Así es vivir en el edificio Venus de La Mina: ratas y plantaciones de marihuana

Hace veinte años que los vecinos del bloque de pisos de Sant Adrià de Besòs esperan el realojo

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El edificio Venus, en el barrio de la Mina de Sant Adrià de Besòs, es un bloque de diez plantas y 244 viviendas.

Sant Adrià de Besòs“¡Maldito sea, el yonqui ya ha dejado la puerta abierta!”, grita un vecino mientras golpea enfadado con el puño la puerta del ascensor. Va cargado con dos grandes bolsas de plástico y hay que tener muchas ganas para subir por la escalera. “Mira que me lo he imaginado, cuando lo he visto coger el ascensor”, continúa refunfuñando antes de resignarse y subir escalera arriba. El problema es que no es la primera, ni la segunda, ni la tercera vez que pasa. Y si no es el ascensor, es otra cosa.

El portal está medio a oscuras. Uno de los fluorescentes que la iluminaba ya no funciona y el otro directamente ha desaparecido. Los buzones también han quedado reducidos a un simple armazón: no tienen puertas y algunas cartas están tiradas por el suelo. Y la escalera está hecha una porquería. En el suelo se pueden encontrar desde tetrabrics y botellines de cerveza vacíos hasta papeles, mascarillas o colillas. En algunos rellanos los techos están desconchados, hay grafitis pintados en las paredes y las telarañas cuelgan de las barandillas de tanto tiempo que hace que no se limpian. Y ya ni hablar del patio de luces: allí se acumulan envases de plástico, latas y comida que algunos vecinos tiran por las ventanas. Este viernes había incluso una barra de pan que mordisqueaban varias ratas. Porque sí, también hay ratas y bastante grandes. Es fácil verlas.

Una rata en un patio de luces del edificio Venus esta semana.

Lo que no se ve en toda la escalera es ni un solo extintor. Y además la puerta de la azotea que podría servir como salida de emergencia está cerrada con una cadena y un candado. ¿Qué pasaría si hubiera un incendio?. “El vecino del octavo cuarta tiene la llave”, apunta una vecina. Pero picas a la puerta del octavo cuarta y no responde nadie. Normal. Tener la llave no significa tener que estar siempre en casa. Otros vecinos ni tan siquiera saben que la azotea está cerrada.

Así es el edificio Venus del barrio de La Mina, en Sant Adrià de Besòs, del que tantas veces se ha hablado en los medios de comunicación. Se trata de un mastodonte de diez plantas, dividido en seis escaleras. En cada rellano hay cuatro pisos y el conjunto del bloque suma ni más ni menos que 244 viviendas. Hay que aclarar que no todas las escaleras son iguales: hay algunas que son un poco más dignas, si es que se puede llamar digno a un edificio donde la degradación es evidente mire como se mire. De hecho, en el año 2002 el Consorcio de La Mina aprobó derribar el bloque y realojar a los vecinos dentro del Plan Específico de Reordenación y Mejora (PERM) del barrio, porque ya entonces el edificio se caía a trozos y era un foco de marginalidad social.

Cuando han pasado dos décadas, todo continúa igual: Venus sigue en pie. En febrero del año pasado el Consorcio anunció que esta vez sí que sí, que por fin derribaría el edificio. Y, con ese objetivo, aprobó un presupuesto de 30,8 millones de euros. Pero sorprendentemente quince meses después, no se ha hecho nada a efectos prácticos para el realojo de los vecinos. El Consorcio lo conforman la Generalitat, el Ayuntamiento de Sant Adrià de Besòs, el de Barcelona y la Diputación. Además el Pla de Besòs, que es la oficina local de vivienda de Sant Adrià, es propietaria del 13% de los pisos y se encarga de la gestión de las comunidades. Se puede decir que todas las administraciones son responsables.

“Es un escándalo”, afirma sin ambajes Joan Pujolàs, que no entiende que pueda existir un edificio así, en esas condiciones. Pujolàs es director de Salesians Sant Jordi – Plataforma de Educación Social (PES) La Mina, una entidad de nombre quilométrico que trabaja en La Mina desde la creación del barrio en los años setenta y tiene experiencia como pocas. Según dice, la gente que reside en Venus “no es diferente a la que vive en otros edificios de La Mina y el resto de los edificios no están en esas condiciones”. Y es cierto. Por ejemplo, sin ir más lejos, el bloque de pisos Saturno, que está justo delante del Venus y a simple vista parece idéntico, no tiene nada que ver. Ni los portales están destrozados, ni los espacios comunes, sucios.

Uno de los patios de luces del edificio Venus lleno de basura.

“La suciedad llama a la suciedad y la degradación, a la degradación”, declara Pujolàs, que considera que la situación es tan desastrosa en Venus que es difícil cambiar dinámicas. Y todo eso lo achaca a “la mala actuación de las administraciones”, que llevan veinte años diciendo que van a demoler el edificio y aún no lo han hecho. En consecuencia, nadie ha invertido en su mantenimiento durante dos décadas: ni las propias administraciones –más allá de actuaciones de urgencia-, ni los vecinos. Porque ¿quién se va a gastar dinero en hacer obras en un piso para después irse a vivir a otra parte?

Además muchos pisos han sido ocupados: en algunos rellanos es fácil ver qué puertas han sido forzadas. Y sin duda también se vende droga. Solo hace falta estar un rato en algunos de los portales del edificio para identificar rápidamente a los drogadictos que entran y salen. Por cierto, en ningún portal hay puerta. Allí cualquiera puede acceder como Pedro por su casa.

Electricidad pinchada

La compañía eléctrica Endesa facilita datos que ponen aún más los pelos de punta: el 65% de la energía que se consume en Venus no se paga, está pinchada. “Al principio pinchaban el cuarto de los contadores de la luz y, para evitarlo, pusimos puertas blindadas y alarmas”, explican fuentes de la empresa. Pero eso no sirvió de mucho: “Ahora hacen auténticas obras de ingeniería y se enganchan al lugar donde la red eléctrica se conecta con el edificio”, siguen detallando.

En la actualidad la energía defraudada en el bloque es de 12.000 kilovatios hora al mes, que es lo que consumirían 680 hogares en condiciones normales, es decir casi tres veces el edificio Venus. Eso significa que esa electricidad no es ni mucho menos para consumo doméstico, sino para plantaciones de marihuana. Sin embargo, Endesa dice que puede hacer poco sin el apoyo de los Mossos d’Esquadra: “Si nuestros operarios van, los amenazan e increpan”. Por su parte, fuentes de la policía catalana aseguran que no es tan fácil desmantelar estas plantaciones, porque no cuentan con la colaboración de los vecinos: es decir, no denuncian nunca. "Tienen miedo a represalias", aclaran. Además, añaden, hay vigilancia constante en los accesos del edificio, o sea gente que avisa sobre la posible llegada de la policía o de personas desconocidas. Sin embargo, los Mossos d'Esquadra han conseguido clausurar dos narcopisos y cuatro puntos de venta en el bloque desde agosto del 2019.

De lo que no hay lugar a dudas, es que existe un claro “riesgo de incendio”, reconoce Endesa. En los cinco primeros meses de este año, la red eléctrica ha saltado de forma automática en nueve ocasiones por sobrecarga y el edificio se ha quedado completamente a oscuras. En dos de esas ocasiones, el cable ha quedado dañado y se ha producido una avería.  

Buzones destrozadas y cartas por el suelo en uno de los portales del edificio Venus.

“No hay extintores en la escalera, porque nos los robarían. Este fin de semana nos han quitado las manetas de las puertas del ascensor, y no nos quitan los dientes porque los llevamos cogidos”, suelta una vecina, que responde de esta manera cuando se le pregunta sobre el peligro de incendio. Es una mujer de cara afable, que va acompañada de una adolescente que asiente a sus palabras, y que podrían ser vecinas de cualquier otro bloque en cualquier otro barrio y no desentonarían. De hecho, eso es lo que llama más la atención en Venus: al lado de una realidad de total marginalidad, viven familias, tal vez humildes, pero que son normales y corrientes.

La mujer dice que prefiere no decir su nombre porque tiene dos hijos y no quiere “tener problemas”. De hecho, para hablar, baja la voz para que no la oiga ningún otro vecino de la escalera. Ella se encarga de limpiar una de los portales del edificio Venus. “Cada vecino tiene que pagar 10 euros al mes para la limpieza del portal y del patio de luces. Pero de los 41 vecinos que somos, solo pagan veintinueve”, se queja. Y claro, ahí ya empiezan los problemas. Los rellanos los tienen que limpiar los propios vecinos por turnos, algo que es evidente que algunos nunca hacen.

“Antes limpiaba todo el rellano, pero ya me cansé”, declara otra vecina, que precisamente está atareada fregando el suelo de su casa y responde sin dejar de deslizar el mocho sobre el pavimento. Tiene la puerta del piso abierta y desde el rellano se puede ver el recibidor y parte del comedor. Están decorados con gusto y huele bien, a desinfectante. De fondo suena una música flamenca. El trozo de rellano que hay justo delante de la puerta de la casa también está limpísimo. El resto, es una pocilga.    

Adelina no puede limpiar porque no tiene agua. O mejor dicho, tiene un escape en casa y, si abre la llave del agua, las vecinas de los pisos de más abajo le montan un escándalo: se quejan. Ni ella ni su marido trabajan, y no disponen de dinero para pagar un fontanero. “Yo ya no puedo más. Llevamos meses así”, masculla sin poder evitar que se le salten las lágrimas. En la cocina tiene un montón de botellas de plástico con agua, que ha llenado en una fuente del barrio. Con eso, asegura, se apañan como pueden para cocinar y lavarse. En casa son cinco personas: tiene tres hijos. Algunas placas del techo también se han caído, señal que también hay humedad que proviene del piso de arriba.

Adelina en la cocina de su casa con botellas de plástico con agua que ha llenado en una fuente del barrio.

Remedios también permite que esta periodista entre en su piso para comprobar en qué condiciones tienen que vivir. Ella reside en una primera planta y su problema son las ratas. Ya han roído el marco de la puerta de entrada y asegura que no puede abrir la ventana de la cocina, que da al patio de luces, porque si no se meten en casa. “Se me ha estropeado la campana [extractor del humo] y yo aquí me asfixio. Cocinar con la ventana cerrada es un suplicio”, se queja. Otros vecinos aseguran que las ratas son un problema para todo el mundo, no solo para los que viven en las plantas más bajas, porque suben por los bajantes y pueden aparecer en cualquier sitio. 

El Consorcio de La Mina ha declinado hacer declaraciones al ARA, a pesar de la insistencia de este diario. El organismo tiene en teoría un proyecto para mejorar la convivencia en Venus. De hecho, en todas las escaleras hay carteles del Consorcio en las paredes con lemas del tipo: “No tires basura por las ventanas. Conservar el patio limpio es responsabilidad de los vecinos y las vecinas, de nadie más”.

Quien sí que ha querido hacer declaraciones han sido fuentes de la consejería de Derechos Sociales. Desmienten que no se haya hecho nada en los últimos quince meses para el realojo de los vecinos. El Consorcio convocó un concurso público para la adjudicación de una oficina técnica que estudie caso por caso la situación de cada vecino para saber qué alternativa ofrecerle: un realojo, una indemnización, otro alquiler social… Pero el concurso quedó desierto en octubre porque solo se presentó una empresa y no cumplía los requisitos, y eso retrasó todo el proceso.

El martes pasado por fin el Consorcio aprobó la puesta en marcha de la oficina: abrirá el 22 de junio y la gestionará la asociación Vincle. Según los planes iniciales, la oficina tendría que haber estado operativa en el segundo semestre del año pasado, y en 2023 deberían empezar los primeros realojos. Pero con los problemas burocráticos, ese calendario también será difícil que se cumpla.

Por su parte, fuentes del Pla de Besòs han afirmado que, si los vecinos no tiraran basura a los espacios comunes, “seguramente no habrían ratas”. Asimismo han aclarado que han comunicado “en reiteradas ocasiones” que los terrados no pueden estar cerrados, pero que son los mismos vecinos quienes los cierran con llave. Muchos lo hacen para que los drogadictos no se instalen allí, algo que también ha ocurrido en el pasado. En cuanto a los extintores, sí que hay, aseguran fuentes del Pla de Besòs. Están en la última planta, en la sala de máquinas de los ascensores y la oficina de la vivienda de Sant Adrià se encarga de su mantenimiento. El ARA ha podido comprobar que, en efecto, en algunas salas de máquinas hay un extintor. En otras no ha podido acceder porque estaban cerradas con llave.

Una de las puertas de acceso a la azotea del edificio Venus, cerrada con un candado.

“¿En la sala de máquinas?”, responde poniendo cara de extrañeza Paqui Jiménez, cuando se le dice que allí en teoría sí que hay extintores. Paqui es posiblemente la vecina de Venus que más ha batallado por el realojo del edificio. Se ha convertido en una especie de portavoz de los vecinos y lideró una campaña de recogida de fondos para llevar el Consorcio de La Mina a los tribunales por inactividad administrativa. De hecho, en junio de 2020 el Tribunal Superior de Justicia de Catalunya dio la razón a los vecinos y sentenció la reactivación del proyecto de expropiación del bloque de pisos. Eso contribuyó sin duda a que el año pasado el Consorcio aprobara el plan de derribo. Ahora los vecinos han vuelto a demandar a este organismo con el apoyo de la cooperativa de abogados Col·lectiu Ronda porque quieren ser indemnizados con 10.000 euros por cada año que llevan esperando el realojo.

Si Paqui no sabe que hay extintores en la sala de máquinas, significa que tampoco lo sabe ningún otro vecino. Así que a efectos prácticos, es como si no existieran. “Aquí lo que hace falta es mano dura. Los vecinos que tiren basura por las ventanas, que los echen”, dice la mujer a voz en grito. Habla así, sin pelos en la lengua. Y es un torbellino: no deja de trabajar detrás de la barra del bar que tiene a pocos metros de Venus. Allí es fácil encontrar siempre vecinos del bloque de pisos.

Con poca esperanza

Por ejemplo Miguel, que mata el tiempo bebiendo una cerveza sentado en la barra. “Yo me he planteado irme. Yo y todos los que vivimos aquí”, asegura. “Trabajo de seguridad y gano poco. Es lo que nos pasa a quienes no tenemos estudios”, añade con tono de disculpa. No parece muy confiado de que las cosas vayan a cambiar: en 2015 el Consorcio ya propuso realojar a los vecinos, incluso construyó un nuevo edificio para hacerlo, pero después adjudicó los pisos a otras familias porque exigió a los vecinos de Venus pagar 34.800 euros por el cambio de vivienda y la mayoría no disponían de ese dinero. ¿Ahora volverá a ocurrir lo mismo?

Lo más sorprendente es que, desde el edificio Venus, mire donde se mire, hacia el norte, sur, este u oeste, se ven en la lejanía grúas. Se están construyendo nuevos edificios por todas partes, el litoral está experimentando una transformación brutal en esta zona. Venus, sin embargo, sigue invariable en el mismo sitio.

 

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