Pandemia

Entre tres comarcas y en tierra de nadie

Un restaurante sufre las restricciones de movilidad en la intersección de tres municipios

La Beguda Baixa (Sant Llorenç d'Hortons)Entre tres códigos municipales, en el vértice de tres comarcas y en tierra de nadie. En el restaurante Vidal-Ramos de la Beguda Baixa los confinamientos municipales implementados para frenar la pandemia representaron, como en tantos otros establecimientos del sector, un golpe para la facturación, pero en su caso el perímetro comarcal que impera desde lunes en Catalunya todavía no se nota. Es una muestra más de la poca flexibilidad de las órdenes políticas y de como el país se rige por divisiones que no tienen nada que ver con las fronteras epidemiológicas o administrativas.

“Estar donde estamos nos ha perjudicado como ninguna otra cosa”, se queja la propietaria, Angelines Vidal, después de acabar el servicio de desayuno, sentada en una mesa rodeada por los trofeos y las fotos de su padre, un apasionado del ciclismo. En un escaparate del local ha colgada la bici con la que corrió el Tour de Francia, alrededor del 1953. Con su mujer y su suegra, Vidal plantaba delante de su casa una tienda con las cuatro cosas que le daba la tierra hasta que a finales de los 60 se decidieron a abrir el restaurante. El local es en una barriada de cuatro casas (diez habitantes) a pie de la B-224, que rodea el Baix Llobregat y el Alt Penedès entre Martorell y Capellades, y ha sido popular entre los ciclistas de carretera, la gente de paso y los vecinos de los pueblos de los alrededores que, paradójicamente, no son ni los de su mismo término municipal y, mucho menos de la misma comarca.

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Hace falta un mapa para entenderlo: la Beguda Baixa –no se tiene que confundir con la Alta, a 1.200 metros de distancia y ya de otra comarca– es una barriada a siete kilómetros del núcleo de Sant Llorenç d'Hortons (Alt Penedès), el municipio al que pertenece administrativamente. A pesar de compartir ayuntamiento, “no se suele ir hacia allá ni suelen venir”, mientras que clientes habituales de Sant Esteve Sesrovires (Baix Llobregat) y Masquefa (Anoia), los dos a unos cuatro kilómetros, “no se atreven a venir” para no saltarse la prohibición de pasar la frontera comarcal, que la pandemia ha hecho visible en un territorio acostumbrado a convivir y compartir tiendas y servicios. En la otra acera de la carretera, delante del restaurante, ya es Sant Esteve. "A veces los de Sant Esteve han venido andando por el golf", dice, señalando un campo cercano.

Todavía tiene que revisarlo una última vez, pero Vidal cree que entre 2020 y estos primeros meses de año el cierre del negocio y las restricciones de movimiento y de aforo se han llevado entre el 70% y 80% de la facturación habitual.

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Si antes de la pandemia con el servicio de almuerzos o del mediodía se acercaba a las ochenta personas, ahora apenas son quince o veinte. “Lo único que pensé cuando oí la noticia es que alguien se atrevería a saltarse la restricción”, confiesa Vidal, que asegura que se ha negado a reservar mesas de seis comensales de burbujas de convivencia diferentes, siguiendo los protocolos vigentes.

La tentación de cerrar

De momento ha sobrevivido con trabajadores de obras y fábricas de los alrededores, que han continuado yendo a pesar de las restricciones por falta de alternativas. La propietaria confía que la mejora de los datos epidemiológicos de la pandemia pongan fin a estas fronteras porque, sostiene, en “la mayoría de los restaurantes hay más higiene que en cualquier ambulatorio o clínica”, porque los camareros desinfectan las mesas y sillas después de cada servicio.

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Para cumplir con la normativa de seguridad, ha eliminado la mitad de las mesas de dos de los comedores y teme que el tercero “ya no se vuelva a abrir”. Todavía mantiene trabajadores en ERTO y un par que ha podido recuperar han pasado a reducción de jornada porque “se tienen que hacer las mil y una para pagar sueldos, gastos fijos, impuestos y Seguridad Social”. Del crédito del ICO que pidió a principios de la pandemia, dice que ya no queda nada, como tampoco de los 3.500 euros de ayudas que ha recibido en dos tandas de la Generalitat para compensar los cierres. “Si no fuera porque está mi hija, ya habría cerrado el negocio en marzo, porque he pasado tantas noches sin dormir”, explica a los 63 años y habiendo pasado toda la vida detrás del mostrador del restaurante.