Tengo una cita

El actor Queco Novell, que es hipocondríaco, explica en un artículo en el ARA las sensaciones de vacunarse contra el covid-19

Queco Novell
3 min
Queco Nobell vacunándose contral el Covid 19 a la Feria de Barcelona

BarcelonaHace catorce meses que deseo la llegada de este día como un infante espera la noche de Reyes. Los nervios que pasaba el 5 de enero son parecidos a los que tengo mientras me dirijo al vacunódromo de la Fira de Montjuïc, en Barcelona, donde me espera la primera dosis de Pfizer. Hace tanto de tiempo que compartimos comidas y cenas con los nombres de las vacunas que hablamos de ellas con la misma familiaridad que lo hacemos de una marca de cerveza. 

Los que me conocen saben que soy un hipocondríaco de manual y, por lo tanto, un enfermo pésimo. Me dan miedo las enfermedades, y esta no hace falta decirlo. Durante el confinamiento me autoimpuse dieta informativa para no caer en el desaliento y decidí que no quería saber nada hasta que no apareciera la vacuna. Es por eso que, desde que tengo día y hora, soy un saco de nervios y mi estado emocional está descontrolado. Tanto que hoy, que ha llegado el día, he salido de casa con suficiente tiempo para subir a Andorra, comprar un malta, bajar y todavía habría llegado a la hora prevista. 

El acceso al pabellón ferial es un goteo constante de personas que llegan con paso decidido. Aquí no se regala marihuana, ni cerveza ni donuts para vacunarse, sin embargo, por las caras de la gente, lo parece. 

Catorce meses en dos minutos

Hay una familia que pretende acompañar el patriarca hasta el box de vacunación, pero fracasa en el intento. Solo entra quien tiene hora. A partir de aquí, una primera cola al estilo Port Aventura, pero infinitamente más ágil que la de cualquier atracción de este parque. No recuerdo haber compartido nunca un espacio concreto exclusivamente con personas de mi quinta, año más año menos, y todos debemos de cometer el error de pensar que nos conservamos mejor que el resto. Minutos después, llega un nuevo momento Port Aventura, todavía más ágil que el primero, gracias, sobre todo, al trabajo del personal que hace de guardia urbano y que asigna el box correspondiente. El mío es el 5.B9. Un minuto mal contado de espera y, sin darme cuenta, ya estoy sentado en la silla escuchando un mensaje que la chica que me atiende debe haber repetido centenares de veces: “Le pondremos la Pfizer, que tiene dos dosis. Para la segunda, recibirá un mensaje al móvil. ¿Ha pasado el covid? Esta vacuna le puede dar algún efecto secundario, como por ejemplo un ligero dolor de cabeza o dolor en el brazo. En este caso, un paracetamol cada seis horas”. Y hacia dentro. Ya estoy vacunado. Catorce meses de espera se ventilan en un par de minutos. 

Mientras pasan los quince minutos reglamentarios posteriores a la vacunación en prevención de posibles efectos secundarios inmediatos, afloran sentimientos. Pienso en mi madre, que no llegó a tiempo, igual que otros amigos y conocidos, así como los que todavía arrastran graves secuelas. Pienso también en el personal sanitario, que hace tiempo que venero. Ahora solo hace falta que, además de aplaudirles al atardecer, se les reconozca profesionalmente como se merecen, queden al margen de futuros recortes y que, cuando nos los encontremos en cualquier hospital o centro de atención primaria tengamos siempre presente que las pasaron putas luchando contra la muerte. 

Los quince minutos han pasado y no me ha salido nariz de trompeta. Abandono el pabellón ferial y a la salida hay un montón de gente que esperan a familiares como cuando sales de la terminal del aeropuerto. Al otro lado de la calle veo otro de los pabellones de la Fira, donde un 5 de enero de hace once años tuve los mismos nervios mientras me preparaba para reencarnar a Su Majestad el rey Gaspar dispuesto a repartir dosis de ilusión y felicidad por las calles de Barcelona.

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