El Guadalquivir: viaje a la autopista del narcotráfico
Tres semanas después de la muerte de dos guardias civiles en Barbate viajamos a Andalucía para entender las nuevas rutas que abren los grupos de narcotraficantes mientras la policía alerta de la violencia que utilizan contra las fuerzas de seguridad
BarbateNo hay flores, ni placas, ni ningún recuerdo. A simple vista es sólo un trozo de agua que entra en el puerto, entre piedra y espigón. Un chico enseña a un amigo a pescar, un grupo fuma porros a pocos metros y dos jóvenes, estirados sobre una de las rocas, se besan.
Han pasado sólo 19 días. El mar, que es el mismo, parece otro. Es la distancia entre el temporal del día 9 y el sol del 28. Aquel viernes un grupo de narcollanchas se refugiaban del viento cuando la Guardia Civil las quiso enviar mar adentro. Embistieron la zodiac aclamadas por jóvenes que lo observaban desde el espigón. Murieron dos agentes: David y Miguel Ángel.
Hoy hay silencio. El sonido llega desde la plaza del ayuntamiento, donde suenan sevillanas y un grupo de mujeres vestidas con falda negra y camisa de lunares bailan sobre un escenario. No es un recurso de folklore fácil. Barbate está hoy de fiesta. Es el Día de Andalucía.
"No permitiremos que por cuatro desgraciados se ensucie el nombre de las 23.000 personas que se levantan cada vida para buscarse la vida de forma honrada", dice el concejal de Seguridad, Paco Ponce. "No eran personas del pueblo", repiten vecinos y el propio gobierno municipal. Pero, en cambio, se hace el silencio ante la pregunta más obvia: ¿cómo pudo ocurrir?
La mayoría acaban admitiendo, lisa y llanamente, que la policía no debería haber salido con una zodiac. Y varios agentes afirman que la tragedia de Barbate evidencia que el narcotráfico está desbocado, que los grupos son cada vez más violentos y que la policía no tiene medios para combatirlos. El ejemplo más dramático: las cinco embarcaciones que la Guardia Civil tiene en el puerto de Cádiz estaban averiadas el día 9, en el que David y Miguel Ángel acabaron subiendo a la embarcación en la que perdieron la vida.
Campo de Gibraltar, zona cero del narcotráfico
“Nadie querrá decirte nada”, dice un vecino de San Roque, un pequeño municipio ubicado entre la Línea de la Concepción y Algeciras. "Aquí nos conocemos todos, sabemos quién es quien, por eso preferimos no hablar". Basta con alejarse del municipio para entender por qué este punto es la zona cero del narcotráfico. A mano izquierda se eleva Gibraltar, un punto importante de contrabando de tabaco; en línea recta se ve a Marruecos, el segundo mayor productor de hachís del mundo, y a la derecha el puerto de Algeciras, el más importante de España.
"¿Es normal ver narcollanchas?" Sonríe, le parecerá entrañable la inocencia de la pregunta. “Ha habido épocas en que era un no parar. Pero desde hace un tiempo lo encuentro muy distinto. Hay muchas menos”. La percepción del vecino coincide con lo que dicen las fuerzas de seguridad. El refuerzo policial que ha habido en el campo de Gibraltar ha dispersado a las embarcaciones, que buscan otras rutas hacia Málaga, hacia Huelva y muy especialmente en la costa de Cádiz, en poblaciones como Sanlúcar de Barrameda, Chipiona o Sancti Petri. Y esto se explica, de nuevo, por la orografía, porque son poblaciones en las que entran canales o el mismo río Guadalquivir.
Antes de irse el vecino dice una frase que se repetirá en muchas conversaciones: "Nada de nombres, eh. Ya te lo he dicho, que nos conocemos todos". "Y, teniendo en cuenta todo esto, ¿ya te gusta vivir aquí?", pregunto. Sonríe de nuevo: "¿Tú has visto este mar?"
La autopista del Guadalquivir
"Estar más perdido que el barco del arroz". Dicen que en Sanlúcar de Barrameda todo el mundo conoce la expresión, y es que un barco quedó embarrancado frente al municipio en 1994 y se acabó partiendo en dos. Aún está ahí, y hasta hace unos años los narcos lo utilizaban como punto de encuentro, pero hoy, con más organización y tecnología, no necesitan.
“Ahora no lo vemos, desde la costa, pero a 20 o 30 millas hay al menos diez lanchas esperando el momento oportuno”, dice Luis Baltar, del Sindicato Independiente de la Agencia Tributaria (SIAT). Y es que la organización de estos grupos ha cambiado desde 2018, cuando se prohibieron por decreto las narcollanchas: no se pueden tener, ni fabricar ni reparar. Es la vía que encontró el gobierno para hacer frente al narcotráfico y poder requisar la embarcación aunque no les engancharan con droga encima. Antes conducir una era una simple falta administrativa. Pero estas organizaciones aprenden deprisa, y ahora fondean durante días en alta mar. Las imágenes captadas por los helicópteros de la policía muestran los sacos de dormir, las sombrillas que colocan para tener sombra y, en definitiva, lo preparados que están para pasar días y noches esperando el momento oportuno para alijar. Es decir, descargar la droga.
Todas las fuentes consultadas coinciden en que esta zona es ahora mismo el punto caliente del narcotráfico, y lo es por un motivo sencillo: han convertido al Guadalquivir en una autopista. Entran cuando saben que no hay vigilancia, van hacia el río y se mueven por zonas complicadas como laberintos de cañas para descargar y marcharse deprisa. Saben que es difícil para la policía seguirlos, y cuando tiran hacia alta mar a menudo van más rápido. "Tienen mejores lanchas y mejor tecnología", admiten varios agentes.
Es una imagen antigua, la de los narcos transitando ríos. Hace unos años ocurría lo mismo en uno mucho más pequeño, el Guadarranque, que desemboca en el Camp de Gibraltar. Se habían llegado a construir narcoembarcadores, casas en el lecho del río donde se podía guardar la lancha directamente en un garaje privado. En 2016 se construyó una valla, bautizada como "barrera antinarcos", para impedir la circulación. Lo han roto en varias ocasiones, pero los vecinos de la zona dicen que los pívots de hormigón han cambiado todo. “Aquí las veíamos pasar una tras otra. Ahora han tenido que buscar otros sitios”. Existe una diferencia fundamental, más allá del tamaño, entre el Guadarranque y el Guadalquivir. Y es que éste último es navegable y cerrarlo no es una opción
Violencia
Aquí todo el mundo las llama gomas, pero el término correcto es lancha semirrígida. Se agolpan en el puerto de Algeciras, donde las ha requisado el Servicio de Vigilancia Aduanera (SVA), el cuerpo que junto con la Guardia Civil actúa como policía judicial a esta costa. "Nos pasamos día y noche jugando al gato y al ratón", dicen los pilotos de las embarcaciones. La gran diferencia de los últimos años es la violencia. “Nos enfrentamos a jaurías de embarcaciones que no huyen de la policía; vienen contra nosotros”, afirma Lisardo Capote, jefe del SVA. Muchos son conocidos, los han detenido varias veces y se vuelven a encontrar al cabo de un tiempo en el mar. Por ejemplo, Kiko el Cabra, el narco que conducía la lancha que mató a los dos guardias civiles y que está en prisión provisional. "No tienen ningún sentido de la autoridad, a menudo van drogados y se nos enfrentan abiertamente cuando los detenemos", relata un agente. Esta fanfarronería la muestran también en las redes, en las que cuelgan imágenes luciendo la droga como un trofeo.
La violencia se acompaña de factores que han hecho saltar las alarmas: se están detectando cada vez más armas y más cocaína en estas embarcaciones. Las armas son una señal de luchas entre bandas por robarse droga y la torta un peligro que puede indicar conexiones con otros grupos. Y la violencia se traslada al suelo. El 19 de febrero un grupo de narcos secuestró a un hombre en Sanlúcar de Barrameda, a plena luz del día. Apareció al día siguiente, con heridas de bala y una oreja casi mutilada. “Antes se pegaban palizas. No nos encontrábamos con esto. Hay que poner medios para no llegar a convertir esta zona en un narcomunicipio o narcoprovincia”, dice contundente Toni Rodríguez, de la Asociación Unificada de Guardias Civiles (AUGC). Y añade: “Europa debe entender que el riesgo está ahí”.
La narcoeconomía
Petaqueo. Es una palabra clave del diccionario de las narcollanchas y consiste en el suministro de gasolina para estas embarcaciones, una actividad que sólo está castigada como falta administrativa (debe superar los 50.000 euros en gasolina para que se convierta en delito). “Es fundamental para estas redes, porque necesitan mucho combustible para volver al mar, pero, en cambio, no existe una sanción dura. No sólo necesitamos medios, también una legislación que nos ayude”, dice Luis Baltar. La narcoeconomía arraiga en el territorio, lo que puede salpicar profesiones como los mecánicos. "Hay uno que nos ayuda con nuestros barcos", dice un agente de la Guardia Civil "y el otro día me contaba que le ofrecieron 4.000 euros para ir medio día a alta mar, a reparar unas lanchas" .
Ocurre también con chicos jóvenes de determinados barrios. “Vamos por la tercera generación. Hablamos de niños que han visto delinquir a los abuelos, padres o vecinos, y alguien les dice: «Te doy un móvil y 300 euros para vigilar un rato esta zona» y ya entran a hacer de punto”.
"El Campo de Gibraltar tiene unos 300.000 habitantes, y la inmensa mayoría no tienen vinculación con el narcotráfico", dice Francisco Mena, presidente de la coordinadora antidroga Alternativas. “Pero hay barrios de la Línea y Algeciras que tradicionalmente han sido abandonados por el Estado y el narcotráfico ha hecho mella. Han creado el narco-bienestar: son ellos los benefactores, los que producen riqueza y dan salida laboral a los jóvenes. El narcotráfico se alimenta del paro, la pobreza y la exclusión. Por eso quien piensa que la solución es sólo policía y prisión se equivoca; el problema es más profundo”.
Día de Andalucía
Han pasado sólo 19 días entre la tragedia de Barbate y el Día de Andalucía. Ese día el viento obligó a las embarcaciones a buscar refugio y trasladó a la costa la imagen que día tras día hay en alta mar. Había embarcaciones en Barbate, sí, pero también en Sancti Petri o Sanlúcar de Barrameda. Aquí también están de fiesta, avenida y bares llenos. Buscamos un punto elevado para poder tomar fotografías y nos situamos en el ático de un hotel desde donde se ve el Parque Nacional de Doñana y cómo serpentea el río Guadalquivir. Se entiende que la gente venga aquí de vacaciones. "Es muy bonito", digo a un trabajador. "Sí, no somos muy ricos pero tenemos siempre buen paisaje", responde. Y cuando cree que no le escucho se acerca a una tercera persona. Le dice, flojito: “Ahora, que no entre una goma y lo estropee”.