“Ahora ya no parece que tengas una autopista dentro del comedor”
Los túneles de Glòries reducen las emisiones contaminantes y los ruidos
BarcelonaLas sombras son un tesoro en la Clariana de Glòries, un jardín público ganado a los vehículos y al humo, gracias al derribo del horrible tambor y a la construcción del nuevo túnel. Poco antes del mediodía, barceloneses –y sobre todo turistas– se han hecho fuertes bajo los árboles que rodean el espacio de césped buscando un refugio del sol.
Los visitantes valoran este parque urbano porque encuentran un momento para descansar de la dura actividad que supone la actividad turística. Pero entre los locales hay sobre todo una alegría de haber conquistado para los residentes un territorio que durante décadas había sido una nada, o peor: el paraíso del automóvil. “Si me llegan a decir hace unos años que estaría aquí sentada tan a gusto, no me lo habría creído”, dice Teresa Daza, una vecina de 91 años que ha bajado con su marido de 95 para pasar la mañana al aire libre. “Aquí hay fresco, y sobre todo ahora se puede respirar”, dice, una situación que contrasta con el paisaje de humo y ruidos con el cual estaban obligados a convivir en el barrio.
El parque de la Clariana se levanta sobre los nuevos túneles que se abrieron hace apenas unas semanas y que, según los datos del Ayuntamiento, han reducido en un 39% el dióxido de nitrógeno y en un 7% las partículas. También los niveles de ruido han bajado en 9 decibelios en todas las franjas horarias, hasta situarse en 65. “Ahora ya no parece que tengas la autopista dentro del comedor”, dice socarrona Angelita Garcia, vecina de la calle Castillejos, para quien el nuevo jardín supone “aire”, dice, porque se ahorra ver cada día los “coches en suspensión” circulando por el "monstruo del tambor". Del mismo análisis municipal se extrae que el soterramiento de los carriles ha permitido que, comparado con el Eixample, en Glòries las emisiones sean ahora un 40% más bajas.
Un nuevo símbolo de la ciudad
En los nueve meses desde que abrió, el espacio de la Clariana se ha convertido en un “nuevo símbolo de la ciudad”, destaca la teniente de alcaldía de Ecología, Urbanismo, Infraestructuras y Movilidad de Barcelona, Janet Sanz, para quien, de este modo, se cumple el compromiso de pacificar el entorno, tal como pedía históricamente el vecindario.
En este sentido, la Clariana hace una función social vecinal. Stephanie Tapia, de Ciutat Vella, y Gisele Celis, del Eixample, lo han hecho su punto de encuentro para estar con los niños pequeños, sin gastar. Aquí encuentran áreas de sombra, tumbonas y sillas, césped limpio para jugar e incluso cuentos y algún juguete gratuito. “Es una maravilla tener un lugar así donde no haya que consumir”, dice Maria Jesús Vegas, vecina de Sant Martí que se ha acercado con la bici para comprobar lo que había visto en las redes sociales.
En un rincón, Osvaldo Alegría ejercita el cuerpo haciendo volteretas aprovechando la sombra. Ha venido de Horta para encontrarse con un amigo por primera vez y admite que el espacio es perfecto para su afición. “Lástima que no abre más temprano, porque en verano a las 11 ya hace mucho calor”, se queja otra usuaria mientras amamanta a su hija.
En el parque, lo único que no se permite es fumar, beber alcohol, ir en bici y hacer topless, explica Òscar Señé, de la fundación Formació i Treball, la empresa de inserción social que el Ayuntamiento ha contratado para mantener el orden y el control del espacio. “Se está muy bien, hay mucha tranquilidad y buen ambiente”, dice Señé sobre la iniciativa. En un gran cartel cercano, el Ayuntamiento también promociona el área con un “El futuro está aquí”, pero para la vecina Garcia la frase “sobra” porque el barrio –afirma– está harto de “promesas y más promesas” mientras unos pocos metros más allá las máquinas se abren paso hacia el que será un nuevo parque urbano.