Tengo 80 años y cuido a mis padres de 100
El aumento de la esperanza de vida hace que cada vez haya más personas de la tercera edad que cuidan a las de la cuarta
Cornellá de LlobregatAunque el concepto de tercera edad está en desuso, la mejora en las condiciones de vida y los avances médicos está cambiando la vejez, y ha obligado a la academia a ampliar la clasificación con una cuarta edad, que empezaría a partir de los 80 años. Esta revolución demográfica hace que, por primera vez, personas que están en los setenta o incluso en los ochenta (socialmente considerados viejos) deban hacerse cargo de los cuidados de progenitores de más de 90 años o, incluso, centenarios.La tercera edad cuidando la cuarta. Y por tener una idea del futuro, el número de personas centenarias crece a un ritmo del 8%, según el Idescat. Se calcula que en Catalunya existen unas 100.000 cuidadoras familiares (el 90% son mujeres), según un estudio de la cooperativa Suara. El perfil mayoritario es el de una mujer de entre 51 y 71 años que le dedica unas 14 horas diarias.
En casa de Rosa y Teresa Mata, dos hermanas solteras de 79 y 81 años, respectivamente, ya piensan cómo celebrarán los 104 de la madre en noviembre, que vive con ellas desde que se quedó viuda hace 25 años. Entonces era más joven que sus hijas ahora, todavía leía y se mantenía activa, pero quisieron evitarle el vacío en la casa de San Pablo de Ordal, de donde es originaria la familia. Hasta que cumplió los 100 años, que es cuando las hermanas sitúan el bajón físico y cognitivo.
La opción de la residencia está descartada porque dicen que "ya estaría muerta" y porque entre ellas y otras dos hermanas se lo manejan para atender a la madre y tener unas horas para salir con las amigas o hacer alguna actividad. Por el momento, no tienen ayuda externa, una actitud muy habitual entre las cuidadoras, sobre todo las mayores, explica Lola Romero, educadora social que ha dinamizado grupos de apoyo a cuidadoras. Son generaciones criadas en el mandato de cuidar a los demás: hermanos, hijos, marido y ahora los padres mayores. "Nosotros estamos bien, pero nos han convencido para la teleasistencia y la dependencia", explican las dos hermanas. "Los médicos nos dicen que ya empezamos a necesitar ayuda, quizás sí, pero todavía podemos ir echando muy bien solas", afirman.
Más inversión en cuidados
El sector que trabaja con la gente mayor y las administraciones buscan fórmulas sobre cómo conjugar la sociedad longeva con una buena calidad de vida bajo la premisa de que quienes lo deseen y puedan se queden en casa con servicios y recursos dignos. La futura Agencia Integral Social y Sanitaria va en esta línea, pero Esther Roquer, presidenta de la Sociedad Catalana de Gerontología, apunta que "si no se refuerza el presupuesto en cuidados de larga duración [menos del 1% del PIB español], todo recaerá en la familia". El problema es que el cambio familiar también afecta por el aumento de las familias sin hijos, las personas solas o la movilidad geográfica de sus miembros.
Las Mata dicen que se encuentran muy bien y son activas –"No me los siento, los 79", exclama Rosa Mata–, y se organizan bien para lavar y vestir a la madre, con mucho cuidado, porque casi no tiene movilidad y sufren por si le duelen. Coincidiendo con la mayor dependencia de la madre, ambas salen menos, pero también han hecho para coordinárselo: una por la mañana y otra por la tarde y, los sábados por la tarde salen juntas gracias al relevo que les hacen las otras dos hermanas, que viven por su cuenta.
También Antonieta Vizcarro, de 83 años, cuida a la madre de 104 años en su casa. Hace 12 años, su marido estaba muy enfermo y se instalaron en casa de su madre, que vivía con una hermana. En un principio podía salir porque como ambas tenían una cuidadora profesional por la ley de dependencia podían sumar las horas de servicio y así se alargaba la ayuda. Pero ahora sólo recibe el servicio de una cuidadora que se encarga de levantarla por las mañanas porque ya no tiene fuerzas suficientes para hacerlo sola.
Éste es su "único momento", dice. "No puedo tener vida social y solo aprovecho este rato para comprar y tomar un café con alguna amiga", explica. Todo esto es menos de una hora. El resto del día ya se le pasa "pendiente de la madre, mirando la tele, haciéndole la comida", relata. Con todo, asegura estar satisfecha viendo que "está como una reina". Sin embargo, admite que ya se siente "muy cansada", le duelen las lumbares y las piernas. Por eso hace caso del consejo del médico de familia, que propone pedir la revisión del grado de dependencia para obtener el máximo y así poder tener "ayuda también por la noche". Por el momento, el dolor dice que ocurre "con un paracetamol".
Aislamiento social
La dedicación a los cuidados de grandes dependientes aboca sin apenas querer a "el aislamiento social" porque pierden "apoyos", afirma Aida Ribera, investigadora senior del Grupo Refit y jefe de investigación e investigación del Parque Sanita
rio Pere Virgili, que con la enfermera e investigadora Lorena Villa García, firman un estudio sobre las cuidadoras de afectados de ictus. Concluyen que las cuidadoras familiares "sostienen el sistema" y coinciden con Roquer en que hay que hacer cambios. "intervenciones psicosociales", dice Villa García, para ayudar a las cuidadoras a cuidarse, porque en muchos casos "la satisfacción" por cuidar al otro esconde los problemas que sufren. Una buena alternativa para aumentar su "confort", apunta Ribera, es introducir la inteligencia artificial o la robótica.
Vizcarro tampoco quiere pedir ayuda a su hijo adulto, porque no quiere pasarle lo que considera que es su "deber y obligación". Este argumento lo ha oído miles de veces la educadora Lola Romero, que indica cómo las cuidadoras a menudo entienden "el yo desde la persona que cuidan", hasta el punto de que obvian las propias necesidades. "Vemos un sentimiento de culpa, por no cuidar bien ya la vez un sentimiento de rabia porque ven cómo pierden la vida", explica. Esta profesional también subraya los conflictos que se producen entre hermanos cuidadores: la mujer normalmente es la principal, y apuesta por hacerlo ella y en casa, mientras que el hombre es mayoritariamente partidario de "pagar" o, simplemente, de no hacerse cargo de ella. Hinojo, de 73 años, acude cada día a ver a su madre centenaria a la residencia. Sólo falla por las vacaciones "sagradas" de septiembre y cuando se escapa con su marido a realizar un viaje para "aprovechar" los años que le quedan "de salud". Cuando su hijo la hizo abuela, Hinojo recuerda que se le planteó un "problema moral" porque también quería dedicar tiempo al limpio.
Vejez con autonomía
Con 70 años, Mili Palacios siempre tiene el ojo puesto sobre su madre Pascuala Galera, de 92 años. Viven a pocos metros de distancia, se ven todos los días y se llaman cuando se levantan y se acuestan como una especie de "prueba de vida", ríe la hija. Galera todavía vale sola, y con la ayuda del andador entra y sale para quedar con las amigas del barrio de Cornellà donde vive desde hace décadas e ir a tomar el café al mercado. La verdad, relata Palacios, es que la madre "da poca guerra" y, por ahora, está encima para ordenarle las pastillas a tomar y hacerle la compra grande.
Ahora bien, a pesar de la autonomía que todavía conserva la madre, Palacios es reacio a ir de vacaciones aunque sea una semana. Sufre demasiado, y eso que está respaldado por su hija Gemma, que también es habitual en casa de la abuela. "Yo la riño porque me está muy encima, quiero que se vaya y esté contenta", comenta Galera sentada en el sofá de su planta baja. No tiene éxito: la hija se marca como objetivo vital "mantener activa" a la madre y, sobre todo, que camine una hora cada día.