Crónica

“¿Por qué no podemos sentarnos en el suelo?” “No lo sé”

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Agentes de la Guardia Urbana de Barcelona intentan dispersar las personas que este jueves se concentraron a varios puntos de las Fiestas de Gràcia

Barcelona–Os tendríais que levantar. No podéis sentaros en el suelo.

–Ah, de acuerdo, pero ¿por qué no podemos sentarnos en el suelo si siempre hay gente sentada en el suelo en esta plaza y nunca pasa nada?

–Pues no lo sé, no lo tengo muy claro, pero el hecho es que os tenéis que levantar y marchar.

Escena real acontecida en medio de la plaza del Sol de Gràcia. Conversación entre un guardia urbano y un joven argentino, un poco antes de las doce de la noche. La situación es sensiblemente diferente de la de hace unos días, cuando ningún agente del orden llamó la atención a nadie en esta plaza hasta que fue desalojada a la 1.30 de la madrugada, superado con creces el inicio del toque de queda. Hoy el toque de queda ya no existe, el TSJC lo ha tumbado. Resulta paradójico que hoy sí que se produzca esta batida, sí que haya una decena de agentes de la Urbana en la misma plaza donde el domingo por la tarde no había ni uno. A partir del lunes, de hecho, el despliegue fue evidente. Otra cosa es la advertencia y la vigilancia de las infracciones: distancia de seguridad, botellón, reunión multitudinaria... El mismo guardia urbano que ha admitido que no lo tenía claro, remata: “En los conciertos también hay gente sentada y a estos en cambio no se les dice nada”. Unos compañeros suyos echan a la gente que ocupaba la zona del parque infantil. ¿Por qué? Tampoco se sabe. El caso es que poco más allá de las doce el centro de la plaza está vacío. Quedan las terrazas y el perímetro. Queda claro que tenían especial interés en prevenir la repetición de las imágenes del domingo, cuando aquello parecía, muy pasada la medianoche, una discoteca al aire libre

¿Cuál es el efecto? Pues que las calles adyacentes se llenan. Torrent de l'Olla y Travessera están llenas de grupúsculos de jóvenes con ganas de prolongar la fiesta hasta altas horas. Por cierto, las mascarillas escasean. Por no decir que no se ve casi ninguna puesta. Los que no se quedan quietos se van hacia los alrededores de otro centro neurálgico importante: la plaza John Lennon. Los bares van cerrando pero todavía friegan las últimas copas. Afuera del bar Pietro, en Travessera con Torrijos, casi no se cabe. La Urbana llama la atención a los encargados de El Otro porque ya ha pasado más de media hora del límite de cierre. El bar de las fiestas de la calle Puigmartí está a rebosar. Aquí todavía sirven. Los controles de acceso son un descontrol, un sálvese quien pueda. Ni un solo guardia urbano. Sí que hay dos voluntarias del Punto Violeta, encargadas de hacer pedagogía y prevención del acoso sexual y los abusos. “Es fuerte que tengáis que hacer esto, ¿no?”, se pregunta una de las chicas aconsejadas. 

A medida que las calles decoradas y con fiesta van cerrando –en Fraternidad cierra una fiesta LGTBI–, los asistentes se reparten. Ahora el punto caliente es en medio de Milà y Fontanals. Griterío, descontrol, alcohol a todo trapo. En algún momento de la noche, la policía –confiada en no intervenir y que la fiesta se disuelva sola como un terrón de azúcar– los dispersará pero ellos no tienen intención de marchar. Continuarán en la calle hasta que el ánimo diga basta. No hay toque de queda, ni real ni tácito, ni escrito ni apócrifo. 

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