AHORA DESCUBRIMOS

La plaza del km 0 tarraconense

Una imagen de la plaza Imperial Tarraco.
18/11/2025
3 min

Desde hace unas décadas, muchas de las plazas más reconocidas del mundo occidental se han convertido en grandes rotondas concebidas para el tráfico rodado, relegando al ciudadano a la periferia –cuando no a simples aceras– de estos espacios. Esta metamorfosis ha alterado profundamente la forma en que entendemos la plaza: ya no es ese escenario de encuentro y convivencia que conocían a nuestros abuelos, sino un espacio de paso, sometido a la lógica del vehículo.

En Tarragona, la plaza-rotonda por excelencia es la que da la bienvenida a todos aquellos que llegan desde el Camp: la plaza Imperial Tarraco. Punto de entrada y distribución, centro simbólico y funcional a la vez, esta gran circunferencia resume como ninguna otra la tensión entre dos ciudades: la que se proyecta para los coches y la que se vive a pie. Una especie de kilómetro cero nostrat, en el que el hormigón y la historia se miran de reojo.

El espacio, clave para entender el ensanche tarraconense, tomó forma entre las décadas de los cincuenta y sesenta, cuando la ciudad empezaba a redefinirse bajo los parámetros del progreso y del poder. Durante años este punto concentró la actividad administrativa y se convirtió, de alguna forma, en el foro moderno –pero sin la gracia ni la humanidad de su precedente romano.

El buque insignia de todo ello es, obviamente, la sede del Gobierno Civil, obra del arquitecto gallego Alejandro de la Sota –este edificio ya centró otro Ahora Descubre–. A su alrededor, la arquitectura ha ido mutando con el tiempo, entre el racionalismo tardofranquista, el eclecticismo institucional y los volúmenes más anónimos de finales del siglo XX e inicios del XXI. Todo esto forma un mosaico que habla de la ciudad que queríamos ser y de la que, en parte, todavía somos: una Tarragona atrapada entre la velocidad y la memoria, entre la rotonda y la plaza.

Al otro lado de la avenida Andorra, aquel edificio que saltó a la prensa hacia el año 2023 para convertirse en una trampa mortal para los pájaros que pasaban por la plaza. Y junto a la vieja Facultad de Letras de la URV, que al mismo tiempo era el antiguo Colegio Internado de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, también conocido como la Salle. Un conjunto de edificios levantados en los años veinte del siglo pasado con unas proporciones neogóticas y clásicas por el prolífico Josep Maria Pujol y de Barberà.

Entre la avenida Prat de la Riba y la calle Pere Martell, buen par de homenotes, la sede de Caixa Tarragona. Una construcción proyectada por Salvador Ripoll Sahagún y la participación especial y artística del ceramista Julio Bono y el escultor Joan Rebull. Un edificio que pronto parece que albergará oficinas y espacios de la Diputación de Tarragona.

Las construcciones con menos carácter de la plaza –o rotonda– seguramente son las vecinas de la avenida de Roma: la estación de autobuses y el edificio de la Administración del Estado en Servicios Provinciales.

Hoy la plaza Imperial Tarraco sigue siendo más una rotonda que una plaza. El tráfico la atraviesa, los peatones la bordean y la ciudad la utiliza sin apenas mirarla. Pero bajo ese círculo de asfalto todavía late, discretamente, el espíritu de una plaza que espera ser redescubierta.

Quizá algún día –cuando Tarragona vuelva a pensarse desde el pie y no desde el volante– este espacio encontrará su segunda vida. Y entonces, entre el ruido de los motores y el rumor de los recuerdos, quizá veamos lo que siempre había sido: un lugar de encuentro, un corazón urbano, una plaza que sólo pedía que alguien se detuviera.

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