Cuidados

"Cuando veo que todo me agobia, inspiro"

Cuidadores de personas dependientes realizan terapia grupal para hablar de la soledad y la carga mental y física

Caldes de MontbuiInspiran y expiran. Ponen las manos en la barriga y en el pecho para notar el movimiento del aire, tal y como les ha indicado el psicólogo. El objetivo es que estas seis participantes del grupo de cuidadoras aprendan a relajarse, a estar tranquilas cada vez que la carga de los cuidados a un familiar dependiente las supera. Las mujeres se sientan en círculo, y algunas dejan el bolso cerca, quizás para tener el pañuelo a mano. Habrá lágrimas por la pena o la rabia propia, y por la emoción de la compañera.

Aunque tienen edades diferentes, cuidan a los padres oa la pareja, presentan un cuadro de angustia vital y de soledad. "Yo cuando veo que todo me agobia... [inspira]", dice una de las mujeres que atienden a mi madre en casa. Otra que cuida a su suegra nonagenaria confiesa que para descargarse emocionalmente, y para que ni el marido ni los hijos la vean llorar, baja a casa de un vecino de 82 años que vive solo y le hace sus labores. "Es mi momento, allí lloro tranquila", dice ante la aprobación de las demás.

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Todas han pedido no ser identificadas porque no quieren tener que "dar explicaciones" de qué hacen en un grupo de ayuda en un pueblo pequeño donde todo el mundo se conoce y, sin embargo, celebran que se muestre cómo se sienten. El grupo se reúne cada viernes guiado por Santi Palomo, referente de bienestar emocional y comunitario del Equipo de Atención Primaria (EAP) de Caldes de Montbui, que les saluda y les pregunta cómo ha ido la semana y, una vez ha empezado la dinámica, conduce a las mujeres a hablar de sentimientos porque, afirma, es esencial que "asuman la ira y la tristeza para poder entender qué les pasa y, a partir de ahí, pedir ayuda". En ningún caso el grupo es una terapia psicológica, sino que se realiza un trabajo grupal.

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Pedir ayudas

Lo que les ocurre a las cuidadoras –el único hombre del grupo hoy no ha venido– es un cóctel de sentimientos que las invade y las hunde en un pozo oscuro del que no saben cómo salir. A menudo porque no tienen con quien compartirlos, no se sienten acompañadas por sus familiares o, sencillamente, han decidido que pueden con toda la carga de los cuidados. Han llegado al grupo por derivaciones de profesionales del CAP, pero el consejo médico no siempre funciona ya una de ellas tuvieron que convencer a sus hijos para que fuera. Otra, en cambio, fue ella misma quien pidió dónde podía encontrar ayuda porque se vio totalmente sobrepasada por su situación.

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Una de las mujeres relata el dolor que siente cuando su madre, de 90 años, le suelta comentarios hirientes, seguramente provocados por una demencia incipiente pero que la mujer no acaba de digerir. "Preferiría tener que limpiarle los meados antes que sentirme tratada así", dice.

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"¿De qué sirve sentir ira, miedo o tristeza?", pregunta Palomo cuando la conversación va por una dirección que no quiere. "A mí sólo por hacerme daño", dice una cuidadora que tiene a su madre con Alzheimer. Estos sentimientos no siempre son del todo negativos, dice el profesional, puesto que "entrar en contacto con las emociones ayuda a soportar las situaciones". El problema es que la tristeza se cronifique y transmute en una depresión. A una de las mujeres le asusta este escenario y comenta que, cuando se siente tocada, "se activa a hacer cosas" para alejarse de los malos pensamientos.

Pañuelos y emoción

En este momento ya se han oído varias veces las cremalleras de los bolsos y el roce del plástico de los pañuelos de papel. Al principio lloran discretamente, como dicen que lo hacen en casa para evitar "preocupar a los demás", pero con la confianza de hablar cara a cara de situaciones que todas conocen bien se sueltan. "Pues a mí mi madre me tiene frita y yo estoy muy enfadada, no puedo evitarlo", dice una cuidadora.

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En el intercambio de experiencias, una de las participantes admite que su ira "sale con mucha rapidez". Tanta que muchas veces no puede controlarla. "Acabas avergonzada de ti misma y después te das rabia y te sientes culpable por actuar como lo has hecho", dice.

La soledad también ha aparecido en la conversación en forma de rabia e impotencia por no poder contar con la ayuda del marido, los hermanos o los hijos. "Yo que he hecho tanto por mis padres sé que mis hijos no lo harán por mí", lamenta. Para otra mujer, en cambio, el cuidado de su marido es sólo suyo, y no hace caso de los hijos que "le obligan" a buscarse distracciones. "Soy yo que no quiero, no me apetece", responde. Todavía está asumiendo que su marido está en los inicios de una demencia, porque hoy por hoy el hombre vale por sí mismo.

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Por eso también le cuesta asistir a las sesiones del grupo, y porque quizá, como dice Palomo, "quiere evitar adelantarse" a lo que vendrá en un futuro, cuando la enfermedad del marido avance. Entre todas llegan a la conclusión de que quizás no es necesario y que es mejor vivir el día a día, como una manera de romper el binomio de expectativas y frustración.