El milagro de Bellvitge

A pesar de su apariencia, el barrio de l'Hospitalet de Llobregat se caracteriza por sus muchas zonas para peatones

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Los bloques mastodòntics que caracterizan el barrio de Bellvitge.
Bellvitge

De ser un barrio que tenía mala fama se ha convertido en un lugar donde quien vive ahí, no quiere irse. El barrio de Bellvitge del Hospitalet de Llobregat, con 25.082 habitantes, ha demostrado que es posible el cambio. Su secreto es el movimiento vecinal.

Bellvitge

Desde fuera parece horrible. Suena mal decirlo, pero es así. Tumba para atrás cuando pasas por la Gran Vía y ves en la lejanía aquella masa de edificios mastodónticos de hasta diecisiete plantas de altura que parecen colmenas. A pesar de esto, el barrio de Bellvitge, en l'Hospitalet de Llobregat, cambia radicalmente a pie de calle. Cambia y también sorprende para bien. Y no es un decir.

Bellvitge nació en los años sesenta, como tantos otros barrios, para alojar a los muchos inmigrantes españoles que llegaron a Catalunya para trabajar. También como en tantas otras zonas residenciales de estas características, los bloques de pisos se edificaron en terrenos sin urbanizar que eran un barrizal cuando llovía y dónde no había ningún servicio. Bellvitge, además, tenía la particularidad de que era el barrio más grande de este tipo, según explica el presidente del Centro de Estudios del Hospitalet, Manuel Domínguez. En total se construyeron 66 bloques de trece plantas y 11 torres de diecisiete. Una auténtica barbaridad.

Precisamente por eso, porque era una barbaridad, los vecinos se plantaron ante las hormigoneras e impidieron la construcción de nuevos edificios. Estaba previsto que se edificaran al menos 14 bloques y 22 torres más. Y este fue el milagro de Bellvitge: la movilización vecinal. Una movilización que también se dio en otros barrios obreros en los sesenta y setenta, pero en Bellvitge tiene la singularidad que ha perdurado en el tiempo, según destaca Domínguez.

Una vecina, en una ventana en uno de los pisos del barrio de Bellvitge

"Cuando iba a la universidad y decía que era de Bellvitge, me decían: ¿Pero tú eres de Bellvitge? Tienes que ser una excepción", explica Maria Àngels García-Carpintero, que ahora tiene 61 años, continúa viviendo en el barrio y es hija de uno de aquellos vecinos que se movilizaron hace décadas para evitar la construcción de nuevos bloques de pisos. Sin duda, antes Bellvitge se vinculaba a la delincuencia. En cambio, ahora es difícil encontrar piso. Pocos quieren irse del barrio.

Bellvitge sorprende a pie de calle por la amplia rambla que divide en dos el barrio, por el montón de plazas y espacios verdes que tiene entre los edificios, por sus calles para peatones y porque es posible aparcar fácilmente. Cada bloque tiene sus correspondientes plazas de parking en la calle. Y una cosa más: tiene un parque de tales dimensiones que el ruido de la ciudad desaparece. Es imposible encontrar un espacio similar en otros barrios de l'Hospitalet de Llobregat, y apenas en alguno de Barcelona.

Una de las muchas plazas y espacios peatonales que hay en Bellvitge.

Todo esto también se consiguió en parte gracias a la movilización de los vecinos, del mismo modo que otras equipaciones del barrio. De hecho, en el mencionado parque de Bellvitge hay una escultura dedicada a esta movilización, con una placa donde pone: "En memoria y homenaje de todos los hombres y todas las mujeres que con su esfuerzo y su lucha consiguieron un barrio mejor".

La lucha, sin embargo, continúa. En 2015 nació en Bellvitge la plataforma No Més Blocs, que pretende ser herencia de aquellos vecinos que protestaban en los setenta con este lema como grito de guerra para impedir la edificación de más bloques de pisos, según explica Montse Abolafia, miembro de la junta directiva de la Asociación de Vecinos Independiente de Bellvitge. No Més Blocs tiene como objetivo paralizar el Plano Director Urbanístico Gran Vía-Llobregat, especialmente el punto que prevé construir 26 edificios –la mayoría de oficinas u hoteles– en Cal Trabal, la última zona agrícola de l'Hospitalet de Llobregat. Los vecinos temen que los nuevos edificios actúen como "agente gentrificador para expulsar la gente del barrio debido a la subida del precio de la vivienda", además de arrasar un espacio natural que consideran imprescindible, según declara Emma Núñez, miembro de la plataforma.

El problema del ascensor

Més allá de esto, Bellvitge tiene otra reivindicación. Buscar una solución para los bloques de pisos donde el ascensor no para en cada planta. De hecho, esta es una particularidad de buena parte de los edificios del barrio: para ahorrarse dinero los constructores hicieron que el ascensor parara en un rellano que hay entre planta y planta, de forma que siempre hay que subir o bajar escaleras para ir a cualquier piso. Se trata de solo siete escalones, pero son mortales para cualquier persona con la movilidad reducida. Y en el barrio cada vez hay más gente mayor. Esta sería la única pega de Bellvitge, dice la vecina García-Carpintero. Más allá, claro, de las apariencias.

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