La mayoría de los disléxicos en las aulas no saben que lo son

Si no se detecta ni se trata, entorpece el aprendizaje, erosiona la autoestima y puede motivar el abandono prematuro escolar

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Marc, con sus padres, la Mercè y el Jordi, en casa suya.

Santa Coloma de GramenetAdriana no quería participar en el extraescolar de inglés. Cuando tenía que leer en voz alta se avergonzaba, se ponía una coraza y hacía bromas para esconder su nerviosismo. Su madre, Cristina Vallribera, encaró el verano poniéndose en guardia: estaba a punto de empezar 4º de primaria y el trabajo sería más exigente y autónomo. En las vacaciones, mientras hacían fichas de refuerzo para leer y escribir, detectó más señales preocupantes. La niña se angustiaba mucho cuando salían las b y las d en los textos. “No había manera de que las distinguiera y se echaba a llorar porque no veía la diferencia”, explica. Unos meses después le diagnosticaron una dislexia “de manual”.

“Cuando un niño que es listo, que ha ido aprendiendo en educación infantil de forma rápida y ágil, empieza a leer y le cuesta aprender y ligar letras o unir sonidos, o cuando el resto de compañeros leen con cierta soltura y él sigue encallándose, con pausas o rectificaciones, este niño posiblemente tiene dislexia”, resume la neuropediatra del Institut Som Via, Anna Sans. La dislexia es el trastorno más frecuente del aprendizaje. Se sabe que es un trastorno de base genética, una alteración en el funcionamiento de las áreas del cerebro encargadas de automatizar la lectura. Los afectados leen más lentamente y hacen muchas faltas de ortografía. A menudo está combinada con otros trastornos, como el déficit de atención e hiperactividad (TDAH).

Hasta un 17% de la población tiene dislexia, según los datos oficiales de Educación. En Catalunya se estima que este trastorno que limita de forma persistente la capacidad lectora afecta a entre uno y tres alumnos por aula, si bien la mayoría de los casos no se diagnostican. Si no se detecta ni se trata, la dislexia entorpece el aprendizaje y con el paso del tiempo erosiona su autoestima. Algunos, incluso, acaban abandonando los estudios, sobre todo los niños y jóvenes de familias con menos recursos, puesto que no hay servicios públicos que atiendan estos trastornos.

Falta de diagnóstico precoz

La mayoría de casos no se detectan. Fuentes de Educación afirman que el diagnóstico no se puede hacer antes de los 7 o 8 años y que, por lo tanto, hasta entonces no se pueden hacer las adaptaciones o las acciones de apoyo específico que necesitan para avanzar en las etapas escolares. Para la doctora Sans, esto es un tópico: “Se puede diagnosticar y tratar antes. Cuando menos, puede haber un alto grado de sospecha para empezar a ayudar al niño”.

La neuropediatra insiste en que es absurdo tener que esperar, sin ofrecer ninguna ayuda al niño, a 2º o 3º de primaria, cuando el resto de alumnos ya tienen una mecánica lectora totalmente lograda. De hecho, dice que en edades tempranas son más efectivas las intervenciones de reeducación porque los cerebros son más plásticos y defiende que si los trastornos del aprendizaje estuvieran normalizados dentro del sistema educativo, “a los ocho años todos los afectados estarían diagnosticados”. 

Las señales en el aula y en casa

Educación infantil

  • Dificultades con el sonido de las palabras
  • Problemas para aprender el nombre de los colores, las letras o los días de la semana

Primeros cursos de primaria

  • Confusión entre palabras que suenan de manera similar
  • Desorden de sílabas
  • Dificultad para aprender los días de la semana, los meses del año o las tablas de multiplicar
  • Lectura lenta con rectificaciones y repeticiones
  • Errores de ortografía
  • Rechazo de las tareas de lectoescritura

Primaria y ESO

  • Lectura lenta y poco automatizada respecto al grupo clase
  • Grandes dificultades para aplicar las normas ortográficas 
  • Diferencias significativas entre el trabajo oral y el escrito
  • Dificultades en la parte escrita de las lenguas extranjeras
  • Vergüenza a leer en público
  • Falta de tiempo para acabar los deberes
  • Resultats académicos bajos a pesar de saberse las lecciones
  • Baja autoestima

Sans asegura que las escuelas catalanas, también los pediatras, disponen de herramientas validadas para la detección específica para cada etapa educativa, desde infantil hasta bachillerato: es el programa de dislexia de Catalunya (Prodiscat), elaborado por el Colegio de Logopedas. “Se evitaría mucho el sufrimiento de los niños y las familias durante toda la trayectoria escolar, es inaceptable que todavía sigamos así”, dice. 

Formación en las aulas

Es habitual que las familias lleguen a las consultas sobrepasadas y preocupadas cuando sus hijos con dislexia ya cursan secundaria. Como Marc Bertran, al que hasta los 14 años no diagnosticaron. “Antes pensaba que era vago porque era lo que todo el mundo me decía. Pero a la vez quería hacer cosas y no entendía por qué me encallaba”, relata.

Su madre, Mercè Piñero, explica que en primero de primaria notó que leía con dificultad, pero no le dio mucho importancia. “Creía que iría a su ritmo. Tiene muy buena memoria y no tenía problemas para alcanzar los conocimientos. Pasaba todos los cursos de primaria sin suspender”, dice. Con el tiempo, la familia de Marc buscó la ayuda de psicólogos, pero ninguno leyó bien las señales. “Ahora sabemos que no era porque no le gustara o quisiera, sino porque no podía”, explica Jordi Bertran, su padre. 

Cada vez hay más maestros al acecho de los trastornos del aprendizaje, pero los expertos consultados aseguran que todavía hay muy poca formación en las escuelas –también entre los pediatras– para poder detectarlos precozmente. “Los que tienen nociones es porque se forman por su cuenta”, afirma Joan Julià, maestro y filólogo en un instituto de Girona, que reprocha que todavía haya mucho escepticismo al respecto en el sistema educativo. 

“A menudo me encuentro con jóvenes claramente disléxicos pero que, a las familias, los docentes o los psicólogos les han dicho: «Este niño no es disléxico porque no gira letras ni sílabas». Claro que no, porque esto lo hacen los más pequeños; con diez o más años esto ya no les toca”, critica Sans. Muchos acaban yendo al optometrista pensando que es un problema visual y pierden mucho tiempo antes de tener un diagnóstico.

Compensar dificultades

Otros no se pueden permitir la detección: los equipos de atención psicopedagógica (EAP), que serían los que se tendrían que encargar de ello, van “sobresaturados” de otros trastornos más graves, como el autismo, y, por la vía privada, solo las pruebas diagnósticas pueden exceder los 500 euros. Tener un diagnóstico tampoco garantiza acceder a un tratamiento. El Estado, que da cada año becas para cubrir el 70% de la terapia, ha excluido a los disléxicos. “Les piden una discapacidad del 33% para acceder”, lamenta la logopeda y pedagoga Victòria González, a pesar de que la dislexia no es una discapacidad, sino una disfunción. Para los expertos, el recorte de la beca es un tema meramente presupuestario. “Y la mayoría de niños con recursos escasos se quedan sin diagnóstico y tratamiento, nutriendo el índice de fracaso escolar”, lamenta la directora de la Asociación Catalana de Dislexia, Neus Buisan.

Los expertos también señalan que cuesta que los centros hagan adaptaciones para compensar las dificultades. A menudo les dan algo más de tiempo para acabar los exámenes o deciden que las faltas les penalicen menos. Pero estas ayudas son una ínfima parte de lo que necesitan, alertan. No son adaptaciones para ayudarles a seguir el ritmo del grupo: “No si se les siguen haciendo dictados cuando por escrito no encuentran diferencias entre barco o varco y les devuelven la hoja llena de correcciones en rojo”, insiste Julià.

El objetivo de las adaptaciones es que los alumnos aprendan los mismos contenidos que sus compañeros pero sin depender tanto de la lectoescritura. Por ejemplo, evaluando los conocimientos con preguntas más cortas, tipo test o exámenes orales y el uso de audiolibros o correctores para que no estén en inferioridad de condiciones respecto al resto del grupo. De otro modo, afirman los expertos, la distancia respecto a los compañeros se va ampliando y el niño se va haciendo más pequeño.

Baja autoestima

La erosión de la autoestima es una de las peores consecuencias del infradiagnóstico: los niños y los jóvenes se dan cuenta de que leen mal, se sienten menos inteligentes o piensan que no valen para estudiar pero no saben por qué. “Están abandonados por el sistema –lamenta Julià– y durante años les hacen creer que son unos vagos”. Algunos de ellos abandonan los estudios, y los que siguen estudiando a menudo lo tienen que hacer con un coste personal muy elevado. Una actuación precoz permitiría ayudarlos, motivarlos y evitar que vean la escuela o el instituto como un castigo. Y por el camino, se bajaría el índice de fracaso escolar –un 17% en Catalunya–, que según Sans está estrechamente vinculado a estos trastornos.

“Saberlo lo cambia todo. Al principio me daba miedo etiquetar a Adriana, pero ahora que sabe que es disléxica se ha quitado un peso de encima. Entrena la lectura dos horas a la semana sin agobiarse, se esfuerza para mejorar, porque es consciente de que tiene una dificultad añadida”, explica Vallribera. Además, han encontrado otras fórmulas para animarla: el atletismo. “Está haciendo muy buenas marcas y esto le refuerza la autoestima. Ahora no tiene complejo de inferioridad y sí ganas de estudiar”, dice su madre. 

También Marc ha visto cómo su vida daba un giro de 180 grados: después del diagnóstico, en cuarto de ESO, se convirtió en un alumno de notables y excelentes. Unos resultados que lo han motivado a hacer un ciclo medio de informática. “He elegido un camino que me motiva”, afirma. “Ahora es de los mejores de la clase”, presumen los padres.

Las claves para entender la dificultad específica para la lectura
  • ¿Qué es la dislexia? La falta de habilidad natural para leer de manera fluida a pesar de tener una inteligencia y motivación normales. Dura toda la vida, tiene varios grados de severidad y no se comporta del mismo modo a lo largo de los años. Los más pequeños confunden letras que se parecen (d, b, p y q), invierten sílabas y hacen muchas faltas de ortografía. Cuando superan esta etapa, siguen leyendo lentamente y haciendo faltas.
  • ¿Cómo se aprende a leer? En el aprendizaje de la lectura, para que un niño identifique, entienda y use una palabra, primero su cerebro tiene que saber descomponerla en fonemas, es decir, atribuir a las grafías unos sonidos. Por ejemplo, los fonemas de la palabra 'casa' son: /c/, /a/, /s/, /a/. Al principio, la lectura es muy lenta, pero a medida que el niño va practicando, el proceso se va automatizando y la mecánica lectora va siendo progresivamente más fluida, a la vez que se va interiorizando la ortografía.
  • ¿Cómo lee un disléxico? Los disléxicos ven un texto igual que los que no lo son, puesto que no tienen ningún problema visual, sino una alteración de las áreas del cerebro relacionadas con el lenguaje. El trastorno dificulta que la mecánica lectora se automatice y los primeros años, como no pueden 'fotografiar' las palabras, escriben las palabras tal como suenan, haciendo muchas faltas. Su lectura siempre requerirá más esfuerzos y, aún así, será lenta.
  • ¿Tiene cura? La dislexia no desaparece. Con el tiempo, los afectados desarrollan estrategias para leer de manera funcional. Cuando más sufren es en la escuela y el instituto, puesto que la lectoescritura es la base del sistema educativo. Si el diagnóstico es precoz se pueden hacer entrenamientos para mejorar la velocidad de lectura (reeducación). El otro recurso son las adaptaciones, que permiten aprender todos los contenidos con otras herramientas, como por ejemplo los exámenes orales.
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