El rebrote de coronavirus provoca una segunda oleada de pobreza
Familias monomarentales o personas que no han cobrado las prestaciones prometidas recurren a los servicios sociales
BarcelonaEstos días en Sant Andreu de la Barca no paran de hacer números para intentar elaborar un presupuesto de los Servicios Sociales para cubrir al máximo las necesidades más básicas de los que han perdido el trabajo o están a punto de quedarse en la calle. La pandemia golpea fuerte en esta segunda oleada -sanitaria y social- porque arrastra a la pobreza de larga duración, la población que requirió ayuda en la parada de la primavera; cuando todavía no se habían recuperado de la bajada, el tsunami desestabiliza a cientos de vecinos más.
La situación se repite en cada municipio catalán con un guion idéntico: “Desastre descomunal”, dice la coordinadora de Servicios Sociales de este ayuntamiento del Baix Llobregat, Carolina Homar, en una expresión tan gráfica que casi no hacen falta números para entenderla. Pero hay cifras, y son “peores” que en mayo, ratifica la responsable. En el municipio han aumentado un 40% los usuarios del banco de alimentos y el presupuesto ha crecido un 30% para pagar las becas comedor, las deudas de alquileres o hipotecas y facturas de luz. Si en un día prepandémico se recibían dos o tres llamadas diarias en Servicios Sociales, ahora la cifra se puede multiplicar fácilmente por 10 o por 20.
El rostro de la nueva pobreza tiene cara de mujer con menores a cargo o familias con trabajos precarios, aunque reciban algún tipo de prestación, dice Homar. Son trabajadores de bares y restaurantes cerrados y personal de limpieza en fábricas u oficinas -mayoritariamente mujeres- a quienes han reducido la jornada y el sueldo. “Nos vienen personas que ganan 350 euros a las cuales, una vez descontadas los gastos, no les queda nada”, afirma la responsable municipal, que también ha constatado cómo la desaparición de la economía informal ha llevado a los Servicios Sociales a personas que iban sobreviviendo con trabajillos y sin necesidad de ayuda institucionalizada. Incluso usuarios de la primavera que habían dejado de recurrir a los Servicios Sociales y que ahora han vuelto.
La prioridad de la vivienda
El retrato lo completan desde Cáritas. Casi la mitad de los usuarios “tienen que priorizar pagar vivienda y viven con el miedo de quedarse sin casa”, explica la responsable del programa Sense llar i habitatge. El techo como la piedra angular para mantener a las personas flotando. “Se trata de que no pierdan la vivienda y se queden en la calle”, apunta Homar, porque, como la gran mayoría de localidades, la oferta de vivienda social y asequible es testimonial, y eso que, subraya, no paran de buscar en el mercado. Pero, después de quedar paradas, las ejecuciones de desahucios continúan, y en la mayoría de los municipios catalanes tampoco hay servicios de emergencia como albergues u hoteles donde derivar a los que han perdido el hogar.
Cáritas ha doblado en esta pandemia el número de personas a las atiende ofreciéndoles comida, ropa o una aportación económica: ha pasado de 9.000 a 18.000. La incógnita -o el miedo- es si la economía resistirá lo suficiente como para, cuando se acaben las restricciones, ir remontando, no arrastrar a más ciudadanos a la pobreza y sacar a los que han caído en ella para no cronificarlos, apunta el coordinador de la Cruz Roja, Enric Morist. Por eso reclama el pago de todos los subsidios y prestaciones aprobados pero todavía pendientes, cosa que obliga a muchas familias a tener que seguir recibiendo ayuda solidaria.
El Gran Recapte, en marcha
La entidad atiende a un 150% de familias nuevas y entre marzo y septiembre ha agotado los 10 millones de presupuesto. Para pasar el año les quedan tres millones. “Estamos en una UCI social”, ilustra para explicar la situación económica tanto de las ONG como de la población que ya no dispone de suficientes ingresos para salir adelante sin ayuda. Para Morist, esta segunda oleada también ha dejado en evidencia la gran cantidad de “personas sin red social de todos los colectivos y edades” que, sin nadie conocido a quien recurrir, van a las entidades”. Además, Fina Contreras añade que en muchos casos esta red se ha “agotado” y está en la misma situación precaria.
Todas estas entidades, y muchos ayuntamientos, recurren al Banco de los Alimentos para proveerse de comida de larga conservación para distribuir entre sus usuarios. Precisamente hoy arranca el Gran Recapte, en una versión online que, por primera vez, deja la recogida física para centrarse en la donación económica en supermercados y en internet. La iniciativa es vital para grandes y pequeñas asociaciones que esperan llenar la despensa con la solidaridad.
Olga Mumbrú
Asesora académica
La vida con 100 euros y con la ayuda de Cáritas
De la noche a la mañana se vio sin trabajo, justo después de que se declarara el primer estado de alarma de marzo. A pesar de que ha conseguido algún trabajo esporádico, le es imposible poder salir adelante con un mercado trinchado por el exceso de oferta y la exigua demanda. Antes de la pandemia, Olga Mumbrú, vecina del Poble-sec, de 43 años y con un hijo de 16, era una solvente asesora académica, voluntaria de Bona Voluntat en Acció, pero ahora se encuentra recibiendo ayuda de los que ella ayudaba y sobre todo de Cáritas, de quienes dice que no solo obtiene la comida, sino “calor”.
La echaron, explica, porque después de años en la academia le dijeron que no cumplía los objetivos de venta. Despido sin derecho a prestación. Entonces se puso en contacto con los servicios municipales para ver cómo podía aplazar el pago de la luz, y asegura que todavía le están haciendo los trámites. En casa no entra ningún otro ingreso que la tarjeta monedero de 100 euros de Cáritas, que le retiraron cuando encontró un trabajo por un mes. Ahora está contenta porque ha encontrado uno de telemarketing, pero son tan pocas horas que si no se moviera en bici dice que no le saldría a cuenta. Ha tenido que reducir los gastos al mínimo. Ningún extra, “impensable” comprar ropa nueva, y el pelo se lo confía a una amiga porque lo poco que le queda es para el alquiler y no verse en la calle con su hijo. “He tenido que mantener la fibra óptica. Es muy cara, pero es imprescindible porque mi hijo da clases online y yo hago todos los cursillos que puedo para continuar formándome”, explica. “Quería hacerme un cartel con un gran busco trabajo ”, dice, y explica que le dio “cosa” llamar a Cáritas porque siempre se ha ganado la vida, e incluso su hijo le cuestionaba que estuvieran tan necesitados. En cambio, se ha dado cuenta de la importancia de “visibilizar” la situación de tanta gente que, igual que para ella, nueva normalidad significa “ir trampeando”.
Edith Oviedo
Propietaria de un bar
De servir comida en su bar a ir a la Cruz Roja
Hacía tres años que Edith Oviedo abría cada día el bar Ambient de Vallirana. Hasta el 13 de marzo, cuando, al tener que cerrar, se vio abocada a pedir ayuda. La apertura con restricciones del verano alivió un poco la situación, pero en el segundo cierre, que empezó a mediados de octubre, se ha vuelto a hundir económicamente. Oviedo, de 31 años y con un menor a cargo, es autónoma y propietaria del negocio y, como tal, no recibe ninguna prestación y solo tiene la entrada “de los 200 euros por el hijo de la Generalitat”. Sus dos hermanas trabajan en el negocio como asalariadas y han vuelto a un segundo ERTO, por el cual cobran 120 euros al mes. Familia y economía se mezclan irremediablemente, porque Oviedo convive con las hermanas, un cuñado y dos sobrinos. En total, el núcleo ingresa menos de 400 euros mensuales, insuficientes para vivir y pagar los gastos del negocio cerrado.
Desesperada, explica que recurrió a los servicios sociales municipales, que la pusieron en contacto con la Cruz Roja. “Nunca en la vida me habría imaginado esta situación”, afirma, y subraya que quiere explicar su caso para visibilizar la problemática social y agradecer la ayuda a la Cruz Roja. “Sin ellos sería todo todavía peor, porque no nos hace falta comprar comida y podemos destinar lo poco que nos entra para pagar el alquiler del piso”, afirma Oviedo.
Ha tenido “suerte”, porque ha conseguido una rebaja sustancial del precio del bar y, con el servicio para llevar que ha arrancado en los últimos días, al ver que la parada se puede alargar, le salen las cuentas. La gran obsesión es estar al día con las cuotas y mantener el techo donde refugiar a la familia y el negocio con el cual ganarse la vida.