito si se hace sin violencia. Lo puedes inhabilitar, pero desarraigarlo bajo la amenaza latente de detención no es propio de un estado democrático".
El día que se conocieron
El ex president también pasó por la tienda en el verano del 2017. Tenía amigos comunes con su esposa, Marcela Topor, y un día se presentaron ambos porque él tenía curiosidad por conocer a su doble. "¿Cómo llevas llamarte igual que yo?", le preguntó. "Bueno", le respondió él. El entonces jefe del ejecutivo le habló del referéndum. Él tampoco le dijo que se hacía pasar por él cuando reservaba mesa.