“La veías hundiéndose y no sabías qué hacer porque tampoco sabías qué pasaba”

Las familias de enfermos relatan "el infierno" de gestionar brotes con el confinamiento en casa y la virtualidad de las consultas

Las familias han tenido problemas para hacer frente a recaídas y debut de los trastornos durante la pandemia

Barcelona“La veías hundiéndose y no sabías qué hacer porque tampoco sabías qué pasaba”. La frase es de Irene Romero, con una hija adolescente con trastorno bipolar diagnosticado desde hace tres años y que ilustra hasta qué punto las familias de personas con una enfermedad mental han tenido que hacer frente a una doble crisis durante esta dura pandemia. “Todo es tan duro que no puedes ni deprimirte porque te da miedo que esto todavía la haga empeorar”, dice, y añade que es consciente como nunca que la familia también necesita ayuda para salir hacia delante.

Acompañar en solitario es una tarea titánica y agotadora y la red social, el contacto con personas que están en situaciones parecidas, hace que el dolor, las dudas y la ansiedad se encajen mejor. Al teléfono de Afammca (Asociación de Familiares de Enfermos Mentales de Catalunya) han llamado estos meses familias socias buscando consejo sobre qué hay que hacer en una recaída, pero también personas como Romero que, a la desesperada, intentaban encontrar una explicación sobre “qué pasa a los hijos, los padres o los hermanos enfermos”, afirma Albert Algarrada, psicólogo de la entidad: “Si ya tienen una preocupación de base, estas familias han tenido que sumar a su sufrimiento personal lo que la pandemia ha causado a las personas enfermas”. La dedicación casi en exclusiva del sistema sanitario al covid y la virtualización de las consultas han sido un gran obstáculo para estas familias, sobre todo para las que topaban por primera vez con un trastorno mental, porque no sabían descifrar los síntomas o dónde acudir para orientarse, explica el psicólogo.

El infierno en casa

En casa de Romero el brote de su hija fue un “infierno” porque “no había manera de pararla ni de que entrara en razón”. Finalmente, acabó en urgencias y con una medicación que consiguió calmarla. Los domicilios han sido como “prisiones” para enfermos y familiares. La convivencia ha sido difícil y se ha enrarecido en muchas casas porque “no todos los enfermos son dóciles”, ni tampoco entienden que se tienen que esperar para ser atendidos por los médicos, relata Montserrat Boix, presidenta de la Afatrac (Asociación de Familiares de Afectados por Trastornos de Conducta), que ella misma creó hace cinco años para dar respuesta a casos como el de su hijo, desde los 13 años con adicciones que desencadenaron el trastorno. El chico murió en la calle a finales de 2019 y en el tiempo que hace que funciona la entidad otras familias han perdido a tres hijos. 

En los casos de trastornos de conducta, la convivencia intrafamiliar es casi imposible porque los enfermos se vuelven agresivos o roban para conseguir dinero para comprarse droga, una operación que en pandemia también se ha complicado. Muchos de los enfermos se van de casa y pasan a vivir en la calle o en infraviviendas, y para las familias fue “desesperante” saber que estaban a la intemperie mientras se ordenaban los confinamientos y se cerraban los servicios sociales. “Algunos han vuelto a casa y el miedo [al contagio] les ha hecho estar tranquilos”, matiza Boix, que explica que las familias les abren la puerta a pesar de que los chicos tengan una orden de alejamiento en cumplimiento de una denuncia previa. “Son tus hijos, ¿qué puedes hacer?”, se pregunta.

La entidad, con 270 socios y 300 familias más contactos, trabaja para impulsar un cambio de la normativa que evite que los enfermos mayores de edad acaben solos y tirados en la calle. "Los confunden con delincuentes y drogadictos pero son enfermos mentales", subraya Boix, que reclama una fórmula legal para que a los progenitores se les escuche cuando el chico mayor de edad rechaza el tratamiento o el ingreso en un centro porque "no tiene conciencia del trastorno". La incapacitación o la recuperación de un adulto tampoco comporta tener la última palabra y, en cambio, puede hacer que la familia acabe endeudada y con créditos para pagar las multas contra sus hijos por los delitos que haya podido cometer.

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