Esto no hay que decirlo

Hoy, Wally haría botellón

Centenares de jóvenes haciendo el en el bot ellón de plaza España durante la segunda noche de las fiestas de La Merced
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BarcelonaDe una Barcelona con las calles desiertas a plena luz del día, como aquella ciudad que salía en La dimensión desconocida, hemos pasado a una Barcelona nocturna petada de gente haciendo barrabasadas (aunque no sé detallar qué cosas hacía Barrabás). Se trata, en todo caso, de una masificación infernal, aunque estos dos términos son sinónimos desde la noche de los tiempos. Ya sale en el Evangelio de Marcos, cuando el demonio dice su nombre a Jesús: "Mi nombre es legión, porque somos muchos" (Mc 5:5-9). En la serie de libros ¿Dónde está Wally?, del dibujante Martin Handford, se puede constatar hasta qué punto la masificación es alienante. Wally es el único que conocemos entre tanto gentío, pero parece imposible identificarlo. Aunque, actualmente, sí podrían adivinar dónde está. Hoy, Wally haría botellón.

Es en los viejos dibujos de Opisso donde queda impugnada la visión demoníaca de las masas. En su costumbrismo apretujado de sirvientas, menestrales, pinchos y burgueses y burguesas paseando por la Rambla, Barcelona era una ciudad de multitudes tal cual se esperaba en su época de toda gran ciudad. Este espíritu multitudinario lo refleja espléndidamente el cine de aquel tiempo. Está en The crowd (La multitud), de King Vidor, para poner un título muy explícito. Aquí ya es una multitud fagocitadora del individuo, pero no actúa destructivamente ante la ciudad. En Opisso todavía es mejor: todo el mundo tiene un papel, una misión particular, dentro de la aglomeración. Con Wally llega el drama y encontramos que nuestra misión es indiferente a la gente, nuestra vida pasa desapercibida hasta para nuestros propios espectadores.

Entre Vidor y Wally se ha proyectado todo el cine de Cecil B. DeMille, que se caracteriza por el desbordamiento de masas, una exorbitante aglomeración de personas cuya sola función es hacer bulto. Con Cecil B. DeMille comprendemos que nos hemos convertido en figurantes anónimos de nuestro propio mundo. Se puede luchar contra esto, como hacía Brueghel el Viejo en los cuadros, cuando reivindica entre los grupos populares la anécdota individual (una risa banal, llevar un cubo...). O, igual que en la obra del Bosco, podemos renunciar a toda esperanza y dar barra libre al lío, al delirio de las ruedas de fuego en medio de la noche. Imponiendo su nombre, la pandemia ha llenado de anonimato las ciudades.

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