Contracrónica

La AP-7 sin control

El levantamiento de peajes parece guiado por la imprevisión y generar un aumento de conductas incívicas

Apertura de peajes a La Roca.
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GironaLa primera vez que atraviesas un peaje de la AP-7 con las barreras levantadas, con carteles que te conminan a no pararte y sin necesidad de rascarte el bolsillo, no puedes evitar sentir una extraña sensación de transgresión, como quien ocupa el asfalto en las grandes protestas del Procés o hace el trenecito (aquella operación que consiste en engancharse peligrosamente al coche de delante para saltarse la barrera sin pagar). Lo contrario del control es el descontrol. La sensación de manga ancha se acentúa por la sospecha de que todo se ha hecho con una aparente carencia de previsión. Las señales que ya no son vigentes no se han retirado, sino que se han tachado con cinta adhesiva, y las infraestructuras para el pago siguen en pie. El riesgo es más elevado porque se han mantenido el mismo número de barreras levantadas que de carriles, a pesar de que las autopistas se ensanchan y multiplican los carriles cuando llegan a los peajes. Esto obliga en algunos casos a reconducir, con conos y forzadas eses, a unos vehículos que raramente acatan la orden de reducir la velocidad a 30 por hora mientras se acercan a los cuellos de botella.

A 200 kilómetros por hora

Hablo con varios conductores habituales de la AP-7 y me confirman que han detectado un incremento de conductas incívicas. No queda claro si este fenómeno se debe de al aumento de tránsito o al hecho que conductores que buscaban la máxima economía en sus desplazamientos ahora se han pasado a las autopistas. No parece que haya ningún control policial extraordinario (diría que ni ordinario) para vigilar qué pasa durante estos primeros días de libertad de circulación. Puedo corroborar que en un trayecto de ida y vuelta de Girona al aeropuerto de El Prat, un sábado por la tarde, un número inusual de vehículos circulan a velocidades suicidas. Utilizo a conciencia la palabra suicida, a pesar de saber que se reserva para los coches que circulan en sentido contrario, porque a lo largo del trayecto me encuentro casi una decena de coches que rozan los 200 kilómetros por hora. Un par parecen protagonizar una frenética carrera, surfeando por los carriles a golpes de claxon y dándole luces al resto de vehículos para que se aparten, como si todo ello fuera un videojuego. El susto que reciben los conductores que ven pasar veloces a estos vehículos muy cerca del suyo les mete el miedo en el cuerpo y quizás les mete en la cabeza la idea de volver por la N-II. Los más desconfiados ya aventuran que quizás la idea es dejar degradar la AP-7 a toda velocidad para justificar pronto una nueva fórmula de pago.

Otra cosa clara es que la gratuidad de la AP-7 no ha tenido ninguna incidencia en las irresolubles colas del semáforo de Llambilles, que ya son de 15 minutos a las siete y media de la mañana en dirección a Girona. Es una buena manera de infundir en los conductores una desazón matinal que ya no se quitan a lo largo del día. Y quizás también de anunciar la buena nueva de que la pandemia empieza a quedar atrás y volvemos a las viejas rutinas.

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