"Cuando se pone el sol debes tener cuidado": la percepción de inseguridad se enquista en Calella
Los datos delincuenciales no reflejan el miedo a los vecinos del centro de la ciudad
CalellaUn hombre explica que cada día lleva a su hija al instituto y la recoge “por si acaso”. Una mujer mayor comenta que no sale de casa cuando se pone el sol. “Después tienes que ir con cuidado. Y sólo saco dinero dentro del banco”, añade. Un restaurador dice que cierra el negocio antes de tiempo por "miedo a que lo roben", y otro hombre incluso admite que se está planteando sacarse el permiso de armas. Ésta es una de las realidades de Calella, una ciudad de 18.000 habitantes donde todo el mundo se saluda, pero donde desde hace un tiempo la sensación de inseguridad de los vecinos ha ido escalando y generalizándose hasta enquistarse. La otra realidad, la que ofrecen los datos policiales, descarta que los delitos en este municipio costero hayan subido de forma preocupante.
"Hay varias realidades paralelas", reflexiona una fuente que conoce de primera mano la situación. Está la de un comerciante del centro de la ciudad que se deja preparado un palo de golf junto a la caja por si le atracan. Y también existe la realidad de las cifras: según los datos a los que ha tenido acceso el ARA, entre octubre del 2021 y el del 2022, cuando todavía había restricciones por el coronavirus, se cometieron 35 robos en establecimientos de Calella . Este año han sido 29. También existe la realidad de un vecino que, atemorizado por la idea de que lo robaran, ha cambiado la puerta de casa para poner “una de las más seguras del mercado”. Sin embargo, de nuevo los datos no señalan un repunte de los robos a domicilio: el año pasado hubo 59 y este año, 50.
Esta diferencia entre la percepción de gran inseguridad y los datos policiales también se da en los robos de vehículos, que bajan de 142 a 114, y en los tirones (ha habido un 22% menos). Y aunque en general han subido un 19% los delitos (la comparativa todavía se hace con un período afectado por algunas restricciones de la pandemia), este aumento se explica sobre todo por un incremento de los hurtos, que crecen de los 730 a los 954, y las estafas, tendencia generalizada en Cataluña. La pregunta, pues, es si existe una escalada de delincuencia en Calella que justifique esa sensación de desprotección vecinal.
Un factor es que en el centro, que es muy visible, es donde pasan muchos de los delitos. En 50 metros cuadrados, existe un estanco, un supermercado y una tienda de artículos de regalo que han sufrido un intento de robo en menos de 15 días. En la tienda de regalos ya es el quinto robo desde el verano y siempre es el mismo chico: entra, coge unos cuantos objetos y se va corriendo. Esto serían seis robos que entrarían en el cómputo, pero que nunca se han llegado a denunciar. El propietario del supermercado se pregunta: “¿Por qué? Si salen a la calle al cabo de un día”. Ésta es otra de las realidades de Calella (y también de Cataluña): cuesta denunciar. Según la última encuesta de seguridad pública de Catalunya, sólo el 25% de las víctimas acaba denunciando. Si estos seis robos en establecimientos que ha recopilado el ARA contaran, ya habría más que el año pasado.
“Estamos hablando de mucha inseguridad, y eso genera aún más inseguridad”, plantea el sociólogo Jordi Mir. Y en el terreno político hace meses que se habla. El alcalde de Calella, Marc Buch (Juntos), reclama refuerzos policiales frente a una ola de inseguridad que él personifica en un grupo de jóvenes multirreincidentes. Se trata de once chicos que, desde mayo, suman 50 detenciones y 44 peleas. Entre todos acumulan 260 antecedentes. Todos son migrantes, lo que ha traído a Buch (y todos los alcaldes de Junts del Maresme) a pedir su expulsión del país ya instar a los partidos a trabajar para realizar reformas legislativas más duras contra la reincidencia; un discurso del que ya se ha desmarcado el socio municipal, el PSC.
La realidad de los vecinos y la de los 11 jóvenes
"No niego la máxima", afirma el portavoz de ERC en el Ayuntamiento, Xavier Ponsdomènech, pero critica que todo se haya llevado desde una visión "partidista y sesgada". De nuevo, existen varias realidades que chocan. Una es que estos once jóvenes cometen muchos delitos. Principalmente, se dedican a robar negocios ya hurtar móviles y joyas a vecinos, muchas veces de avanzada edad. También es cierto que suelen ir armados con navajas por la calle y que se pelean mucho entre ellos en lugares públicos. Uno está en prisión preventiva. Todo esto, según los vecinos, genera inseguridad aunque los hechos no se reflejen en los datos. De hecho, los delitos de lesiones sí han subido: de 72 a 86. Fuentes municipales aseguran que han “perdido el miedo a la policía” y que a menudo increpan a los agentes.
Los once jóvenes, sin embargo, también tienen su propia realidad. "En vez de poner el énfasis en las dificultades que hayan podido tener, se pone en su origen", critica Albert Comas, concejal de la CUP. La gran mayoría, según ha podido saber el ARA, llegaron de Marruecos solos, sin padres ni familiares, en el 2019, el año en que más menores extranjeros no acompañados se instalaron en Catalunya. Inicialmente, fueron tutelados por la Generalitat, y antes de cumplir los 18 años, vivieron reubicados en un hotel de Calella. Ahora bien, una vez que hacen la mayoría de edad, estos jóvenes suelen salir del circuito de protección gubernamental. Cinco años después, viven en pisos ocupados, pero cuando los echan pasan noche tras noche durmiendo en la playa. La gran mayoría tienen problemas de drogadicción y uno de los motivos por los que roban es para poder pagar la droga.
El conflicto se ha centrado en estos once chicos y la gente les dice “putos tipos” y repiten el argumento de la expulsión. Un hombre paquistaní al que hace una semana robaron el patinete dice sin tapujos que él les expulsaría porque “hacen daño” a la imagen “de los que venimos de fuera”. Pero entre los 11 jóvenes también hay algunos chicos que han nacido y se han criado en Calella, pero que el mundo de las drogas les ha llevado a los mismos pisos ocupados. Hace dos semanas incendiaron un piso en Calella donde vivía un traficante y hubo que desalojar 35 pisos. “Podría morir gente”, comenta una vecina del blog. Dos de los autores sí formaban parte de ese grupo señalado, pero un tercero era una persona de Calella de toda la vida. Una vecina comenta que no se puede generalizar contra los inmigrantes, porque hay otras familias "que han venido a trabajar". Uno de ellos, dice, es un hombre paquistaní al que saluda mientras habla con el AHORA.
Cambio de paradigma
Los once jóvenes vivían ocupando el entresuelo de un parking en el centro del pueblo y, desde entonces, una decena de inquilinos han abandonado la plaza. Una pareja de ancianos que vive en el mismo blog no baja la escalera a partir de las seis de la tarde porque un día vio a uno de los jóvenes con una navaja. Una fuente que ha vivido toda esa complejidad de cerca reflexiona que la percepción de inseguridad ha aumentado porque aunque no hayan aumentado, ha cambiado la forma de cometer los delitos. Antes, dice, las víctimas eran los turistas y los cometían gente de fuera de Calella que estaba allí sólo durante el verano. Ahora "los delincuentes viven con los vecinos" y delinquen todo el año. Hay más elementos que apunta el sociólogo Jordi Mir, como el rol de las redes sociales: ahora siempre se graban las peleas.
Y también es una realidad admitida por la misma policía que faltan agentes patrullando, un elemento que podría ayudar a mejorar la sensación de inseguridad y que denuncia al concejal de ERC. En Calella hay 48 policías locales (lo máximo que pueden tener) y fuentes del cuerpo admiten que no llegan a más. La semana pasada Interior anunció que destinará a nuevos agentes a la comarca del Maresme a partir del verano. "¿Y cómo lo haremos hasta entonces?", se preguntan desde el consistorio.