El sintecho que murió en la Rambla llevaba 30 años viviendo en la calle
Llegó de Teruel y siempre dormía en la zona de Plaça Catalunya
BarcelonaSe llamaba Miguel, tenía 74 años y llevaba más de 30 viviendo en la calle. Hace ahora una semana, estaba sentado en un banco de la Rambla, en Canaletes. Él siempre solía moverse por allí, por Plaça Catalunya. Pasaba allí el día y también es donde dormía. "Le preguntábamos si estaba a gusto, y respondía que estaba cómodo", explica Andrea Fernández Rodríguez, psicóloga social del equipo de calle de Arrels Fundació. Le gustaba ver la muchedumbre de gente subir y bajar la Rambla. "Estaba aislado porque nadie se acercaba a hablar con él", comenta. El pasado viernes, una persona se acercó a él porque vio que no estaba bien. Estaba inmóvil, sentado en el banco de siempre con sus pertenencias rodeándolo. Llamó a emergencias y cuando llegó el equipo médico Miguel ya estaba muerto.
Murió en pleno mediodía en uno de los días más calurosos del año. Según las primeras exploraciones, todo apuntaba a una muerte por golpe de calor, aunque todavía lo tiene que confirmar la autopsia. "Si llevaba 30 años en la calle, es que hemos fallado todos por muchos lados", lamenta Fernández. Arrels Fundació lo conoció en 1990. No porque Miguel fuera a ellos a pedir ayuda, sino porque el equipo de calle se acercó a él por primera vez. Era de Teruel y trabajaba de mecánico frigorista. Desde Arrels no saben del todo lo que falló –"Tienen que fallar tantas cosas...", comenta la psicóloga social–, pero Miguel acabó con 40 años en las calles de Barcelona. "Nunca expresaba que necesitara nada", comentan desde Arrels.
El suyo era un caso que se conoce como una situación cronificada. "Seguramente pidió ayuda muchas veces sin suerte, y acabó perdiendo la confianza en el sistema. Le daba miedo volver a exponerse", apunta Fernández. Miguel nunca rechazaba una conversación, pero nunca decía que necesitaba una ducha o comida. Sí aceptaba un café, o un helado. "A veces hablamos de necesidades básicas, pero las conversaciones y los vínculos también son primeras necesidades", continúa la psicóloga de Arrels, y añade que cuesta mucho establecer un vínculo muy fuerte para que estas personas acepten un techo por la noche o una comida diaria. "Ha pasado tanto tiempo que ha perdido esa confianza. Luego, no es fácil salir de la calle", explica. Desde Arrels lamentan que, después de muchos años de gestiones, no han llegado a tiempo para que Miguel viva los últimos años de su vida bajo un techo.
Miguel también tenía un seguimiento por parte de los servicios sociales del Ayuntamiento de Barcelona y del programa ESMES, del Parc Sanitari de Sant Joan de Déu y de la Fundació Sanitària Sant Pere Claver. Se dieron pasos adelante, al aceptar un recurso de asistencia hospitalaria durante un tiempo cuando no se encontraba bien. Se hizo unas pruebas y acabó encontrándose mejor. Pero nunca llegó a ir él mismo hasta Arrels para ducharse o dormir. Nunca salía de su zona, la Plaça Catalunya y la Rambla. "Las personas que se cronifican se arraigan mucho en un espacio", relata Fernández.
Vínculos
Las personas sin techo que viven en una situación cronificada son "desconfiadas". Sobre todo porque nadie se acerca a hablar con ellos y, cuando alguien lo hace, suelen desconfiar. La clave, describe la psicóloga social de Arrels, es crear un "vínculo de confianza". No hace falta, sigue, que te cuenten su historia. "Después la reviven y los revictimizas", añade. Lo importante es "preguntar cómo está" y "generar esa confianza". "Después es más fácil que expresen sus necesidades", concluye.
Que se encuentren en esta situación no significa que no tengan "relaciones profundas" con algunos vecinos que los ayudan, o con miembros del equipo de Arrels. Sin embargo, antes hay que establecer esa confianza y, sobre todo, que el servicio que ofrecen se adapte a ellos y no tengan que mover cielo y tierra para conseguirlo. Un nuevo servicio que desde Arrels apuntan que está ayudando mucho es el del piso cero. Un espacio sin horarios donde personas sin techo pueden ir a dormir. Allí pueden llevar a los perros y, también, si lo necesitan, pueden consumir alcohol. Según los datos de Arrels Fundació, Miguel era una de las más de 1.200 personas que duermen cada día en las calles de Barcelona. Sin embargo, hay otras 2.800 personas que no tienen hogar y se alojan en recursos públicos y privados de la ciudad.