Mujeres que salvan mujeres: una red para superar la violencia
El apoyo emocional y la independencia económica son los pilares del programa de la Fundación Surt
Merced Ordovás sonríe cuando recuerda el día en que pisó la Fundación Surt por primera vez. Explica, de manera anecdótica, que nadie le pidió el DNI, un gesto que, a su pesar, se había ido repitiendo a lo largo del proceso que finalmente la había llevado hasta allí. "Me tranquilizó", confiesa sobre la inesperada recibida, y añade: "Venía de un proceso de llevar el carné en la boca, donde todo era muy complicado". Hoy, recuperada de la violencia machista que sufrió por parte de su pareja, ayuda a otras mujeres que arrancan el proceso que ella también tuvo que seguir.
Doce mujeres con experiencias de violencia y superación conforman la Red de Mentores del Servicio Integral de Recuperación y Empoderamiento (SIARE) de la Fundación Surt. Merced es una de ellas. Colabora con la entidad de manera voluntaria aportando sus vivencias personales a otros usuarios en fases poco avanzadas de la recuperación. Destaca que su labor gira en torno al acompañamiento, basado en un "efecto espejo", y no en la terapia. El proceso es gradual y avanza a medida que se construye la confianza entre la mujer y la mentora.
El empoderamiento personal, y muy especialmente el laboral, son claves en el proceso. La fundación promueve la incorporación al mercado de trabajo como paso imprescindible para la recuperación plena tras una situación de violencia machista. La lucha por visibilizar la violencia económica es una prioridad porque es una de las más cotidianas, aunque Ordovás reconoce que a menudo queda olvidada porque es la más difícil de demostrar.
"Asegurar el terreno material, el espacio, el trabajo, y dar solvencia es imprescindible en la recuperación de una mujer", sostiene la mentora. A todas las usuarias se les proyecta un espacio de inserción laboral tras valorar su formación y trayectoria individual. "Algunas mujeres necesitan más tiempo, otras tienen más recursos para salir antes de esta situación, y hay que reconocer la individualidad de cada mujer", subraya.
Denuncia, además, que en el mundo laboral el trabajo se precariza en los sectores ocupados por mujeres, de manera que sus salarios son "despreciados" en aquellas familias en las que hay un agresor. Esto, desgraciadamente, en el mejor de los casos. En muchas situaciones de violencia, el agresor ve el entorno laboral como una amenaza para el control [que ejerce sobre la mujer], lo que lleva a que muchas dejen de trabajar y eso las condena a depender económicamente de él. A menudo, las mujeres que viven relaciones violentas no las rompen por falta de independencia financiera, justamente uno de los ejes que suele ser la pata más débil de los procesos de superación.
Un problema de salud pública
Ordovás lo tiene claro: "La garantía de que una mujer que sufre violencia machista salga de un centro recuperada y empoderada depende del dinero". La mentora asegura que esto pasa, en primer lugar, por reconocer la violencia machista como un problema de salud pública. "No tiene ni raza, ni nivel económico, ni profesión. Todas podemos ser víctimas y por eso es un problema de salud", reivindica.
La mentora de la Fundación Surt considera esencial dedicar más recursos al tratamiento de las mujeres que han sufrido violencia machista y replantear la atención que se les da ahora. "Como no hay profesionales dedicados específicamente a ello, una enfermera atiende a la paciente una vez y luego debe volver a agendar una visita. No puede hacer un trabajo directo con la presión asistencial que hay", critica. Y advierte: "No puedes tratar temas como estos como si estuvieras empaquetando tomates porque estás abordando lo más íntimo de una persona, y se merece un tiempo y un espacio".