“Las habitaciones realquiladas son el último recurso antes de la calle”
Cáritas ha doblado la cantidad de ayudas a la vivienda para personas vulnerables
BarcelonaErika Reyna y su hija de 11 años han ido saltando de una habitación realquilada a otra desde que llegaron de Perú en 2016. Nunca ha podido pagarse el alquiler de un piso y siempre lo han tenido que compartir, pero desde la llegada de la pandemia, cuando se quedó sin trabajo y sin ninguna ayuda de la administración -solo había podido trabajar de forma irregular-, no se puede ni permitir una habitación realquilada y tuvo que recurrir a Cáritas, también para la comida.
De hecho, el número de personas atendidas por Cáritas Barcelona que viven en habitaciones realquiladas y necesitan ayuda económica para pagar el alquiler se ha doblado en 2020, hasta superar las 3.100. Así, la entidad también ha aumentado los pagos en este sentido un 54% -casi hasta el millón y medio de euros- respecto al 2019 y el año pasado dedicó más del 70% de su gasto anual en vivienda. Según apunta la directora del programa de Sin Hogar y Vivienda de Cáritas Barcelona, Fina Contreras, en 2018 y 2019 el número de personas que vivían en habitaciones realquiladas ya creció de forma sustancial, pero ahora la pandemia ha agudizado todavía más la crisis de acceso a la vivienda. “Las habitaciones realquiladas aumentan porque son la última opción antes de ir a vivir a la calle”, resume.
Contreras también remarca que han detectado un aumento de problemas de convivencia durante el covid, sobre todo en el primer confinamiento. Por este motivo, a Erika y a su hija las echaron del piso donde vivían en plena pandemia. «Ya me había acostumbrado a compartir cocina y lavabos, y a no poderlos usar siempre que quisiera, pero cuando acusaron a mi hija de “hacer desaparecer” enseres de estética, no pude parar, salté», explica Erika.
Complicado encontrar habitación
Por suerte, encontraron otra habitación deprisa. A menudo la búsqueda es complicada, y más con perfiles como el suyo. Si bien Erika siempre ha pagado al día los alquileres, muchos propietarios se niegan a hacer tratos con una madre inmigrante y sin una situación laboral y residencial estable. Y todavía menos a confiarle un alquiler a nombre suyo, a pesar de que por ahora ya ni se lo plantea, porque no lo podría pagar. “El alquiler estándar de Barcelona casi es más alto que el sueldo mínimo interprofesional”, protesta Contreras.
En este sentido, Erika hace años que lucha para conseguir un contrato de trabajo y el permiso de residencia en España, pero ha chocado varias veces con trabas burocráticas y, después, con la pandemia. “Siempre me quedo a un palmo de la orilla”, lamenta. La última oportunidad que tuvo fue el ofrecimiento de un contrato de una floristería que al final no la pudo coger porque la empresa se vio obligada a hacer un ERTE.
Sin trabajo por la pandemia
Hasta entonces, había trabajado en el sector de servicios. El último trabajo que había tenido era de recepcionista en un hotel -habla inglés y francés-, que tuvo que cerrar a raíz del covid. Ahora ha abierto una tienda de ramos de flores online, puesto que, de hecho, vino a Catalunya con un visado de estudiante con la excusa de venir a hacer un curso de floristería y en Perú trabajaba de florista. “Si legalizaran mi situación podría hacer crecer el negocio e incluso dar trabajo a más gente”, argumenta.
En cuanto a su hija, Erika asegura que se ha adaptado muy bien a todos los pisos y al instituto, pero tiene miedo que la inestabilidad residencial la acabe afectando. De hecho, el último informe de la Fundación Pere Tarrés constata que la crisis de acceso a la vivienda agravada por el covid ha causado problemas emocionales y de salud mental a muchos niños de familias que se encuentran en una situación de inseguridad habitacional. Por suerte, Erika, a diferencia de muchas madres monoparentales -es el perfil mayoritario- que se encuentran en la misma situación, ha firmado un contrato de alquiler de un piso a un precio mucho más bajo que el de mercado con la ayuda de la Fundació Privada de Foment de l’Habitatge Social y de Cáritas . “Lo primero que me ha dicho mi hija es que cuando vayamos a vivir a nuestro estudio y quiera entrar en su habitación primero tendré que llamar a la puerta. Se hace mayor y quiere intimidad”, ríe Erika.