Ataque ruso en Ucrania

La guerra en casa

Un hogar en la Floresta se convierte en un hostal improvisado para familias que huyen de Ucrania

Piti Español
5 min
El Mischa con su madre y su hermana durante su breve estancia en La Floresta huyendo de la guerra

BarcelonaEl 24 de febrero las fuerzas rusas entran en Ucrania. Pocos ucranianos se lo esperaban, pero enseguida centenares de miles empiezan a abandonar el país. Muchas familias de toda Europa se ofrecen para acogerlos. En casa, entramos en las webs de ayuda y ofrecemos una habitación para tres personas, para estancias cortas. Enseguida empezamos a recibir mensajes de familias que huyen hacia Barcelona.

Lunes 14 de marzo

Nos llega una familia a casa, en la Floresta. Madre, padre y un hijo de diez años. La invasión los ha cogido en Cancún y ahora no pueden volver a su casa, en Kiev. ¡Estaban de vacaciones y les han invadido el país! Están en Barcelona porque era su conexión de vuelta, pero podrían estar en Ámsterdam o en Frankfurt o en... En las maletas solo llevan ropa de verano y bañadores. Los dos, Ruslan e Irina, son abogados y hablan muy poco inglés. Tranquilos, agradables. Rusoparlantes. No saben bien bien qué hacer a partir de ahora porque su trabajo solo lo pueden hacer en su país. De momento, Irina quiere volver a Budapest, donde dejaron el coche, y llevarse al niño hacia Riga, Letonia, donde vive una prima, y apuntarlo en una escuela ucraniana. Ruslan tratará de hacerse los papeles de refugiado. Pero quiere volver a Kiev. Mi hijo le ayuda a mirar en la red si puede comprar un chaleco antibalas. Pero son muy caras y no suficientemente efectivos. Al cabo de un par de días llevo a madre e hijo al aeropuerto. Ruslan se queda para hacer los papeles, le dan cita –¡para julio!– y, mientras tanto, lo envían a un hotel de Calella un par de días. De allí se va a Madrid, que hacen los papeles más deprisa. Cuando vuelve, ya se ha decidido: irá a Kiev, a ayudar. Abrazos. "Cuando acabe todo esto, estáis invitados en casa", nos dice con el traductor de Google.

Sábado 26 de marzo

Otra familia. Madre, padre y una hija de siete años. De Kiev y rusoparlantes, hablan más inglés que los primeros. Él, instalador de aire acondicionado, nació en Chernóbil y, como cuando era pequeño sufrió la radiación de la central, puede abandonar el país. Ella, rubia, alta, es actriz de series y películas ucranianas. Han venido con un Lexus, llevan unos iPhones magníficos y bolsas de YSL. Pero ahora no tienen nada más. Aun así, ella, Anastasia, es optimista y nos dice que el mes que viene vuelve a Kiev, que todo se habrá arreglado. El marido, Igor, explica que sus amigos no creían en la invasión, pero que él la veía venir. Solo han escuchado explotar una bomba: notaron la explosión en el pecho y el cuerpo les reverberó durante un rato. Decidió que su hija no tenía que sentir ninguna más y se fueron inmediatamente.

Nos llama Irina, desde Riga. Su hijo no ha podido entrar en la escuela ucraniana, pero sí en otra donde dan un poco de ruso. Está contento.

Los que están ahora en casa se están solo una noche y se van hacia Jávea, donde habían veraneado, en casa de unos amigos. Abrazos sentidos y que nos veremos en Kiev.

Domingo 27 de marzo

Al atardecer llega una madre separada, psicoterapeuta, con un hijo de cinco años y una hija de trece, que habla inglés. Cargan unas mochilas minúsculas. No llevan casi nada. El niño calza unos zuecos de plástico. Han hecho un viaje accidentado para llegar hasta Barcelona. Están muy cansados. Cuando la hija ve el piano de casa, se le ilumina la cara y pide si puede tocar. Mi mujer organiza una recogida de ropa con algunos amigos. Una amiga ha ido a comprar zapatos para el niño. La madre, emocionada, va diciendo: "It’s amazing, it’s amazing". Hablan tanto ruso como ucraniano, pero la hija considera que tendrían que hablar solo la lengua del país. Toca en el piano el precioso himno de Ucrania, que la madre dice que es demasiado triste. En dos días saldrán hacia San Sebastián, donde una amiga se ha ofrecido a acogerlos. Mi mujer llama a Renfe y sí, los ucranianos pueden viajar gratis. ¡Alegría! Pasan mucho rato en casa, recuperándose, y poco a poco las caras se les relajan y les vuelven a brillar los ojos. Tratamos de darles tanto afecto como podemos. La hija cada mañana hace unas horas de clase por internet. ¡Incluso de natación! Al cabo de tres días, ya más tranquilos, más sonrientes, cogen el tren hacia San Sebastián.

Una familia ucraniana rumbo a San Sebastián después de una primera parada en la Floresta.

Miércoles 30 de marzo

Llega una mujer con un hijo de veinticinco años y una hija de siete. Vivían cerca de la frontera bielorrusa. El padre se ha tenido que quedar. La madre es profesora de piano. El hijo, muy espabilado, habla un inglés americano perfecto. Trabajaba en cruceros por Europa, donde conoció a su novia, una bailarina americana. Están mirando de casarse en Dinamarca, junto con Gibraltar y Chipre, los únicos lugares donde pueden hacerlo los refugiados, pero mientras esperan la cita ella ha vuelto a EE.UU. La madre, que apenas ha viajado y habla muy poco inglés, el viernes coge con la hija un avión hasta Tijuana, México, para pedir estatuto de refugiados en la frontera y entrar en Estados Unidos, donde tiene una hermana que las acogerá. El chico, Mixa, se queda en casa unos días. De vez en cuando trabaja, desde casa, dando clases de inglés por internet. Habla sobre todo ruso, pero, como los otros refugiados que hemos tenido en casa, afirma que nunca ha tenido ningún problema con la lengua. Le gusta mucho Zelenski, que cree que trató de luchar contra la gran corrupción que hay en su país y que ahora lo está haciendo muy bien, como nos han reconocido todos los otros refugiados. Cuando le comento que Europa está siendo muy solidaria con los ucranianos, pero no lo ha sido con los sirios, afganos... me pregunta, irónico: "¿racismo?"

Domingo al atardecer, Mixa está muy afectado por las muertes de civiles de Bucha. El lunes al mediodía se va hacia Valencia. Viajará por España esperando que le llegue la cita para casarse. Me enseña un vídeo que le ha enviado su madre desde el local de Tijuana donde duermen, uno junto al otro, unos centenares de ucranianos esperando a poder entrar en EE.UU. Su hermana mira a cámara con una expresión triste, resignada. Mixa nos invita a Kiev, donde ya ha llegado Ruslan, que nos dice que esta noche ha dormido en un refugio antiaéreo. Todavía no ha ido a su casa.

Cambiamos sábanas y toallas: mañana nos llegan dos amigas y el hijo de una de ellas. No creo que la guerra acabe pronto. Espero equivocarme.

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