Se acaba el toque de queda en Barcelona: “¡Feliz año nuevo!” y playas llenas hasta la madrugada

La Guardia Urbana dispersa los grupos más grandes evitando entrar en conflicto

Germán Aranda
3 min
Ambient pasada media noche al Arco de Triunfo de Barcelona

BarcelonaSon las doce menos cuarto y algunos pequeños grupos ya se reúnen en la plaza del Poeta Boscà de la Barceloneta. Un par de jóvenes incluso esnifan una raya sentados en un banco. La mayoría beben y conversan. Por los balcones se escapan conversas en tono alto, luces de colores, música y alguna petición de silencio. Cuando las furgonetas de la Guardia Urbana se acercan, los pequeños grupos se dispersan corriendo. Entonces llegan las doce, es media noche y no hacen falta campanadas. Un grito unánime sale de los balcones y recorre las calles. “¡Feliz año nuevo!”, “¡Libertad!” La noche del 8 de mayo, primera del final del toque de queda, ha sido festiva. 

Globos dorados. “¡Estoy eufórica!” “Ahora Barcelona se vuelve a parecer un poco a la que conocí”. “Por fin podremos conversar hasta la hora que queramos”. “Echaba de menos la incógnita de no saber qué pasará”. “No es ni la primera ni la última vez que salgo por la noche incluso con toque de queda, pero hoy hay más ambiente y es especial”. Son algunas de las sensaciones e impresiones que se intercambian los jóvenes congregados alrededor de la Barceloneta. Hacia las diez y media, pasado el último toque de queda, la Guardia Urbana ha desalojado las aglomeraciones en las playas y también en el passeig del Born, que hacia la medianoche estaba vacío pero con fuertes rastros de botellas y vasos. El riesgo de contagio sigue siendo alto, pero para muchos esto no parece importar. 

La noche tiene una aura libre, imprevisible, que no tiene el día. “Hemos conocido a unas italianas y nos han echado de la playa, a ver si podemos quedar con ellas en un piso o una plaza”, decía esperanzado un joven estudiante, Àlex, de 20 años. Algunos jóvenes tampoco han pasado un buen año. “Depresiones, me ha dejado el novio, he perdido el trabajo en la hostelería...Llevo en la calle desde hace horas, la idea era irse con el toque de queda a casa, pero nos hemos liado”, decía Marta hacia las once en la rambla del Raval, cuando acababa de conocer a un chico de Arizona y a otro de Colombia con su amiga. “Hacía más de un año que no hablaba con desconocidos así en la calle”.

“Ha sido un año horrible: contagié a mi hija pequeña y a mi madre y a su marido, que lo pasó fatal”, explicaba en la Barceloneta un enfermero que prefería no decir su nombre ni el hospital donde trabajaba. “Hoy necesitaba tomar el aire y he venido solo, con mi bicicleta y mi altavoz, a ver qué se cuece”, decía, mientras ponía una canción de reggaeton y se quedaba en tirantes mostrando sus brazos musculados. Mientras lo hacía, la playa de la Barceloneta se llenaba con centenares de personas. Agentes de la Guardia Urbana entraban hasta la arena, con cascos, y la gente automáticamente se movía de lugar y formaba grupos más pequeños. Por una vez, con la policía no se acababa la fiesta, solo se movía. 

Esto era hacia la una de la madrugada, pero un rato antes, en el Fossar de les Moreres, una fiesta con más de doscientas personas y varios altavoces hacía enloquecer a muchos jóvenes, bailando libres (o casi) por primera vez. “Os recordamos que las aglomeraciones de más de seis personas continúan estando prohibidas, dispersaos”, decía un agente de la Guardia Urbana por el altavoz mientras se iban aproximando a la fiesta. Los participantes huían en masa, se perdían por las calles del Born y acababan divididos en grupos más pequeños. El ingrato trabajo de perseguir fiestas grandes en la calle y entre insultos era la tónica para la Guardia Urbana. Para miles de jóvenes –también en el passeig de Arc de Triomf o en la plaza de la Virreina–, la noche prometía, a pesar de que no fuera del todo una noche de vieja normalidad, sino un ensayo de un ensayo de normalidad, como casi todas las realidades que vivimos últimamente. Sin bares, ni discotecas, la fiesta eran sus altavoces, sus cuerpos, sus ganas de bailar, de conocer gente e ir acercándose a la libertad.

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