BarcelonaAntes de empezar a escribir esta crónica, yeso todas las analogías que he ido apuntando a lo largo del día entre la lluvia y el estado de ánimo del independentismo, y que conste que ha caído tanta agua y me he pasado tanto rato cobijado bajo tenderetes de quesos artesanos autocentrados e iniciativas. He tenido que afrontar esta Diada sin paraguas porque, como tantos otros con los que cruzaré miradas cabreadas de empatía, pertenezco a una hornada de idiotas que prefieren fiarse de la pantalla del móvil que de sus ojos.
A las nueve de la mañana todavía no cae ni una gota sobre la ofrenda floral en el monumento de Rafael Casanova, pero a medias se mojarán tejidos tan representativos de la variedad del país como camisetas de la Unión Deportiva Sant Andreu, americanas de asesores políticos y mantillas blancas de las chicas de Foment. Es el tipo de ambiente donde la reportera de un tabloide puede pedir a un grupo de señoras que llevan la estelada por capa si, de volver a nacer, querrían volver a ser catalanas, y ellas no sólo responden que sí, sino que son capaces de desarrollarlo largamente y encantadas de la vida. Jan Laporta tiene una cola de niños para tomar fotos con él, mientras que Laura Borràs ya no es la reina de las selfies. Los profanos nos encontramos lejos del perímetro de la estatua reservado para las autoridades y sólo nos llega la música de una orquesta entonante El canto de la bandera, que me sorprende haciéndome unas cosquillas de resurgimiento patriótico. Un hombre joven increpa a Jaume Collboni –"¡Burro! Espanyol!"–, pero, demasiado lejos y solitario para poner en marcha nada, ni siquiera lo intenta con Salvador Illa. Arranca a llover como si… como si nada, ya he dicho que voy a tratar la precipitación como un fenómeno estrictamente meteorológico y no como una metáfora.
La excusa de los números
Naturalmente, el aguacero sabe muy mal y al mismo tiempo los veteranos saben que será una coartada perfecta para excusar los números de una Diada que hace mala pinta. Junto a la ofrenda, en el Arc de Triomf, se celebra el acto político de Òmnium y por la noche habrá los conciertos. Corren rumores contradictorios sobre si la tormenta amainará o empeorará, pero al mediodía llueve a cántaros y Xavier Antich acaba pronunciando su discurso para un no público. Quimi Portet tiene una canción muy bonita que hace así: “Si se dedica un mínimo de energía / a la pura y simple reflexión, / ¿se puede ser otra cosa que extremista? / ¿Se puede evitar querer aplastarlo todo? entre esa cosa tan catalana de hacer las cosas contra cualquier circunstancia y la toma de conciencia política.
A la hora de la mani las nubes esparcen y queda una tarde cómoda de final de verano. Ahora me arrepiento de no buscar señales divinas, pero ya es demasiado tarde. Mi único trabajo es comunicarse a los que no han ido este año que la manifestación es la que conoce de siempre. Jóvenes y viejos, acentos chavas y noroccidentales, arrebato para los gritos a la vez que sensatez para ofrecer una buena imagen. Seguro que hay menos gente, pero hay tantísima que cualquiera que lo critique haría reír, y estar enciende un gozo comunitario que repolitizaría incluso los corazones más psoeizados. Periodismo de proximidad contra polémicas: la presencia de banderas palestinas es irrisoria (hay más ikurriñes) y, a pesar de la cobertura más o menos interesada que inevitablemente recibirán de los medios, desde dentro de la mani la presencia de Aliança Catalana es prácticamente irrelevante. Con gritos como "TV3, manipuladora" y "Fuera españoles y musulmanes" (el segundo desaparece una vez que los Mossos les dejan incorporar a la mani), los de Sílvia Orriols consiguen llamar la atención porque son una novedad, pero el espectáculo es más forzado que preocupante y la cosa se salda con indiferencia y tribunerismo sin ningún tipo de.
Los parlamentos finales no tienen mucha energía, Lluís Llach está cansado (última oportunidad para las analogías que dejo pasar) y cuando se habla de lengua todo convence más que cuando se habla de política. Si el año pasado todo el mundo sufría por la primera Diada sin mayoría independentista, ahora ya se puede ver que la dinámica emocional de las Diadas postproceso se han consolidado: no existe la fiebre de antes del 1 de Octubre ni la tensión interna de los años en que el independentismo tenía las claves del Parlamento sin saber qué hacer con ellas, sino una reserva de creyentes tranquila y sin una reserva de creyentes tranquila matorrales, todavía hay país. Esta nueva normalidad deja una mezcla muy difícil de decantar entre pena y esperanza.