Vivir en el km 0 de la turistificación: "Hemos perdido la cabeza: ¡esto es mi casa!"
Cuatro vecinos de Barcelona y Palma explican en el ARA los equilibrios que hacen día tras día para convivir con el turismo
Barcelona / PalmaPara ir de compras al supermercado, Cira debe caminar quince minutos. Cerca de su casa tampoco hay ningún horno de pan ni ninguna farmacia, ni siquiera un bar donde reunirse con las vecinas. Todo lo que se puede encontrar son tiendas de souvenirs y restaurantes que ofrecen sartenes (de aspecto dudoso). Pero para ella esto no es lo peor. Desde que vino a vivir al barrio de la Salut, hace poco más de un año, la banda sonora de su día a día es el ruido de los motores y los claxons de los taxis que acompañan y recogen a los turistas de uno de los kilómetros cero de masificación en Barcelona. "Vivo ante la parada de taxis, a cinco minutos del Parc Güell. El ruido va calando y es muy frustrante. Además, los conductores se pelean con frecuencia, y también oyes los gritos de los turistas que piden que se respete la fila –explica –. Debo tener las ventanas cerradas durante todo el año, y en verano el calor es asfixiante”, lamenta.
El ruido y la agónica desaparición de los comercios locales no son los únicos rastros de la masificación turística en la zona, sino que también hay que sumar –enumera la vecina– la suciedad y las dificultades para desplazarse en transporte público . "El 24 y el V19 siempre están colapsados. Nunca puedes subir. Además, los turistas muchas veces no dejan sentarse a las personas mayores o no avanzan hasta el fondo del autobús", critica. Esto le ha obligado a evitar el bus en hora punta, y confiesa que –por primera vez en la vida– ahora compra online. Además, si quiere pasear por el parque, lo hace durante las franjas reservadas a los vecinos, aunque considera que deberían "ampliarse": "Si vas en cualquier otro momento debes esquivar a los turistas. Es agotador" , concluye.
Desviarse para ir de compras
Esta sensación de agobio también la comparte Ernesto. Desde hace 23 años vive a menos de cinco minutos a pie de la Sagrada Família, donde a diario se concentran cientos de turistas. Incluso en un día de lluvia. La experiencia acumulada le ha llevado a modificar los trayectos para realizar actividades tan básicas como ir de compras al mercado o al gimnasio, y así evitar las calles más transitadas. "Siempre está abarrotado; hay calles por las que no se puede pasar. Si vas con prisa, te sientes un poco agredido –dice–. La única solución para llegar a según qué lugares es, por norma, desviarme, bajar por una calle paralela", insiste. Los fines de semana la situación se convierte en "terrorífica".
La huella del turismo en esta zona de la capital catalana contrasta vívidamente con cómo la recuerda Ernest cuando acudió a vivir. "Entonces no había turistas. De hecho, aparcaba el coche justo frente al templo, en una zona azul. Pero, a partir de la consagración de la basílica, en noviembre del 2010, hubo uno boom, y no han parado de llegar de manera exponencial".
Para Alicia, en cambio, los turistas siempre han formado parte de su paisaje cotidiano: "Llevo treinta años en la Rambla, y siempre ha habido". Ahora bien, reconoce que no es el mismo modelo que el actual. "Está aumentando el turismo de grupo", apunta. Quizás es por eso que su rutina no se ha visto muy afectada: "Es como quien vive en las vías del tren. Siempre ha habido ruido, siempre ha habido gente y siempre me he sentido insegura", explica. Sin embargo, sí señala como momento significativo entre las seis y las siete de la tarde, cuando vuelve a trabajar. "Entonces me encuentro la Rambla llena a rebosar. Si quiero ir de compras al supermercado a esta hora es un problema; están a reventar". Asimismo, agradece que el edificio donde vive es antiguo y está "bien insonorizado".
"Ahora mismo es insoportable"
Los vecinos de Baleares también son testigos directos de la compleja convivencia con el turismo. Es el caso de Maria, que hace 25 años decidió ir a vivir al centro de Palma, muy cerca de la plaza Santa Eulàlia. "Entonces ya había turismo, hace un siglo que tenemos en Mallorca. Pero era tolerable. Sobre todo venían los días nublados porque no podían ir a la playa". Pero una acumulación de circunstancias le han llevado al límite y ha tenido que irse del piso. "Ahora mismo es insoportable. No puedes salir por el portal, no puedes encontrar un comercio que no sea un souvenir, no hay casi gente local, salvo cuatro señores y señoras mayores. El resto son jóvenes que teletrabajan, que son de aquí y de allá, que se pasan el día en el balcón fumando y que a menudo hacen fiestas en el piso –relata–. Tienes dos opciones, enfadarte y entristecerte cada día, o partir. Y lo que peor me hace es ver que ahora mismo solo interesa sacar dinero a los turistas, hacer caja como sea", denuncia.
Su opinión se asemeja a la de la Cira: ambas consideran que "no se está priorizando la vida de las vecinas, sino el comercio turístico". "Pueden parecer tonterías, como, por ejemplo, no poder aparcar la bicicleta junto a casa. Pero llega un momento que no puedes más. ¡Es mi casa ya nadie le está importando!", insiste la vecina de la Salut. Para Alicia, la clave está en la pedagogía: "Debemos educar al turista. Enseñarle quiénes somos para que respete el espacio al que va". Ernesto, como María, confiesa que se ha llegado a plantear la posibilidad de vender el piso. "El problema es la limitación de la gente. Todo el mundo tiene derecho a hacer turismo, pero el volumen está fuera de lugar. Esto no deja de crecer y tengo la sensación de que irá a peor", advierte. "Yo nunca he sido antiturismo; he trabajado. Pero eso es una locura; hemos perdido la cabeza", asegura Maria.