Crónica

Perseguir las aglomeraciones nocturnas, la nueva rutina de la Guardia Urbana en Barcelona

La restauración todavía no ve la luz: “Nos hace falta como mínimo un año así para recuperar el año de pérdidas”

Germán Aranda
4 min
Un grupo de jóvenes, bebiendo en la calle en Barcelona esta madrugada.

BarcelonaSon las nueve y media de la noche y los bares de copas del Passeig del Born se parecen a lo que eran en la medianoche de antes de la pandemia, pero con más confusión. En la puerta del bar Stereo 18, la cola es larga y la música se escapa muy fuerte desde dentro. Tres agentes de la Guardia Urbana se discuten con el encargado. “Ponga la música más floja”, dicen, y alertan que el local se pasa “bastante” de lo permitido. Parece imposible, con el fin del estado de alarma, poder controlar lo que pasa detrás las puertas de cada bar nocturno. 

En un local del delante, Fabián hace el control de acceso para que el aforo no se sobrepase. “Es extraño”, admite, todavía sin llegar a la euforia de volver al trabajo después de meses cerrados. “Hay muchos extranjeros”, reconoce y, en efecto, una de las diferencias de este sábado por la noche con relación a los anteriores es que los turistas ya empiezan a llenar las calles del centro de la ciudad. Al final del Passeig del Born los furgones de la Guardia Urbana se preparan para la nueva rutina que empieza a las doce de la noche –una hora más tarde que la semana pasada después de la decisión del TSJC– de dispersar la aglomeración que se genera cuando toda la gente sale de los bares. Al final de la noche, habrán desalojado de diferentes calles, plazas y playas a unas 3.475 personas y detenido a una persona por desobediencia y resistencia a la autoridad en la zona del Born.

Imagen del ambiente en el Passeig del Born de Barcelona esta noche.

Los trabajadores de la hostelería dudan entre compartir la alegría de los que llevan meses sin poder salir a cenar y la frustración por la mochila de la deuda acumulada. “Sí, estamos haciendo el 100% más que con el estado de alarma solo porque abrimos por las noches –dice Àlex, propietario de la pizzería y bar Paco, en la calle Allada-Vermell–, pero la deuda se nos ha multiplicado por tres, es de centenares de miles de euros y nos hará falta más de un año para recuperarnos de esta mochila”. Lo dice sin alegría, resignado a cargar un peso que le costará mucho sacarse de encima. 

En la terraza de su bar, en cambio, Maria Antònia, de 28 años, dice que está “muy emocionada” porque por fin puede “evadirse y salir de casa, hacer algo más que producir, producir y producir”. Sus amigos comparten la alegría, a pesar de que Daniel, de 32, ya hace meses que toma alguna cerveza en la calle más allá del estado de alarma. “Todavía me sentía rebelde”, bromea. Àlex, de 33, expresa las ganas de “salir, bailar” y asegura que ahora mismo iría a “cualquier discoteca si estuviera abierta”.

Jóvenes ante los Mossos d'Esquadra esta noche en el barrio del Born de Barcelona.

A medianoche, en efecto, empieza el ingrato trabajo semanal de la Guardia Urbana: perseguir a la gente para intentar evitar aglomeraciones. “Sabemos que tienen ganas de salir, pero tenemos que evitar que haya grandes grupos”, dice un agente con tono positivo. Una vez más, las intervenciones policiales en medio de la fiesta dejan alguna detención e imágenes un poco esperpénticas, como la de un joven estirado en el suelo ante la policía como si estuviera en una protesta. 

Ríos de personas se dirigen a la Barceloneta como si hubiera un festival. Una es Julie, una francesa de 23 años que acaba de llegar para pasar unas semanas en Barcelona. Está enfadada porque le acaban de poner una multa de 60 euros por beber en el paseo del Arc de Triomf. “Claro que voy hacia la Barceloneta, ¡tengo que beber para olvidar la multa!”, dice. Va con su amiga Kasumi, una holandesa que ha llegado hace seis semanas a vivir a Barcelona atraída por el rescoldo mediterráneo que no tiene en su país. “No estoy hecha para Holanda, aquí la gente es más abierta”, dice, y explica que entre los amigos del trabajo y las compañeras de piso, también expatriadas, va conociendo a decenas de personas cada semana y se encuentran en la playa para hacer pequeñas fiestas, beber y escuchar música. 

Jóvenes haciendo botellónes en la playa de Barcelona esta madrugada.

Una vez en la arena, los esfuerzos policiales para evitar aglomeraciones serán en vano. En el momento más álgido de la noche, centenares de personas gritan, bailan y beben en la playa. Los coches de policía con las luces de las sirenas encendidas suben y bajan por el centro de la ciudad durante toda la noche como si de repente Barcelona fuera la capital del crimen. Nada más lejos de la realidad, es el esfuerzo titánico que hace falta para aplicar esta especie de ley seca a medias que supone romper la inercia de la noche, que no es otra que la de encontrarse y festejar.

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